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Museógrafo Axel Vega resucita a Juan O’Gorman / Elena Poniatowska

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Juan O’Gorman en el tapanco del estudio de Diego Rivera, ca. 1932, en una fotografía tomada del libro
19 de septiembre de 2021 09:37

Ciudad de México. A los 21 años, Áxel Vega es un joven singular. Fundó el Museo del Circo Mexicano en la calle de Carrillo Puerto 31 que abrió el 18 de junio y ya cuenta con 5 mil visitantes. Trabaja de siete a tres en Obras y Conservación de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y tiene un programa de arte en Radio Stunam. En 2016 descubrió la obra de Juan O’Gorman, y desde entonces piensa obsesivamente en su vida y en su obra. ¿Qué diría el propio Juan O’Gorman, el pintor más obsesivo del arte mexicano, quien se dio la muerte tres veces? ¿El alma de Juan O’Gorman bajó ahora en cuerpo y alma en este joven que se le parece en altura y en insistencia?

–Áxel, ¿cuándo empezaste a vivir a través de Juan O’Gorman?

–Hace cuatro años me perdí en la calle de Xola y vi sus murales de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP) y del Eje Central. Recordé el gran mural de piedras de colores de la Biblioteca de Ciudad Universitaria (CU) y me impactaron tanto que desde ese momento busqué todos sus murales que giran en torno al Sol y la Luna, la vida y la muerte. De inmediato, tomé un autobús y me fui a Taxco para ver su obra dedicada a Cuauhtémoc: Alegoría a nuestro rey y señor Cuauhtémoc.

En su autobiografía, Juan O’Gorman dice que fue amigo de la dueña del hotel Posada de la Misión, en Taxco; por eso hizo un mural piedra por piedra con ayuda de los artesanos albañiles de Taxco. Al igual que Diego Rivera, O’Gorman siempre dio crédito a quienes lo ayudaban. En la Biblioteca Central de la UNAM y en la SCOP también reconoce a los trabajadores, por más humildes que sean.

La familia O’Gorman es singular. El más conocido fue Edmundo, el historiador que escribió La invención de América y dio numerosas conferencias, a diferencia de Juan, quien sólo aparecía en público con sus dos amigos más queridos, Frida Kahlo y Diego Rivera, a quienes les hizo dos casas-estudio en la avenida Altavista. Ahora son museos y mantienen sus puertas abiertas hasta la seis de la tarde.

Juan creó murales de gran envergadura para exaltar la historia de México. En el aeropuerto Benito Juárez nos regaló una preciosa historia de la aviación frente a la que, por inadvertencia, los viajeros pasan volando.

–Áxel, tú que has estudiado a los O’Gorman, ¿por qué crees que el historiador no se llevaba con su hermano Juan?

–No coincidían, cada quien tenía su idea de la vida y de la muerte. Nunca fueron cercanos. Juan se lanzaba a hacer murales y no compartían conceptos ni aspiraciones. Juan era mayor que Edmundo.

El irlandés Cecil Crawford O’Gorman fue padre de cinco hijos y dueño de una casa gigantesca con un enorme jardín en la calle de Santísimo, en San Ángel Inn, que más tarde habría de comprar el cineasta yucateco Manolo Barbachano Ponce.

Antes de crear el mural de las piedras de colores en CU, Juan pintó La historia de la aviación en el puerto aéreo central en Balbuena, que más tarde habría de convertirse en el Benito Juárez. La pintura de O’Gorman constaba de tres trípticos, Los mitos religiosos, Los mitos paganos, destruido por el gobierno de Lázaro Cárdenas porque representaba a Hitler y a Mussolini, monstruos del fascismo, y el subsecretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Modesto C. Rolland, protestó en 1938 con una carta a Juan O’Gorman. La conquista del aire por el hombre, pintada en el aeropuerto actual Benito Juárez, es el único que sobrevive.

–¿No pintó a los líderes fascistas Hitler y Mussolini como monstruos?

–Sí, son dos dragones con caras totalmente reconocibles. Cuando destruyeron su mural, Juan volvió a pintarlos en su casa, en un formato pequeño. Desde ese momento, en 1938 se inició la constante destrucción de su obra.

–¿Qué destrucción?

–La de la Casa Cueva, en San Jerónimo 162 llamada Dioses y símbolos del México antiguo, que destruyó Helen Escobedo. En ella había un mural a Xochipilli y otras alegorías prehispánicas. O’Gorman dedicó un retablo a Ferdinand Cheval, a quien retrató muerto y olvidado.

Juan hizo esa Casa Cueva mientras construía la Biblioteca Central en 1952. Tenía una torre que convirtió en el estudio de su mujer, Helen Fowler O’Gorman. Desde ahí podía verse la Torre de Rectoría de Ciudad Universitaria.

“Hace tres años observé que en los dos grandes círculos del muro sur de la Biblioteca Central, que representan los ojos de Tláloc, a las siete de la mañana surge un efecto muy particular porque en esos círculos (Ptolomeo y Copérnico) O’Gorman usó vidrio floreado azul, y esas figuras sólo pueden verse a esa hora. Representan la visión geocéntrica y heliocéntrica de nuestro universo. Ese mural me obsesiona y lo he contemplado durante horas, a las siete de la mañana, y he descubierto que es un ente vivo, porque en el muro sur, a las 7:28 horas, exactamente, aparecen otras figuras que sólo pueden verse a esa hora. Busco dar más importancia a este edificio dentro del campus central, declarado patrimonio de la humanidad.

“Creo que los críticos deberían tomar en cuenta el efecto del Sol sobre el mural de O’Gorman y estudiar a fondo esta obra que nos explica en 4 mil metros cuadrados de mosaico de piedras de colores, porque sus biógrafos insisten en sus tres muertes: arsénico, horca y pistola, pero olvidan que Ángela Gurría (ausente) recibió varias llamadas de Juan antes de terminar con su vida.”

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