Altamirano es la figura literaria de mayor relieve en su época, tanto por su obra personal como por su incansable labor en la ciencia y la cultura, así como por la influencia que ejerció en estimular a los escritores de varias generaciones.
Juan Rulfo
En la historia de todas las naciones encontramos biografías de personas que, procedentes de la raíz del árbol popular, escalan por sus ramas hasta convertirse en hojas, flores y frutos, personajes modelo que aportan identidad a la memoria cultural del país. En condiciones sociales adversas encuentran vías para salir de su entorno, recorren el enmarañado tronco social a base de impulsos formativos y, con esfuerzo y dedicación, llegan a lugares distantes del origen. Así, desarrollan su voluntad a lo largo del trayecto y adquieren una visión integral que les permite salirse de sí mismos para vislumbrar el molde colectivo. Entonces descubren su misión, asumen el papel que tienen reservado, se entregan a él con energía y alcanzan su destino. Al final, sus obras permanecen, se integran en el inventario de identidad del pueblo como frutos maduros del árbol cultural de un país.
Ignacio Manuel Altamirano es uno de esos personajes, un hombre singular procedente del medio rural indígena que llegó a ser una de las figuras culturales más importantes del siglo xix mexicano. Un erudito que dedicó su vida a conformar un modelo de identidad nacional ejerciendo distintas actividades: maestro y abogado, combatiente civil y militar, periodista y literato, diputado, magistrado y diplomático. En todas estas funciones realizó su labor, comprometido con el ideario liberal en pos de la construcción de un proyecto de nación republicano, independiente y federalista, que amparase todos los estratos sociales de la nación.
Consciente de que el primer reto consistía en lograr un sistema educativo de calidad, eficaz e incluyente, Altamirano fue promotor de la instrucción pública como clave para desterrar la ignorancia y alcanzar un sistema democrático representativo pleno y fecundo. Con este fin, planteó la creación de la escuela normal de educadores como vivero de maestros capacitados para ser impulsores del cambio en la sociedad mexicana.
El presente estudio trata sobre el trabajo global realizado por Altamirano durante su vida, centrándose con más atención en su labor como escritor. La mayoría de sus textos tuvieron como soporte y divulgación publicaciones periodísticas, un medio al que se dedicó desde su juventud. Los interesados en profundizar en el conocimiento de la obra de Altamirano encontrarán caminos para hacerlo: ya sea a través de la fuente original o de los numerosos estudios que han analizado su intensa labor y generoso legado.
Apuntes biográficos
Mi pueblo es Tixtla, que se enorgullece de haber visto nacer en su seno a aquel egregio insurgente y gran padre de la patria que se llamó Vicente Guerrero.
I. M. Altamirano
Ignacio Manuel Altamirano nació en 1834, en el seno de una familia indígena. A los catorce años ingresó como becario en el Instituto Literario de Toluca, allí aprendió a hablar español. A la vez que estudiaba se desempeñó como bibliotecario, circunstancia que aprovechó para leer a los clásicos griegos y latinos, a los enciclopedistas y novelistas franceses; el efecto de esas lecturas se hace evidente en su posterior obra literaria. Otra importante influencia en este período fue su contacto con el maestro Ignacio Ramírez, quien, según palabras del propio discípulo, “era en toda la amplitud de la palabra, una enseñanza enciclopédica, y los que la recibimos aprendimos más en ella, que lo que pudimos aprender en el curso entero de los demás estudios. Allí se formó nuestro carácter”. De este modo, el joven Altamirano se instruye en el pensamiento humanista como base para forjar su propio criterio sobre la educación y el conocimiento.
En 1852, Altamirano fue expulsado del Instituto a causa de unos textos considerados subversivos por las autoridades del centro, publicados en el periódico escolar que él mismo había fundado. Pasó los meses siguientes trabajando como maestro en rancherías de la región de Cuautla y Yautepec. En 1854, tras la proclamación del Plan de Ayutla, tomó parte en el levantamiento contra la dictadura de López de Santa Anna. Al año siguiente ingresaba en el Colegio Nacional San Juan de Letrán para cursar estudios de derecho y, al concluirlos, ejerció como profesor de latín. En esta etapa escribe gran parte de su producción poética.
Durante aquellos años hizo prácticas como abogado y se introdujo en medios políticos y periodísticos del entorno de Francisco Zarco (El Siglo xix). Tras los fusilamientos de Tacubaya (1859), donde son asesinados algunos de sus compañeros, salió de la capital con destino a Tixtla, donde se une al grupo liberal del estado y escribe artículos políticos en el periódico Eco de la Reforma. En 1861 participó en el sitio de Chilapa y fue elegido diputado al Congreso de la Nación por Guerrero. Altamirano se desempeña como un político recto y combativo, siendo reelecto en el ’63. Posteriormente se hace asesor militar de la División del Sur, trabaja como juez de primera instancia en Acapulco y se incorpora a la resistencia contra la intervención francesa. Juárez le otorga despacho de coronel de auxiliares, se integra en la división del general Riva Palacio y toma parte en el sitio de Querétaro, que termina con la caída de Maximiliano.
