A la memoria de mi amigo y
camarada Luis Arizmendi (1964-2021)
Los virus sociales e históricos del capitalismo
La existencia de microparásitos patógenos ha sido, es y será una realidad; en este caso se trata de virus que causan estragos en los organismos humanos: pestes, plagas, epidemias y pandemias. Pero los virus no son entes meramente bioquímicos, también son sociales (económicos, políticos, culturales) e históricos; cada sociedad y cada época los incuba, los genera, los enfrenta y les da su “tratamiento” (médico-sanitario, por ejemplo); además está la parte sensible práctica: la corporeidad humana, que es clave para entender y actuar respecto a la morbosidad que se produce en la interacción patógenos-cuerpos; interacción que dentro de lo histórico-epocal dará los elementos para comprender y accionar con y en las epidemias.
Los patógenos surgidos en el sistema capitalista, por lo tanto, adquieren sus rasgos, y en la fase de crisis multidimensional y decadencia epocal de éste, los microparásitos y los eco-cuerpos humanos se tornan unos virulentos y otros vulnerables, especialmente desde la implantación del neoliberalismo y la consolidación completa del mercado global capitalista, basado en una neoacumulación salvaje: en la segunda parte de la década de los años setenta del siglo XX y su expresión epidémica del Sida a principios de los ochenta, entramos a nivel real e imaginario a un período de pandemia de epidemias o sindémico. Así, en el plano del imaginario podemos encontrar todo un arsenal de novelas, relatos, guiones y especialmente películas donde se vislumbran y proyectan catástrofes, hecatombes, colapsos y apocalipsis que se ciernen sobre la humanidad y el planeta; las guerras nucleares, la devastación ecológica y los microbios y virus aparecen como las principales causantes: juntas, combinadas o dando paso a una u otra de ellas.
Los virus del capitalismo, pues, han estado con nosotros con mayor intensidad y fatalidad a nivel material-real y ficticio-imaginario en estos últimos decenios. Ahora que estamos en plena pandemia “covidiana”, sin poder resolverla aún en ninguno de sus aspectos ‒médico, político, social y económico‒, vale la pena hacer un ejercicio comparativo crítico entre el SARS-Cov-2 y el virus de la película de ciencia ficción 12 monos, difundida a nivel mundial hace veinticinco años (1996), para sacar breves conclusiones de la emergencia planetaria preapocalítptica en que nos encontramos, bajo la subsunción global del capitalismo actual.
El virus SARS-Cov-2: la hipótesis zoonótico-mercantil
El surgimiento del actual coronavirus de la pandemia de Covid-19, según cierto consenso, fue resultado, digamos, de un salto “accidental” de animales a humanos, debido a la producción, tráfico y consumo de animales silvestres, raros y/o exóticos que se convierten en apetecibles (para mejorar la salud, por estatus o por afición) en ciertas regiones debido a sus cualidades para pieles, platillos, medicamentos y manjares sui generis; los animales son demandados y entran a los mercados como bienes o, mejor dicho, mercancías buscadas y finalmente realizadas en su función de satisfacer necesidades tanto de los adquirientes –para guisarlas y comerlas o para curtir sus pieles– como de quienes las consiguen en lugares no comunes (ecosistemas, granjas, criaderos específicos que se ubican generalmente en regiones rurales pobres) y también, por supuesto, de los vendedores o comerciantes. El intercambio y compraventa de la carne de esos animales ya es antiguo; sin embargo, en los últimos años, debido al aumento de la población, el tráfico se ha expandido, lo que implica muchas veces que para obtener la materia prima haya destrucción ilegal y acrecentada de hábitats y ecosistemas. Esos mercados abiertos, semiclandestinos, así como mercados negros presenciales y en línea han crecido considerablemente, pues además de ser destinados para alimento y medicamento, dichos animales también se comercian para hacer ropa, adornos, amuletos, etcétera; así, quienes los producen obtienen recursos económicos que les hacen falta y quienes los compran pueden consumirlos o reutilizarlos. En cada uno de los pasos de obtención, extracción, producción, distribución y mercadeo se suelen descuidar las medidas de higiene, por lo que se generan vectores y cadenas de transmisión de microparásitos a través de estos animales, tales como monos, pangolines, murciélagos, ratas, ranas, marmotas, perros mapaches, visones, zorros, osos y hasta tigres y cocodrilos (casi todos provenientes de criaderos y granjas).
