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Desde hace varias décadas las instituciones culturales han buscado que este mes se dedique a celebrar el arte fotográfico en México, a partir de la creación del festival Fotoseptiembre, en 1993 –antecedente del actual Foto México. La consecución del mismo está vinculada a los esfuerzos realizados por las fotógrafas (os) en torno al Consejo Mexicano de Fotografía (cmf) entre las décadas de 1970 y 1990, para la revaloración de la fotografía como medio de expresión artística. Ante esta efervescencia fotográfica, en este lapso se apuntalaron proyectos clave para el medio fotográfico nacional y surgieron cotos de influencia inevitables; pensemos que los movimientos culturales y sociales necesitan sus vanguardias.
Vasos comunicantes: un poco de historia
Como parte de la Olimpiada Cultural, organizada por el Comité Organizador de los Juegos de la xix Olimpiada celebrados en México en 1968, el maestro Manuel Álvarez Bravo presentó su obra en el Palacio de Bellas Artes, todo un acontecimiento en la historia de la fotografía mexicana. Álvarez Bravo es una suerte de vanguardia para el arte fotográfico; fue maestro de Héctor García (1923-2012), Nacho López (1923-1986) –ambos plantearon nuevas exploraciones estéticas para el medio–, y Graciela Iturbide, la mejor fotógrafa de su generación, quien también fue parte del cmf. El maestro Álvarez Bravo fue una figura cimera a lo largo del siglo pasado; llegó a participar en algunos de los coloquios organizados por el cmf y a estar en las reuniones en torno a la creación del Centro de la Imagen, e incluso se dice que planteó que la existencia de esta institución no debería significar el fin del cmf.
Por su parte, el Club Fotográfico de México (cfm) fue conformado como asociación civil en plena postguerra, en 1949, si bien algunos miembros refieren que años antes había comenzado sus actividades. El Club surge al interior del American Photographic Club of Mexico, agrupación de los Rotarios de la capital mexicana, en donde algunos mexicanos como Mario Sabaté, Manuel Ampudia y Enrique Segarra coincidieron en conformar un espacio nuevo con tintes nacionalistas, con el propósito de enaltecer a México a través de la fotografía. Dentro de sus fines también estaba la promoción de la cultura cinematográfica. El cfm llegó a tener importantes vínculos internacionales y de ello da cuenta la investigadora Sarah h. Meister, curadora del The Museum of Modern Art de Nueva York, en su artículo titulado “Members Only” (“solamente para miembros”), publicado en la icónica revista Aperture (2019). Desde hace algunos años, el cfm ha emprendido la recuperación de su archivo, tras más de setenta años de existencia, con Aldo Hiram Juárez al frente del mismo.
Años setenta: las vanguardias
Autores como Ruth d. Lechuga (1920-2004), Pedro Meyer y Lázaro Blanco (1938-2011) participaron el cfm y después formarían nuevos grupos abanderando una necesidad de mayor exploración temática y estética, así como una proyección más amplia de su trabajo, entre las décadas de 1950 y 1960. En la agrupación La Ventana participó Ruth d. Lechuga, en tanto Meyer fue parte del grupo Arte Fotográfico; por su parte, Lázaro Blanco perteneció al Grupo 35: 6X6 (nombre alusivo a los formatos de película fotográfica más comunes en esa época).
Una agrupación menos conocida fue Grupo vod: 35 (nombre vinculado al equipo fotográfico: visor, obturador y diafragma, y al formato de película: 35 milímetros), que surgió con una estructura bien planeada: lineamientos, sede fisca, laboratorio y credenciales. El grupo surgió al interior del taller de fotografía encabezado por Blanco en la Casa del Lago de la unam, quien lo lideró. La actividad del mismo duró entre 1971 y 1978 a decir de sus integrantes, entre ellas Renata von Hanffstengel, Gloria Frausto y Elsa Neyra. Es importante mencionar también al Grupo de Fotógrafos Independientes creado en 1976, en donde participaron Adolfotográfo, Adolfo Patiño, Armando Cristeto, su hermano, Rogelio Cuéllar y Agustín Martínez Castro, entre otros. Se trata de un grupo influido por las corrientes artísticas de la época, como la creación de performances e instalaciones.