En septiembre de 1867 formó con Ignacio Ramírez el periódico El Correo de México, que se posicionaba en contra de la reelección de Juárez, en defensa de los principios democráticos y la lealtad republicana. En diciembre fue elegido fiscal de la Suprema Corte y,
a partir de 1868, sus artículos dejaron de lado la política para dedicarse a promover la literatura mexicana, estancada tras diez años de guerra civil. Organiza con otros escritores las Veladas Literarias y en el ’69 funda el periódico semanal El Renacimiento. Escribe novelas, crónicas culturales, ensayos y crítica literaria, textos que aparecen en revistas y publicaciones periódicas de la época.
En 1873 es reelegido magistrado de la Suprema Corte; organiza y preside liceos, participa en asociaciones literarias y científicas. Trabaja como profesor de historia y filosofía en la Escuela Nacional Preparatoria e imparte clases de oratoria y literatura en la Escuela de Jurisprudencia. En 1880 funda el diario La República, reanudando su actividad en círculos políticos. Al año siguiente es elegido diputado del congreso constitucional y centra su esfuerzo en promover la creación de la Escuela Normal de Profesores.
A raíz de la reelección de Porfirio Díaz (1884), Altamirano pierde protagonismo en los medios periodísticos donde había mantenido una presencia constante en las últimas décadas. Tras haber sido durante “más de veintidós años el adalid más famoso de las letras patrias” –en palabras de
Francisco Sosa–, sale de México en 1889 al ser
nombrado cónsul en Barcelona. En 1891, el gobierno francés le condecora por su trabajo en favor de la instrucción pública y en febrero de 1893 fallece en San Remo, Italia, a causa del empeoramiento de sus enfermedades.
Obra literaria
La novela es el gran libro de la experiencia del mundo.
I. M. Altamirano
El trabajo como escritor de Ignacio m. Altamirano se desenvuelve en casi todos los géneros literarios. Muy joven comienza a ejercitarse en la oratoria; su primer discurso data del 16 de septiembre de 1855, cuando es elegido por las autoridades de Cuautla para hablar en la ceremonia conmemorativa de la independencia. Posteriormente, desarrolla su retórica a través de numerosas intervenciones parlamentarias; entre ellas, un discutido alegato contra la ley de amnistía de 1861, donde señala la costumbre mexicana de perdonar a los traidores: “¿Se castiga al asesino de un hombre, al ladrón de un caballo, y no hay pena para el que incendia pueblos enteros, roba los caudales públicos y vierte a torrentes la sangre mexicana?”
Altamirano fue autor prolífico en diferentes campos, su obra ha sido recopilada de manera global por la historiadora Nicole Giron y editada en veinticuatro volúmenes por la sep. Para hablar de esta impresionante obra hay que comenzar por la poesía, género literario que Altamirano cultivó en su juventud. Los poemas fluían ante la observación de la naturaleza o motivados por la muerte de “Carmen”, musa de sus composiciones líricas; también escribió poesía social y de denuncia. Su obra poética fue reunida por el autor en Rimas (1a edición en El Federalista: 1871).
Si la poesía fue esencia de juventud, la obra narrativa de Altamirano es cosecha de madurez. Escribe novelas y relatos donde incorpora a las tramas argumentales sus experiencias y su ideario. En Clemencia (El Renacimiento: 1869), hace alusión a las campañas militares contra los franceses y al espíritu patriótico; Navidad en las montañas (Álbum de Navidad: 1871) trata sobre convivencia social y labor educativa en un ambiente de añoranzas y recuerdos. En El Zarco (Ed. Ballescá: 1901), subtitulado “episodios de la vida mexicana en 1861-63”, describe su conocimiento geográfico y sociológico de la zona rural de Yautepec. Sobre esta novela, Juan Rulfo comenta: “por su concepción estética y cualidades formales está considerada la primera novela moderna mexicana” (1982).
Altamirano escribe un cuarteto de narraciones sobre el sentimiento amoroso, que componen los llamados Cuentos de invierno. La primera, Una noche de julio, que posteriormente titulará Julia, es una variación menor de Clemencia, que se publica en Siglo xix (1870). En El Domingo aparecen dos más: Antonia (1872), cuento de amores adolescentes en un ambiente rural tras la derrota de Santa Anna; y Beatriz (1873), narración inconclusa que enmarca el tema amoroso en un vetusto colegio colonial; “los estudiantes no debían saber más que lo que se les quería enseñar”. Completa el cuarteto Atenea (1889), relato inacabado donde el autor cambia el habitual escenario patrio por Venecia y elabora un texto con perfil modernista.