Se estima que casi setenta y cinco por ciento de la industria de cría de vida silvestre en China está destinada a la producción de pieles de animales; en 2018, 50 millones de animales fueron criados y sacrificados para ello. En ese año, la industria de la cría de vida silvestre creó empleos para más de 20 millones de personas y genera más de 76 mil millones de dólares.
Precisamente, el mercado de especies silvestres de Wuhan, provincia de Hubei, es quizás el más grande y diverso, donde se venden toda clase de animales salvajes y exóticos y sus productos; igualmente suele estar muy surtido y abarrotado el enorme mercado mayorista de mariscos de Huanan, en Wuhan. Se ha manejado la hipótesis de que el virus SARS-Cov2 es producto de zoonosis, específicamente por tráfico mercaderil humano en China y/o en otros países.
El virus de 12 monos: la hipótesis científico-terrorista del apocalipsis
Situémonos en la trama de 12 monos, película dirigida por Terry Gilliam, con guion de David y Janet Peoples, para comparar la apocalíptica situación que plantea esta cinta a causa de la invasión planetaria de un mortífero virus, con la pandemia actual del SARS-Cov-2. Comencemos recordando que, en la actual pandemia de 2019, ha habido un sector importante de disidentes y críticos llamados “negacionistas” y/o “conspiracionistas”, que la han caracterizado como “plandemia”, principalmente porque han encontrado muchas coincidencias y pronósticos de que ya estaba prevista y posiblemente planeada por élites de gente poderosa, como el club de Bilderberg y agoreros como el multimillonario y pseudo altruista Bill Gates. Además, el peligro para la humanidad de una epidemia catastrófica también había sido anunciada por visionarios como Stephen Hawking o Noam Chomsky, y ha sido abordada preventiva y recreativamente por escritores y cineastas. Este es el caso del guion de 12 monos –recompuesto por los hermanos Peoples a partir de una producción francesa estrenada en 1962, llamada La Jetté, del cineasta y guionista Chris Mark–, que nos sitúa en 1996, cuando un trastornado médico ayudante del director (Dr. Peters) de un laboratorio virológico de alta seguridad en la ciudad de Filadelfia, se roba un virus altamente peligroso para esparcirlo por varias ciudades populosas del planeta, causando una hecatombe poblacional de 5 mil millones de seres humanos y haciendo inhabitable la superficie del planeta para los seres humanos que sobreviven (porque para otras especies dicho virus no es patógeno y por ello es que pueblan las deshabitadas ciudades del mundo). Es un (corona) virus de alta letalidad que se difunde por el aire; así, los sobrevivientes de ese apocalipsis viral tienen que vivir en las entrañas de la tierra, tratando de buscar la manera de neutralizar la virulencia de ese fatal virus que fue producido artificialmente. En los túneles subterráneos se reagrupa una élite de tecnocientíficos que tiene la hipótesis de que el causante fue un grupo de terroristas que se hacían pasar por ecologistas radicales llamados “El ejército 12 monos”. Para el año 2036, la tecnología de ese grupo de poder ya está muy desarrollada en lo que hace a la teletransportación y el viaje por el tiempo, de modo que buscan a un “voluntario” dotado de una gran memoria entre los prisioneros y lo encuentran en James Cole, a quien instruyen y preparan para la misión de descubrir y obtener datos o muestras del virus (para desarrollar un antídoto) y, si es posible, impedir que el “ejército” realice la fechoría catastrófica. El “voluntario” tempo-viajero, en efecto, es un superdotado pero se encuentra demasiado atormentado por sus propios imaginarios y sueños, y también por las pruebas, hostigamientos y vigilancia a que lo someten los expertos de su tiempo futuro. Cada vez que viaja al pasado su mente se confunde más, queriendo negar su presente-futuro