Monterrey, Nuevo León
Agosto de 2021
MARTHA
Era primavera. El calor de la Sultana del Norte apenas comenzaba a sentirse, pero subir al camión con aire acondicionado era el anhelo más urgente que tenía “Martha” aquella tarde. Encontrar asiento o ir de pie no importaba. Lo interesante era subir al camión y refrescarse un poco después de aquella difícil mañana donde caminó muchas calles buscando trabajo y no lo encontró. Era jueves. Su cuarto día en la ciudad, pero no estaba triste. Sabía que algo encontraría lo más pronto. Mientras, subió al camión y se sentó mirando la ventana. Minutos después se dio cuenta que la parada donde debió bajarse había quedado muy atrás. Se paró enseguida para gritar al chofer que se detuviera. “Algunos camiones llevan timbre de aviso y yo olvidé eso, así que grité. El chofer me escuchó muchas calles después. Nadie más dijo nada. Para eso el camión ya iba lleno y a quien le pedí permiso para dirigirme al pasillo se molestó por mis gritos. Ya cuando al fin estaba llegando a la puerta trasera del carro, escuché a alguien gritar: ‘mensa chiriwilla’”.
Ese fue el primer día que “Martha” escuchó la palabra que le persigue casi todos los días y todas las tardes de los fines de semana en los parques que visita en Monterrey. “Yo pensé que era así como decir: chava, morra. Es algo que en la ciudad de donde vengo se escucha. Creí que era algo así. Por eso no hice caso. Después mis amigas me dijeron su significado”. La palabra “chiriwilla”, en Nuevo León, es común escucharla en colonias populares con el fin de dirigirse de manera despectiva a aquellas personas (hombre o mujer) que provienen del sur del país, específicamente de zonas indígenas. Tratan con ello de ridiculizar y hacer sentir inferiores a quienes los regios creen que llegan a “quitarles el trabajo, llenar los parques con sus ventas de ambulantes o adueñarse de la Alameda”.
Con la mirada perdida y voz tenue, “Martha” contó que al enterarse que chiriwilla significaba ser morena y tonta por ser de origen mixteco, se enojó. “Ese día del camión me estaban insultando y no lo supe. Me enojé, pero además del coraje que sentí, en realidad lograron hacerme sentir menos. Me puse triste, y aún siento agachar la cabeza cuando alguien me lo grita”.
ALI Y ANA
En 2018, un grupo de jóvenes mujeres que se preparaban para marchar el 8 de marzo dentro del movimiento feminista, notaron que su participación en años anteriores había pasado desapercibida y buscaban hacer notar a su contingente, sobre todo a las poblaciones de mujeres indígenas que vivían en el estado, tanto migrantes como ciudadanas ya nacidas en Nuevo León, a las que ellas también pertenecían. “Ali y Ana”, originarias del estado de Veracruz y la Ciudad de México, hablantes de náhuatl y mazahua, respectivamente, fueron las fundadoras de la Colectiva “Las Chiriwillas” en Nuevo León. Ambas han sido, desde los 13 años, voluntarias en programas sociales de organizaciones diversas para mejora de su comunidad. Hoy, 12 años después, encabezan círculos de mujeres en diferentes colonias de Escobedo, Santa Catarina, Guadalupe y Monterrey.
“Reflexionamos sobre cómo nos llamaban aquí en el estado, entonces decidimos tomar la palabra “chiriwillas” y resignificarla, darle otro valor, otro sentido y decirlo. Sí, nos apropiamos de la palabra, no nos da pena, no nos da vergüenza, no nos da miedo”, resaltó Ali.
Ambas han tenido su propio camino y proceso de deconstrucción. “Para mí tampoco era fácil decir ‘oye, soy de una comunidad, oye, soy chiriwilla’, por decirlo de alguna manera, pero el haber estado como voluntaria en diferentes organizaciones fue donde yo reconocí el valor cultural que tenemos. Sabemos que hay usos y costumbres que violentan derechos, sí, es cierto, pero también le das un valor a lo que ya tienes. A tu identidad y tus derechos”, mencionó Ana. Lo que empezó con dos círculos de mujeres en diferentes casas de la colonia Colinas del Topo Chico en Escobedo, hoy suman cinco círculos con 12 mujeres en cada uno y en diferentes puntos de la zona metropolitana donde trabajan semanalmente, además de llevar a cabo una asamblea comunitaria al mes. Se basan en el feminismo comunitario, donde resaltan la participación ciudadana de las mujeres indígenas y de colonias populares iniciando con la cuestión de la identidad, el autocuidado, el autoconocimiento, la dignidad colectiva, la participación comunitaria, hasta llegar a la participación ciudadana.