En el conjunto de la obra literaria de Altamirano se aprecian influencias del romanticismo y el realismo, combinadas con su enfoque particular de
la literatura. El elemento romántico, sustentado en desengaños y amores no correspondidos, caracteriza no sólo su poesía sino también las novelas y relatos. En su obra aflora el componente sensual y erótico del amor: “comprendí que la aurora del amor es el deseo” (Antonia); “El amor vive de
los sentidos” (Atenea). Utiliza la palabra como vehículo de divulgación de ideas, medio de denuncia y herramienta para educar y transmitir valores sociales. El autor tiene una visión vanguardista del oficio literario y su propuesta sugiere traspasar fronteras entre géneros.
Podemos considerar a Ignacio m. Altamirano precursor de un estilo creativo que usa la perspectiva histórica para difundir criterios ideológicos. Sus novelas más populares se desarrollan en un contexto de realidad que repasa acontecimientos políticos y sociales. En este sentido, Julio Moguel afirma que el escritor guerrerense es “un caso notable en el manejo de la historia para hacer literatura y de la literatura para hacer historia”; destaca la manera de emparejar ambas doctrinas, una característica que “no tiene parangón en la historia de nuestras letras” (“Altamirano: novelista-historiador”, 2013).
El periodismo, medio difusor de la literatura
Es la ocasión de hacer de la bella literatura un arma de defensa.
I. M. Altamirano
La labor de Altamirano como periodista representa un aporte básico para la construcción y el desarrollo del pensamiento mexicano del siglo xix. Además, las publicaciones periódicas son para el escritor un espacio donde imprime y difunde su obra. Se involucra en la fundación de periódicos y su contribución más significativa en este medio es la revista literaria semanal El Renacimiento que, según José Luis Martínez, “es el documento que mejor sintetiza el carácter literario y aún cultural de toda una época” (La expresión nacional, 1955).
El Renacimiento surgió como consecuencia de las Veladas Literarias, punto de encuentro de escritores que Altamirano había organizado, junto a Ignacio Ramírez el Nigromante y Guillermo Prieto, durante los meses previos a su aparición. Salió a la calle en enero de 1869, con el objetivo de ser un foro de expresión e integración que sirviera de base para la formación de una literatura mexicana propia, aglutinando ideas y tendencias en un contexto histórico de cambios políticos y sociales. En sus páginas tuvieron cabida todos los escritores del momento, con el propósito de consumar la emancipación de la cultura mexicana frente a las corrientes europeístas.
Al frente de esta experiencia de reconciliación cultural e identidad creativa, estaba la figura
de Ignacio m. Altamirano, ejerciendo de catalizador entre la diversidad de colaboradores del proyecto. La portada de la revista, una litografía realizada por Hesiquio Iriarte, muestra un Ave Fénix remontando el vuelo entre cenizas, símbolo del renacer de la literatura tras los conflictos bélicos. En El Renacimiento se publicaron semanalmente, durante un año, poesías, ensayos, crónicas y reseñas de un centenar de colaboradores. En el último número, de diciembre del ’69, se dedica una amplia nota necrológica a Francisco Zarco, consejero de la publicación. Aunque su duración puede parecer efímera, la influencia que El Renacimiento tiene en las letras nacionales es significativa y marca el comienzo de la nueva literatura mexicana.
Altamirano realizó crítica literaria en varios periódicos, estimulando siempre a los escritores jóvenes. También publicó una serie de crónicas, que llamaba “revistas”, y multitud de ensayos. A través de esos textos hace un recorrido por la literatura mexicana y de otros países, recupera costumbres y tradiciones, reseña acontecimientos culturales, sociales y artísticos. Todos ellos están recopilados en “Escritos de literatura y arte” (Obras completas xvi).
Capítulo aparte merece su faceta como historiador, desarrollada a través de una serie de textos escritos en el último decenio de su vida. Escribe tres “cuadros históricos” dedicados a Morelos, aparecidos en El Republicano; las biografías de Hidalgo, Cuauhtémoc e Ignacio Ramírez, así como numerosos trabajos historiográficos entre los que destaca la Revista histórica y política (1821-1882), un trabajo publicado en Nueva York en 1883, concebido para difundir y mejorar el conocimiento de México en el exterior.
Para terminar este estudio citamos de nuevo a José Luis Martínez y a Juan Rulfo, que nos dan a conocer su opinión sobre Ignacio Manuel Altamirano: el ensayista e historiador afirma que Altamirano es “el espíritu más noble y lúcido con que contó la literatura mexicana en el siglo xix”; por su parte, el escritor jalisciense comenta que “su intensa lucha por lograr una literatura de valores nacionales auténticos contribuyó a unificar a numerosos escritores con distintas tendencias ideológicas y diferencias políticas. Su preocupación estética y su anticolonialismo cultural fueron las bases para que México creara una identidad propia.”
El presente trabajo busca, como objetivo final, promover la lectura de la obra de Ignacio Manuel Altamirano entre quienes no la conozcan, y su relectura a los muchos que hayan tenido un contacto previo con ella. Leer y releer a Altamirano y a otros autores mexicanos del siglo xix, como Guillermo Prieto, Francisco Zarco o Ignacio Ramírez el Nigromante, nos ayudará a entender la historia y la realidad actual que vivimos en México.