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Ojarasca / Grace en Huayacocotla

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Cerro de las Tablas, Guerrero, 2017. Foto Nadja Massun
11 de septiembre de 2021 16:07

Desde la sierra de Huayacocotla. 4 de septiembre 2021. La tormenta Grace cruzó el Golfo de México enojada y se convirtió en huracán frente a la costa de Veracruz a la altura de Poza Rica. De allí trepó a la Sierra Madre Oriental. Los torrentes de agua se volcaron desde Huayacocotla en Veracruz y desde Huauchinango en el norte de Puebla. A las once de la noche del viernes 21 de agosto los truenos la anunciaron detrás del Cerro Verde. Primero sólo el agua a cántaros, luego el ventarrón a las cuatro de la mañana, doblando las copas de los pinos y de los encinales. Volaron las láminas del techo en las casas de Viborillas como primicia de otras decenas de viviendas en las comunidades de D’nguaní y Debopó, en el municipio otomí de Texcatepec. Allí las terracerías precarias se mutaron en arroyos en la bajada de mil quinientos metros, sumados a los afluentes del Vinazco en las cañadas de Atixtaca y Ayotuxtla hasta Tzicatlán, donde desembocan. Allí, el único puente que comunica la zona quedó desprendido de la orilla del río por un socavón causado por el torrente. También el puente de Chahuatlán saltó en pedazos bajo el impacto de la corriente, aislando todo el municipio náhuatl de Ilamatlán.

El amanecer fue llegando, entre nubes negras. Detrás de la niebla apareció el desastre más temido, el de los destrozos en las milpas. Al comienzo del verano todos reiteraban en La Florida y Las Canoas otomíes lo que decía Casimiro Alonso. “Nuna eiá xungú detha habú. Habrá mucho maíz. Este año las matas crecen bonitas, vale la pena meterles trabajo para desyerbar. Habrá más maíz que en 2019, el año de la sequía grande. No hay parte donde haya faltado el agua”. El viernes 20 de agosto, víspera del huracán, ya espigaban las milpas, ya aparecían los xilotl, ya estaban llenando los elotes. Cuatro horas de vendaval acostaron las cañas por dondequiera o el aire arremolinado desbarató las milpas. En otras partes, milagrosamente quedaron de pie, según los caprichos del viento.

Del mismo modo, cientos de sabinos y pinos cayeron sobre los cables de la luz. De toda la región se fue la electricidad. Se fueron sumando las noticias de los derrumbes en las terracerías, en El Batha y en El Manzano, en La Pesma y Cerro Chato, en Helechales y Los Naranjos.

La tormenta huracán estaba anunciada desde antes de cruzar la península de Yucatán por Cancún. El pronóstico del punto de entrada fue preciso en anunciar la trayectoria por el Golfo de México hacia Poza Rica. Pero las instituciones reaccionaron como si no se supiera. La CFE tardó seis días en prender la luz en la cabecera de Huayacocotla y dos semanas en restaurar la electricidad en las comunidades, poste por poste, cable por cable, trabajosamente. La Sedena, con su Plan DN3-E, llegó a asomarse a la sierra a cinco días del desastre. La Marina Armada estrenó su intervención con la caída de su helicóptero en Agua Blanca, con veinte funcionarios a bordo, antes de comenzar el reparto de despensas.

Ya la gente de las comunidades había empezado a destapar parte de las brechas organizando las fainas y con trascabos alquilados por los ayuntamientos. Los de Tzicatlán armaron con troncos y tablas de ingeniería comunitaria un puente de madera de veinte metros para conectar la punta del puente de concreto, desprendido de la orilla del río Vinazco. Trescientos abrieron paso en un lodazal por El Agua de la Gallina para comunicar hacia el Tundó.

También Radio Huayacocotla encendió sus plantas de luz para repartir la información que llegaba de comunidades todavía sin caminos, desde Xilotla y Tonalixco náhuatl y desde Pueblo Nuevo, To’ho y Micuá otomíes y para comunicar las comunidades indígenas de toda la sierra y con los emigrantes en México, Pachuca, Monterrey, Nueva York y Washington.

El huracán Grace también desnuda y revela el lugar que ocupan para la atención pública y para los gobiernos estas sierras marginadas. Los funcionarios se arriman a trompicones, fingiendo planes inexistentes. El gobierno estatal divorciado del federal, el registro del seguro de catástrofes de Agrocampo por un lado y el programa de apoyos de la Secretaría del Bienestar por otro. Presión a los Servidores de la Nación a ir casa por casa a censar sin descanso y con plazo de cuatro días, pero sin formatos de registro suficientes. Pretensión de entregar directo a cada “beneficiario” pero repartiendo finalmente láminas y despensas con mediación de ediles municipales nada confiables.

Grace se enmarca en una temporada de huracanes que ya corresponde a la inflexión del cambio climático. El primer anuncio fue el del huracán Linda en el Pacífico el 15 de agosto con fuertes vientos, pero alejado de las costas. Luego Harry, llegado como tormenta tropical a Nueva York. Sergio Téllez, emigrante otomí de Amaxac, sacó humor de la tragedia para comentar: “Harry se vino hasta el Bronx de mojado y abandonó a su novia Grace. Por eso ella se enojó y se fue contra Veracruz”. A pocos días de GraceNora pasó devastando las costas de Michoacán, Jalisco, Colima y Sinaloa. Enseguida, Ida pegó en Luisiana en el 16 aniversario del huracán Katrina para cruzar hacia el noreste, golpear Pensilvania e inundar el metro de Manhattan y las calles de Queens. La gente de Nueva York evoca el huracán Sandy del 2012, que dejó sin luz una semana a 35 calles de la Gran Manzana después de matar a 147 personas en Estados Unidos. Detrás viene Larry, sobre la misma trayectoria de Ida con ominosos presagios. Linda, Harry, Grace, Nora, Ida Larry, seis tormentas huracanes en menos de tres semanas. Nunca antes experimentado.

Con razón reitera Verónica Villa del Grupo ETC, monitor crítico de la sociedad tecnológica y promotor de los procesos del Buen Vivir: a estos huracanes no se les puede llamar “fenómenos naturales”. Son fenómenos sociales causados por la acción humana y la tecnología sin censura, por la contaminación que produce el calentamiento global y de la aguas y de allí el aumento de la fuerza de los huracanes. Grace fue la parte que les tocó a los náhuatl, otomíes, tepehuas y totonacos de Veracruz, Hidalgo y Puebla en la Sierra Madre Oriental: los pueblos que mantuvieron floreciente el ecosistema del golfo por milenios, para que nunca pasara lo que está pasando.

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Alfredo Zepeda, escritor y jesuita, ha vivido y trabajado con las comunidades de la Sierra de Veracruz durante décadas. Participa activamente en Radio Huaya, pionera de las radios comunitarias. Autor de Ojarasca, fue asesor del EZLN en los Diálogos de San Andrés.

 

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