“Nunca nos ha tocado ver una mujer que no vea su realidad porque saben lo que significa ser mujer indígena aquí en Monterrey: cuando salen a vender, cuando van al trabajo, a la escuela, cuando viene una organización que pretende ayudar, entonces nunca nos ha tocado una mujer que diga que no necesita nada y todo está bien”, enfatizó Ali. El camino de reflexión colectiva las ha llevado a trabajar desde el nivel personal para que, sin importar su origen, las mujeres tengan las mismas oportunidades de salud, empleo, educación, cultura y esparcimiento. La meta es lograr que cada día menos mujeres deserten de su trabajo o escuela por escuchar palabras como: Oaxaca, chiriwilla, india, indígena, y sigan desarrollándose sin sentirse lastimadas por los estereotipos como ha sucedido en varias ocasiones.
LAS CHIRIWILLAS
“Las chiriwillas existimos y resistimos”, es el lema que se lee en su página de Facebook, misma en donde publican sus actividades, y también donde hombres y mujeres dejan sus escritos de repudio hacia ellas.
Ali resaltó el momento en que hicieron presencia en Facebook como colectiva, y todos aquellos comentarios discriminatorios que recibieron y siguen recibiendo. “Hacer un pronunciamiento de por qué nos llamamos así provocó muchos comentarios negativos, muchas personas mencionaron que Nuevo León ya es el ‘Reyno de los Chiriwillos’, que les vendamos las jicaletas con chamoy o los tacos al pastor. Suelen preguntarnos qué nos genera a nosotros ser indígena en Nuevo León, pero a nosotras no nos genera nada. Les genera a ellos, a ellos les genera incomodidad. Si posteo ‘soy Chiriwilla y existo’, nos señalan de rateras, flojas, pero no se dan cuenta que puedo ser buena persona, una ratera también, o muy trabajadora, sociable o muy sangrona, pero es por el simple hecho de que soy una persona, por eso nada más, pero no nos posicionan ahí”.
Ana señaló que incluso existen radios locales, como la 93.3 FM, donde en diversos programas convocan a regios y “chiriwillos” para llamar y opinar si la presencia de éstos últi mos en la Sultana del Norte es justificada o no. “Creo que los medios juegan un papel muy importante y eso hace un gran empuje y refuerzo en tener una sociedad tan estereotipada en el norte del país”.
Por otro lado, en redes sociales se pudo observar varias encuestas abiertas sobre el significado específico de la palabra, donde destacan respuestas discriminatorias y peyorativas. Acusan a los foráneos de “robarle el trabajo al regio, ser flojos, de no querer estudiar más allá de la secundaria al estar en la gran ciudad y de ganar un sueldo promedio”. Durante la redacción de este escrito se llevó a cabo una encuesta a 50 personas ubicadas en la zona metropolitana de Nuevo León, entre 18 y 30 años de edad, originarios de Monterrey, San Luis Potosí, Hidalgo, Chiapas y Tabasco; más de la mitad señaló usar la palabra “chiriwilla o chiriwillo” para molestar a otro compañero, compañera, vecina, vecino o persona conocido, pero aceptó desconocer el significado específico de la palabra, y saben que se utiliza para ridiculizar al foráneo por venir de fuera y tener trabajos pocos formales, expresar su falta de cultura o ganas de estudiar. Siete personas dijeron no usarla ni conocer su significado, mientras que el resto indicó haberla escuchado de otras personas hacia ellos, pero no conocer el porqué de la expresión. En 2010 Nuevo León ganó el primer lugar en discriminación hacia indígenas y foráneos según la encuesta de ENADIS. De los 62 pueblos originarios que existen en México, Nuevo León cuenta con la presencia de 56, entre ellos: mixteco, huasteco, otomí, náhuatl y mazahua.
En agosto de 2019, Nuevo León se reconoció legalmente como un estado multicultural e indígena, pero en la realidad no sucede. Poco más de 37 mil son mujeres hablantes de una lengua indígena, mismas que continúan enfrentándose a problemas de empleo formal, educación y salud.
Al terminar este escrito, fui en busca de “Martha” para tomarle una foto. Nos habíamos visto pero no teníamos confianza y ella no dejó retratarse. Me dijo que tenía 3 años intentando estudiar la preparatoria, pero su trabajo era de “siete por 24” y ya se había encariñado con los 3 niños que cuidaba. Después de 4 años en la ciudad ya se había acostumbrado al clima tan diferente al de Puebla.
Toqué la puerta de la casa donde la encontré, tardaron en atenderme y la “señora de la casa” fue quien abrió. “Se fue”, me dijo, “que porque quiere estudiar, ¿tú crees?”, señaló en tono molesto. Yo asentí, me di la vuelta y sonreí por ella.
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