Todos lo querían y respetaban, fue el sentir y decir generalizado en las exequias del historiador y antropólogo chihuahuense Alfredo López Austin, que se efectuaron este viernes en la agencia García López de San Jerónimo, en la Ciudad de México.
“No sólo era un ejemplo intelectual, sino también moral y como persona. Es uno de los grandes historiadores de México en los últimos 100 años. Quedamos muchos de sus alumnos, que siempre lo seguiremos leyendo y citando, porque cualquier tema que trate uno que tenga que ver con religión, cosmovisión, historia mesoamericana siempre ahí está su nombre, y no lo dejaremos de citar”, resaltó el historiador Federico Navarrete.
Decenas sino es que cientos de personas se dieron cita desde las 4 de la tarde en ese recinto funerario, entre familiares, amigos, colegas, alumnos y admiradores de la obra del profesor e investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fallecido a las dos de la madrugada de hoy.
Entre las personalidades asistentes figuraron el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, la lingüista Concepción Company, el poeta indígena Mardonio Carballo, titular de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas de la Secretaría de Cultura federal; el etnólogo y ex director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Sergio Raúl Arroyo, así como la escritora Cristina Barros, el músico Guillermo Briseño y el poeta y periodista Hermann Bellinghausen.
El ingreso y la salida de dolientes fue constante y las tres salas dispuestas para el velorio se mantuvieron casi llenas de forma permanente, con la restricciones de la sana distancia, por la pandemia. Allí estuvieron la viuda del estudioso, Martha Rosario Luján, con quien permaneció casado durante 60 años, y su hijo el arqueólogo Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor. Ya entrada la noche, la música de una guitarra y el canto de una mujer confirieron a la atmósfera un matiz melancólico.
Decenas de coronas y arreglos florales, en su mayoría blancos y uno que otro amarillo, circundaron el féretro con los restos mortales de Alfredo López Austin, en cuya parte superior fue colocado un retrato con su efigie sonriente.
Las coronas provinieron de diversas instancia de la UNAM, como el Instituto de Investigaciones Antropológicas y la Facultad de Filosofía y Letras; también los hubo de las secretarías de Cultura federal y de la Ciudad de México, así como del INAH.
“Era un hombre extraordinario, de gran humanidad, además de sabio” comentaron algunos de sus alumnos, como Ana Rebeca Ruiz González, de la carrera en Historia de la la facultad de Filosofía, quien agradeció la gran calidad humana del catedrático, que le enseñó a dar lo mejor de sí como estudiante, así como lo hizo él una de sus clases.