y deseando quedarse en su presente-pasado, debido a que en 1996, año en el que se ubica su principal objetivo, todavía no ocurría la hecatombe y la superficie de la tierra (calles, jardines, campo, aire) era vivible; además, se enamora de su expsiquiatra, la doctora Railly (a quien conoció en un hospital psiquiátrico en 1990, en un primer viaje al pasado), quien logra convencerse de la realidad de la misión de su amado y expaciente y, finalmente, le ayuda a encontrar a la “banda de los 12 monos” (liderada por Jefrey Goines, el hijo del virólogo genetista jefe del laboratorio de alta seguridad). Sin embargo, descubren que los miembros de aquella banda no eran los terroristas de bioarmas, sino sólo ecologistas radicales que secuestran al padre de su líder porque experimentaba con animales, y lo que querían, y finalmente logran, era liberar animales encerrados. Mientras el doctor Peters lleva a cabo su perversa y fatal fechoría sin que el intento de detenerlo por parte de la pareja de enamorados fructifique, el viajero es asesinado en el intento y finalmente se cumple el destino de la hecatómbica mortandad masiva y el exterminio del noventa por ciento de la humanidad, a causa del mortífero virus experimental.
La lección final
Así pues, en 12 monos, el apocalipsis por un virus que causa enfermedad letal es el tema central y su peculiaridad es que dicho virus fue experimentalmente diseñado en laboratorio, como una potencial arma para una bioguerra que se realizó terroristamente como tal: como guerra contra la humanidad y su oikos, de tal manera que los trastornos mentales y emocionales encarnados en el cuerpo-mente del doctor Peters, que lo llevaron a robar y liberar el virus, no fueron sólo culpa de su malévola mente y de su enfermiza personalidad, sino que en buena medida son producto de su horizonte epocal, es decir de su sociedad y su época, que no es otra que la sociedad neoliberal, industrialista, capitalista e imperialista que somete a la tecnociencia a su dictact.
La conexión que vislumbramos de ambos virus trastornadores y peligrosos consiste en que, por un lado, el virus de los 12 monos, es decir el tecnocientífico de laboratorio (resultado a una tecnociencia sometida/manipulada y soltado por una experto psicológicamente dañado) y, por el otro, el virus SARS-Cov-2, o sea el coronavirus zoonótico (producto de la destrucción ecosistémica y difundido por el tráfico de mercados), es la siguiente: los dos provienen y se perfeccionan en tipos de sociedades capitalistas decadentes y en colapso, ambos son virus que las retratan y expresan en la ciencia ficción y en la realidad: el de 12 monos finalmente ya realizado como virus capitalista apocalíptico (destructor del medio ambiente humano y de la gran mayoría de la humanidad) y el SARS-Cov-2 en vías de realización, como un virus que hace realidad el colapso climático-social capitalogénico que emerge de una zoonosis mercantil y, a la vez, sintetiza el preapocalipsis planetario capitalista actual.
Hoy en día, el SARS-Cov-2 tiene ya muchos mutantes y no sólo eso, sino que tendrá posibles gemelos que, si no paramos ahora tal colapso preapocalíptico, podrían tener resultados similares al virus de 12 monos: podrían ser tanto zoonóticos como tecno-virológicos, y finalmente llevarían a exterminios masivos de la humanidad planetaria. Si los virus del capitalismo decadente y colapsado de hoy se dejan crecer, las controversiales misiones salvadoras de las supermáquinas del tiempo que se presentan como opciones futuristas en 12 monos serán insuficientes y fracasarán, como lo muestra la distopía de la película. Dicho de manera contundente: si no revolucionamos el necrocapitalismo preapocalíptico destructor vigente a favor de ecosistemas humanos y de la vida, el destino del colapso final lo tenemos dibujado en la ciencia ficción fatalista.