Nueva York. Pedacitos de papel llovían del cielo, llevados por el viento desde las Torres Gemelas en Manhattan a Brooklyn, como mil mensajes sin sentido de la torre de Babel en esta ciudad de más de 200 idiomas, en esa transparente mañana del 11 de septiembre con la cual amanecería algo llamado “la guerra global contra el terror”.
Todos sentían la inmensa gravedad de lo que había sucedido pero nadie sabía quién, cómo, por qué, ante la tragedia que poco a poco sumaría más de 3 mil trabajadores, patrones, limpiadores, bomberos, estudiantes, artistas, hijos, padres, hermanos. Y a pesar del estallido de solidaridad y abrazos entre desconocidos para salvar a otros durante los primeros días, del apoyo mutuo y la fraternidad que inundó la ciudad, también ya se sentía la ominosa sensación de que se preparaba la muerte para cosechar a miles, decenas de miles, cientos de miles más trabajadores, patrones, limpiadores, bomberos, estudiantes, artistas, hijos, padres, hermanos que perecerían en otros lados del mundo como consecuencia, primero Afganistán, despues Irak y otros frentes de esa “guerra contra el terror”.
Noam Chomsky, entrevistado por La Jornada 48 horas despues de los atentados, sintetizó las implicaciones inmediatas: “El ataque terrorista (a Estados Unidos) fue un asalto mayor contra los pueblos pobres y oprimidos de todo el mundo. Los palestinos serán aplastados por esto. Es un regalo a la derecha dura jingoísta estadunidense, y también a la de Israel. Y la respuesta planeada será lo mismo, será un regalo a Bin Laden... el tipo de acción de represalia que se está planeando es justo lo que él y sus amigos están buscando. Exactamente las cosas que promoverá un apoyo masivo y que llevará a más, y tal vez peores, ataques terroristas, lo cual entonces llevará a una creciente intensificación de la guerra.”. [https://www.jornada.com.mx/2001/09/15/006n1mun.html]. Más tarde advirtió: “En general, las atrocidades y la reacción ante ellas fortalecen a los elementos más brutales y represivos en todas partes”.
Casi de inmediato, Washington proclamó su nueva “guerra global contra el terror” a nombre de los que perecieron en la llamada zona cero en Nueva York, los héroes de un tercer avión que dieron su vidas al hacerlo caer sobre un campo en Pensilvania, y en el Pentágono.
Pero de los escombros tambien surgió una creciente ola de opositores a esa nueva aventura imperial que, encabezada por familiares de las víctimas, proclamó en respuesta a Washington “no en nuestro nombre”. Las movilizaciones antiguerra más masivas de la historia moderna -algunos calculan que el 15 de febrero de 2003 participaron casi 15 millones alrededor del mundo- no fueron suficientes para frenar lea ampliación de la nueva guerra “sagrada” contra “el mal”.
¿Qué cambió con lo que fue el primer ataque bélico desde el extranjero contra el territorio de Estados Unidos desde 1812? El superpoder no podía tolerar nunca un ataque desde el exterior y de inmediato la maquinaria de guerra, incluyendo su propaganda, fue encendida. Casi toda la cúpula política de ambos partidos promovieron, o fueron obligados, a subordinarse al canto bélico patriótico, con el presidente George W. Bush dejando claro: “quien no esté con nosotros está con el enemigo”.
Desde entonces, Estados Unidos ha generado guerras y realizado operaciones “anti terroristas” en unos 85 países las cuales han incluido programas de asesinato vía drones, acciones encubiertas y el uso de fuerzas especiales clandestinas, incluyendo secuestros y desapariciones de “sospechosos” en cualquier parte del planeta. Se legalizó y se empleo la tortura en centros clandestinos en lugares como Afganistán y otros países y se estableció el campo de concentración en Guantánamo, el cual sigue existiendo. Ese primer año después del 11-s, el Pentágono detuvo a más de 2 mil 700 personas en el extranjero -unos 600 de estos fueron trasladados a Guantánamo
Esa guerra global tiene un frente interno tambien. Se promovió la Ley Patriota con la cual se empezó a condicionar y hasta violar las libertades civiles dentro del país. En los primeros días, cientos -tal vez miles- de inmigrantes árabes y musulmanes fueron detenidos de manera arbitraria y se les incomunicó. Una reforma migratoria que estaba a punto de ser celebrada por Estados Unidos y México fue destruida por los atentados, y ahora los inmigrantes en general se volvieron sospechosos como posibles “terroristas”.
Los crímenes de odio en su contra se proliferaron por todo el país, nutridos por la retórica oficial -comercios árabes, incluyendo carritos de comida y taxis- colocaban enormes banderas estadunidenses como escudos sobre sus tiendas y vehículos.
Se estableció una nueva entidad federal masiva -la más grande despues del Pentágono- llamada Secretaría de Seguridad Interna (DHS) dentro de la cual se colocó las agencias de control migratorio, fronteras entre otras. Se elaboraron listas de sospechosos a quienes no se les permitía en vuelos comerciales o ingresar al país.
De ahí se desarrollaron e implementaron los masivos sistemas de espionaje ciudadano dentro y fuera de Estados Unidos, revelados después por Edward Snowden y otros. “El pánico nos hizo políticamente vulnerables, y esa vulnerabilidad fue explotada por nuestro propio gobierno para darse la autorización de ampliar sus poderes de manera radical”, comentó Snowden a The Guardian recientemente.
Esa “guerra contra el terror” continúa 20 años después. El presidente Joe Biden proclamó en fin de la guerra solo en Afganistán el 30 de agosto, pero no de la “guerra contra el terror”, la cual, dejó claro, procedería en toda esquina del mundo.
A pesar de lo ocurrido a lo largo de estos 20 años. la derrota de Estados Unidos en Afganistán -aunque no todos “perdieron”: el complejo militar-industrial ganó más de 2 billones en contratos durante esa guerra-, la invasión de un país, Irak, que no tuvo nada que ver con el 11-s, bombardeos y operaciones clandestinas en decenas de lugares alrededor del planeta, Washington alerta que no sólo persiste la amenaza terrorista internacional, sino ahora es acompañada por una aún más peligrosa que proviene desde adentro del país encabezada por estadunidenses ultraderechistas, entre ellos neonazis.
Mas de ocho de cada diez estadunidenses opinan que el 11-s cambió a su país de una manera duradera; un 46 por ciento cree que el cambio fue para mal, y sólo 33 por ciento opina que ese cambio fue positivo, según una encuesta del Washington Post/ABC News de esta semana. Sólo un 49 por ciento cree que el país está más seguro ante el terrorismo que antes del 11-s.
O sea, en el vigésimo aniversario del 11-s y su “guerra global”, cientos de miles de muertos, millones desplazados y billones en costos, nadie está más seguro. Tal vez, dentro y fuera de este país, todo lo contrario.