Afanes colectivos
Sería a partir de 1976 cuando empezarían de manera informal las reuniones para conformar el Consejo Mexicano de Fotografía, donde confluyeron varios fotógrafos, entre ellos Nacho López, Rodrigo Moya, Pedro Meyer, Lázaro Blanco, Julieta Giménez Cacho, Pablo Ortiz Monasterio, y lo mismo artistas e intelectuales como Aníbal Angulo, Felipe Ehrenberg (1943-2017) y Raquel Tibol (1923-2015), entre otros. Pedro fue el primer presidente del cmf y Lázaro su primer vicepresidente. El Consejo logró un trabajo colectivo sin precedentes en torno a la reivindicación de la fotografía mexicana como un medio de expresión artístico, que tuvo un gran impacto a nivel internacional e impulsó la realización en México de dos coloquios latinoamericanos de fotografía en 1978 y 1981, con sus respectivas muestras de fotografía latinoamericana contemporánea. El cmf, pretendiéndolo o no, marcó la pauta en cuanto a las dinámicas de trabajo del medio fotográfico, y aunque tras el primer coloquio surgieron al interior del Consejo algunas diferencias en torno a las formas y fines que perseguía, eso no significó una ruptura irreparable.
Habían pasado los terribles y sangrientos sexenios de los exagentes de la Agencia Central de Inteligencia estadunidense: el iracundo Gustavo Díaz Ordaz (1964-1974) y el oscuro Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), y no eran tan lejanas para 1978 la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco (1968) y la masacre del Jueves de Corpus con el llamado halconazo (1971). Aunque hubo algunos logros respecto a la exigencia de apertura democrática y cese a la represión, la guerra sucia o de baja intensidad marcó el transcurso de la década de los años setenta. En los catálogos de las muestras de fotografía latinoamericana contemporánea de 1978 y 1981, algunos autores, sobre todo las y los compañeros sudamericanos, presentaron imágenes que evidenciaban las desigualdades y la violencia que azotaba a Latinoamérica en esa época. Puesto que en aquel entonces nada escapaba al omnímodo poder del Estado, estos pequeños espacios de tolerancia hoy me parecen logros y al mismo tiempo parte de la misma estrategia de control.
Los años noventa: el Centro de la Imagen
El declive del cmf aconteció paulatinamente, una vez que perdió su sede física, la Casa de la Fotografía (creada en 1980), en 1989. Ese mismo año la Coordinación Nacional de Exposiciones y Eventos Temporales, junto con algunos fotógrafos del cmf, realizaron el proyecto “150 años de la fotografía”, antecedente del Festival Fotoseptiembre (1993). Algunos años más tarde se impulsó el surgimiento del Centro de la Imagen (ci), heredero de los esfuerzos realizados por el cmf, inaugurado oficialmente en el aciago y violento año de 1994, con Pedro Meyer de nuevo a la cabeza de este acontecimiento para la fotografía mexicana. El ci es hoy un importante referente del medio fotográfico a nivel internacional –imbuido en la actual dinámica del arte contemporáneo. Sin embargo, su creación no significó la desaparición del cmf, el cual todavía sirvió de engranaje para la consecución de la i Bienal de Fotoperiodismo (1994), con Enrique Villaseñor al frente del mismo. Fue hasta 2014 cuando se dio por finiquitado completamente el Consejo Mexicano de Fotografía.
Disrupción
La fotografía se ha ganado su lugar en los recintos culturales del país como medio de expresión artística. La Bienal de Fotografía (actualmente organizada por el Centro de la Imagen) es un espacio concomitante del desarrollo del medio en nuestro país, donde han sido posibles diversas exploraciones temáticas, técnicas, curatoriales e ideológicas; y es un logro más de la mencionada generación de autores en torno al CMF, que promovieron la participación de la fotografía en la Bienal de Gráfica de 1977; en la que se llevó a cabo en 1979 fue premiada la pieza del maestro Lázaro Blanco Ave siniestra. De manera disruptiva, lo acontecido en esta bienal en torno a los parámetros para juzgar una obra fotográfica derivó en la creación de la i Bienal de Fotografía en 1980.
Tras la inauguración de la muestra de la xvii Bienal de Fotografía en el ci, se suscitó un debate interesante en torno los nuevos derroteros de la fotografía y a la consecución de la misma; el fotoperiodista y columnista Ulises Castellanos fue uno de sus participantes más activos. Quizás si sus organizadores hubieran propuesto desde el inicio el debate como parte de la bienal en los mismos términos que ellos lo referían: “La radiografía de esta edición confirma una propuesta eclética, circuitos de producción y circulación tensionados entre el ámbito propiamente fotográfico y el arte contemporáneo, […] nuevas exploraciones de la fotografía documental”, habrían redondeado su propuesta e impulsado cambios de fondo al respecto.
En este “mes de la fotografía” celebramos todos estos esfuerzos individuales, pero sobre todo los colectivos, por plantear nuevas rutas para el arte fotográfico, ya que algunas veces éstos logran convertirse en una vanguardia que impulsa y precede cambios sin precedentes.