Ciudad de México. Vivimos un momento sin precedente en la historia de Estados Unidos, un momento sobre el cual nuestros hijos y nietos leerán en sus libros de historia. Hemos resistido la peor crisis de salud pública en más de 100 años, con más de 600 mil muertes relacionadas con el Covid, y el peor colapso económico desde la Gran Depresión de la década de los años 30. Hemos visto a millones de estadunidenses marchar en las calles para poner fin al racismo sistémico y a la brutalidad policiaca. Continuamos enfrentando la amenaza existencial del cambio climático a nuestro planeta, cuyo futuro está literalmente en juego. Y hemos vivido una violenta insurrección contra nuestra democracia en el Capitolio nacional y un fuerte movimiento de derecha hacia el autoritarismo.
Hoy, en Kentucky, en Vermont y por todo el país, la mitad de nuestra población apenas la libra con lo que gana, y millones tienen salarios de hambre. Unos 90 millones carecen de seguridad social y no pueden pagar un médico privado, mientras a uno de cada cuatro le resulta imposible costear el escandaloso precio de las medicinas de prescripción.
Pese a una economía global extremadamente competitiva, cientos de miles de jóvenes de la clase trabajadora son incapaces de costearse estudios universitarios y muchos millones luchan con los indignantes niveles de deuda estudiantil.
Más de medio millón de estadunidenses carecen de un hogar, la gentrificación arrasa con el país, 18 millones de hogares gastan en vivienda por lo menos 50 por ciento de sus limitados ingresos y millones tienen el temor de ser desahuciados. Aunque parezca increíble, hemos visto por todo el país, incluyendo mi ciudad de Burlington, Vermont, familias haciendo cola para recibir paquetes de alimentos de beneficiencia.
En términos de educación, millones de jóvenes, entre ellos mis siete nietos, se han visto forzados a perder clases a causa de la pandemia y de la interrupción sin precedente de la educación en este país. Ha sido, hasta ahora, con mucho, el año más doloroso en la historia moderna de Estados Unidos. Pero seamos claros: no todo el mundo sufre en este país. Mientras decenas de millones han vivido en la desesperación económica, los muy acaudalados han llegado a niveles obscenos de riqueza.
Durante esta horrible pandemia, 650 multimillonarios estadunidenses han incrementado su riqueza en más de un billón de dólares. Hoy en Estados Unidos, dos personas poseen más riqueza que el 40 por ciento más pobre, mientras el uno por ciento más rico posee más bienes que el 92 por ciento más pobre de la población. Este es un momento crucial en la historia del país. En los meses siguientes tenemos que tomar una decisión fundamental.
¿Construiremos un gobierno, una economía y una sociedad que funcione para todos y no sólo para el uno por ciento? ¿O continuaremos descendiendo hacia la oligarquía y el autoritarismo en los que un pequeño número de poderosos multimillonarios poseen y controlan una parte significativa de la economía y ejercen enorme influencia sobre la vida política del país?
Es momento de crear una economía y un gobierno que funcione para todos, no sólo para la clase multimillonaria y para los acaudalados donantes a las campañas políticas. ¿Qué significa esto en términos concretos? Significa que debemos elevar el salario mínimo federal del nivel de hambre de 7.25 dólares por hora a 15 dólares por hora, y dar a 32 millones de trabajadores el aumento de sueldo que tanto necesitan. Un empleo debe sacarnos de la pobreza, no mantenernos en ella. Significa crear una economía de pleno empleo, creando millones de puestos de trabajo con buenas remuneraciones para reconstruir nuestra debilitada infraestructura, construir viviendas accesibles, modernizar nuestras escuelas, combatir el cambio climático y hacer grandes inversiones en eficiencia energética y para la energía renovable.
Significa poner fin a la vergüenza internacional de ser el único país grande que no garantiza el derecho a la salud ni concede permisos con goce de sueldo por incapacidad o por asuntos familiares a sus trabajadores.
Significa una reforma humanitaria sobre inmigración y un camino hacia la ciudadanía. Ya no podemos tolerar que en esta nación vivan niños con el temor de que un día sus padres no estarán con ellos cuando vuelvan a casa. Significa poner fin al racismo sistémico con una reforma de la justicia penal y poniendo fin a la desastrosa guerra a las drogas. Sí, debemos legalizar la mariguana y eliminar los registros policiacos de arrestos por posesión. Debemos abolir las prisiones y centros de detención privados y poner fin a las fianzas en efectivo. Basta de lucrar metiendo personas a la cárcel.
La elección es muy clara. Si creemos en una democracia vibrante y no en el autoritarismo, si creemos que todos los estadunidenses tienen derecho a la seguridad económica y que debemos ponernos del lado de las familias trabajadoras del país; si creemos que todas las personas, sea cual fuere su raza, país de origen u orientación sexual, tienen derecho a la igualdad ante la justicia; si creemos en la sanidad ambiental y la necesidad de combatir el cambio climático, la elección es clara. Vayamos al frente, construyamos el movimiento progresista y creemos un gobierno que funcione para todos, y no sólo para unos cuantos.
* Bernie Sanders es senador federal por Vermont y preside el Comité sobre Presupuesto. Fue precandidato presidencial en 2016 y 2020.
Traducción: Jorge Anaya