Los palestinos hemos pasado décadas de humillación, injusticias y maltrato. En 1948 fuimos expulsados de nuestra tierra: más de 600 aldeas fueron destruidas por completo, cientos de miles de nosotros fuimos asesinados o desterrados. Casi 800 mil terminamos viviendo como refugiados en diferentes lugares del planeta. Esto ocurrió a la vista de la comunidad internacional, que nos ha prometido un Estado soberano en la quinta parte de nuestro territorio original. Esa decisión fue aceptada apenas en la década de 1990 por palestinos que creían en una solución de dos estados.
Unos 26 años después, miramos las condiciones del prometido Estado de Palestina y observamos una Cisjordania dividida y ocupada por cientos de miles de colonos que viven en asentamientos construidos sobre los escombros de hogares palestinos. Vemos que la existencia del pueblo palestino es un infierno en vida. Vemos que la franja de Gaza lleva más de 14 años en un bloqueo que nos priva de condiciones básicas de vida. También hemos padecido tres grandes ofensivas contra este pequeño territorio, que dieron muerte, destruyeron o traumatizaron a miles de nuestros compatriotas.
Y vemos que Jerusalén Oriental, con sus sitios más sagrados –para musulmanes y cristianos por igual–, está bajo amenaza constante, y que los colonos se adueñan de hogares y barrios palestinos. En fechas recientes comenzaron a atacar Sheikh Jarrah, tratando de arrebatar más hogares de familias palestinas. Todo el mundo lo vio. Nadie intervino. En una de las noches más sagradas del ramadán, Israel decidió expulsar a decenas de miles de fieles que oraban en Al Aqsa. En su mayoría eran palestinos. Todo el mundo vio el uso brutal del poder militar israelí. Una vez más, nadie intervino.
Las violentas escenas en Sheikh Jarrah y en el complejo de Al Aqsa han encendido un fuego en los corazones palestinos; no sólo en la Palestina histórica, sino también en todas partes del planeta. Mientras nos manifestábamos en Akka, Jaffa, Nazaret y Cisjordania, se lanzaron cohetes desde Gaza para exigir que se pusiera fin a las atrocidades en Jerusalén. La respuesta del ejército israelí fue atacar Gaza aún con mayor violencia que en ofensivas previas. Los bombardeos alcanzaron manzanas de torres, departamentos, edificios del gobierno y de la policía… incluso calles enteras. A la fecha, por lo menos 200 palestinos han perecido, entre ellos 58 niños, y 10 personas en Israel, incluidos dos niños.
Todo el mundo lo ve. Nadie interviene. ¿Cuánto tiempo más el mundo permanecerá sin hacer nada mientras Gaza sufre de este modo?
El pueblo de Gaza necesita más que declaraciones y resoluciones, mientras Israel recibe armas que nos matan y aterrorizan. En primer lugar, soy padre, y siquiatra en segundo. Mi sueño es que los niños vivan, crezcan y aprendan en un lugar seguro. Es el mismo sueño de cada uno de los pacientes que atiendo.
Habrá más de ellos hoy… y mañana. Mi trabajo es dar esperanza. Así pues, les digo lo mismo que a mis hijos y mi esposa: que esta injusticia contra los palestinos dure ya siete décadas no la vuelve normal. El mundo se llena cada vez más de personas que no la aceptan como algo normal. Habrá un cambio
.
Se requiere acción política concreta ahora para poner fin, no sólo a los letales bombardeos actuales, sino también a esta ocupación ilegal y al estado de sitio al que Israel somete a Gaza. La comunidad internacional debe cumplir su promesa de un Estado palestino.
Todo país civilizado debe reconocernos. Nuestras condiciones de vida bajo el sitio son una afrenta a la dignidad humana. Yo digo a mis hijos y a mis pacientes que los palestinos tenemos derecho a vivir como cualquier otro pueblo en el mundo: en paz, con dignidad y con pleno disfrute de nuestros derechos. Llegará el día
, les digo. Y tengo que creerlo: después de todo, soy padre, y no puedo soportar que mis hijos sigan viviendo así.
*Director general del Programa Comunitario de Salud Mental de Gaza.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya