El documental híbrido actualmente recorre la ruta de Hernán Cortés, atravesando siete estados en una gira de proyecciones especiales acompañadas de conversatorios. Como parte de esta gira, su director comparte sus recuerdos del viaje por esta misma ruta que emprendió, hace tres años.
14. LORENA y FÁTIMA
Malintzin nos acecha a lo largo de la historia, acaparando casi por completo nuestra imagen de las mujeres en aquellos años trastornados del siglo XVI. En México la hemos maldecido durante generaciones como la peor de las traidoras, pero hace poco, he notado que cada vez tiene más defensores. Será porque comprendemos un poco más de su historia, o por el trabajo que han hecho las compañeras feministas de generar conciencia sobre el patriarcado. Malintzin fue entregada como esclava siendo aún niña. Creció entre varias culturas, llegando a dominar el maya, el náhuatl, y eventualmente el español. De la mano de su habilidad lingüística y su sagacidad, se hizo imprescindible en la empresa de Cortés. Era tan valiosa para el capitán, que durante la campaña contra los mexicas no permitió que nadie la tocara. Cuando aseguró la caída del imperio, Cortés la embarazó y aseguró el futuro de Malintzin y a su hijo por medio de un matrimonio provechoso con uno de sus oficiales.
Pienso en esta mujer fascinante y llena de tenacidad, que supo superar un contexto increíblemente sexista, y trato de imaginar a todas aquellas mujeres anónimas que no corrieron la misma suerte. Ellas, las que fueron entregadas en encomiendas, las que sólo cambiaron de señor sin lograr transformar su estatus, ellas que tuvieron que sobrevivir desde los escaños más bajos de las leyes de pura sangre. Pienso en esas mujeres y llego hasta Fátima Quintana Gutiérrez, de 12 años, ultrajada y asesinada por sus vecinos al regresar del turno matutino de la escuela en el 2015.
La historia de Fátima me la contó su propia madre, a lo largo de tres horas de conversación, en el cuarto de un hotel en la Ciudad de México. La señora Lorena vivía en la clandestinidad por las amenazas de muerte relacionadas al caso, y estaba en la capital de pasadita, presentando su situación ante los legisladores del país. Era una entre varias madres que caminan juntas en el infierno, en una sororidad del dolor y la indignación de las mujeres que han descubierto en carne propia que el feminicidio es el pan de cada día en México.
Muchos que han visto la película recalcan esta escena como algo que nos lleva al límite de lo insoportable. Recuerdo nítidamente las horas que nos sentamos con ella en esa suite, mientras la señora Lorena desgranaba, con su voz firme y valiente, los detalles su holocausto personal: esa sensación de querer escapar, de aventarse por la ventana, de gritar con todo el pecho para ensordecer el horror, arrancarse las orejas y ya no escuchar ni un segundo más las atrocidades que devoraron a Fátima. Recuerdo que el Conquistador apareció en una avenida con el tráfico en hora pico, aturdido, y no supo qué hacer con esta carga de dolor que vino a reventar su universo. Recuerdo cuando por fin nos despedimos de la señora Lore y nos miró con su rostro moreno hermoso y sus ojos lindos, penetrándonos a través de una pátina de miles de horas de llanto y coraje:
“Muchachos, ojalá que nunca los hubiera tenido que conocer.”
15. TENOCHTITLAN y LA DESPEDIDA
Nuestra basura perdura en el tiempo y encarna el futuro. Será por eso que me encantan los basureros. Hay algo en nuestros despojos que nos revela y nos dibuja. La basura, ¿es necesaria? ¿Tiene que ser tanta? ¿Qué será de ella a pasar de los siglos de los siglos? El Conquistador camina sobre la cordillera fétida de Xochiaca, bañado por la luz menguante del atardecer. Con la ayuda de los cerros y el paisaje, entiende que está pisando el antiguo lecho del Lago de Texcoco, el manto de vida cristalina que rodeaba el corazón de la Gran Tenochtitlan. Golpeado por el desfase entre aquel hermoso recuerdo y los escombros del presente, el Conquistador se vuelve loco.
Rodamos intentando ignorar el olor a pestilencia rancia. Para esta visita se nos había unido otro querido amigo, el productor Andrew Houchens, que puso a prueba su buena vibra cuando le tocó rescatar la armadura del Conquistador del fondo de una barranca asquerosa, después de que este que se encuerara, aventando su peto por los aires, loco de al tiro, perdido entre la la porquería. Inmerso en aquella cochambre monumental, es imposible no darse cuenta de la ausencia del progreso y de tantos ideales que se suponen son la marca de nuestro tiempo. Es muy difícil no extrañar, en el imaginario del corazón, otro tiempo cuando mi querida ciudad era otra, un tiempo en el que la ecología y la urbanización no se retaban a un duelo a muerte. Quizás este es uno de los secretos de nuestra nostalgia por el imperio azteca. Sabemos, en el fondo, que en algún momento pretérito nuestra vida ha sido mejor y más bella.
Habíamos llegado a la capital, al final del camino, sin encontrar la clave de la historia de México, de quienes fueron en verdad los malos, y si acaso existieron los buenos. Nos despedimos del Conquistador sin admiración, pero sí con el cariño que impone el viajar juntos, y llevé a mi compa Edu de vuelta al aeropuerto, al avión intercontinental que lo regresaría a las tardes de oro vainilla de Madrid. Me alejé pensando en los muchos detalles de esa guerra de 1521, las plagas, los enormes ejércitos empotrados en canoas, la estrategia del sitio de la ciudad, la desesperación de los vencidos atizados por la hambruna, la fundación de la primera universidad de América, la Nao de Manila y su cordón umbilical que ató a China a nuestro continente y le dio el empujón de arranque al capitalismo moderno, la joya humana que es el Códice Florentino, y aquellos otros testimonios menos afortunados que se perdieron en el camino de los siglos en que se afianzó y prosperó el proyecto colonial. Todas y tantas cosas contradictorias, preciosas, que jamás lograremos comprender del todo, y que por fortuna no caben dentro de una sola película.