En los primeros días de enero de 1994, el subcomandante Marcos vio, no sin sorpresa, a Blanche Petrich bajar de su caballo en lo alto de la selva chiapaneca. Primera mujer en entrevistarlo, Blanche se ganó su respeto porque la reportera (como le gusta que la llamen), ya había cubierto el primer conflicto migratorio masivo de los indígenas guatemaltecos sobrevivientes de las masacres de los gobiernos de Romeo Lucas García y Ríos Mont. Los guatemaltecos permanecieron en Chiapas para conservar su identidad. Ya Blanche se había dado a conocer por sus grandes reportajes cuando los gobiernos de México y Guatemala acordaron su regreso y Blanche compartió las duras condiciones de su regreso entre selvas y barrancos.
Blanche fue también la primera en entrevistar al obispo Samuel Ruiz, y guardo entre mis tesoros sus reportajes sobre Haití por su empatía con una de las poblaciones más abandonadas del mundo. Hace años visité ese país y me asombró ver en la carretera un anuncio espectacular en francés: On défrise les cheveux
(Aquí se desenchina el cabello). ¿Cómo era posible que en un país tan dejado de la mano de Dios a los haitianos les interesara alaciarse el cabello?
A Blanche, el peligro le hace los mandados. Carlos Septién García, su maestro, la tomaría en brazos para apretarla contra su corazón. A los 68 años, Blanche sigue enfrentando los peligros de la naturaleza con tal de reportar los conflictos armados de Centroamérica y de México. Si hay un proceso de paz, ahí está ella en primera fila con toda la esperanza reflejada en su bello rostro de mujer inteligente. Además, desafiarse a sí misma, retar al peligro es la esencia misma de su vida. Tú nunca vas a vencerme
. Es la Juana de Arco mexicana, la hermana de los Flores Magón, la Adelita de nuestra Revolución, la estrella de Telesur, la Hermila Galindo de la Constitución, la que defiende los derechos humanos y políticos de los pueblos de América Latina. Y de Haití.
Hace años, su maestro, Miguel Ángel Granados Chapa, contó en un programa de Radio Universidad que una mañana, en el Aeropuerto Benito Juárez, hacía fila cansado y de mal humor para recibir su boleto, y que de pronto vio a Blanche en otra fila esperando, como él, y esa sola visión de la capacidad de resistir que inspira Blanche Petrich le devolvió el coraje. No es casualidad que Blanche sea periodista.
–Blanche, ¿qué significa para ti ser la cronista número uno de las luchas de América Latina?
–Había una tradición en mi familia materna, porque mi bisabuelo, Delio Moreno Cantón fundó la Revista de Yucatán. Estuvo muy ligado al diarismo del siglo pasado. Yo pensaba dedicarme a las letras clásicas, pero como estudié high school en vez de secundaria, no pude entrar a la Universidad Nacional Autónoma de México y entré a la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Ahí me di cuenta que el periodismo era lo mío. Pasé de ser una joven aislada a conectarme con lo que sucedía a mi alrededor. Adquirí el hábito de leer periódicos. Mi papá recibía el Excélsior, de Julio Scherer, y en la práctica cotidiana, me apasioné por lo que sucedía en México y en América Latina.
–En general, los periodistas y escritores se inclinan por Estados Unidos, y tú elegiste Centroamérica.
–Creo que fue la coyuntura histórica de nuestra generación. Así como a la anterior, a la tuya, le apasionó la revolución cubana, a nosotros nos tocó una Centroamérica de guerras civiles muy cruentas: la nicaragüense, la guatemalteca, la salvadoreña. En Centroamérica había un proyecto de revolución que a mí y a muchos nos movió el tapete. También tuvieron que ver los periodistas con quienes trabajé. En el Unomásuno tuve una conexión muy fuerte con los sandinistas durante los años de la insurrección y revolución, Stella Caloni, Carmen Lira. En El Salvador también. Toda una generación de guatemaltecos refugiados en México ejerció una influencia muy fuerte en mi periodismo e hicieron que yo mirara con mucha atención lo que sucedía en Centroamérica; por eso me involucré tanto.
–¿No miraste al norte como la mayoría?
–Claro, las noticias internacionales me llamaban la atención, pero la política de México con el PRI omnipresente me dio flojera. Sentía que no pasaba gran cosa; México no ofrecía grandes historias como otros países.
“Mi vocación se fue definiendo a través de la comunidad de periodistas con quienes conviví; el espíritu latinoamericanista que ahora se ha diluido mucho. Estados Unidos es, desde luego, un país superinteresante que genera muchísima información, pero siento que lo vemos desde una perspectiva latinoamericana y, por tanto, tenemos una comprensión distinta del país. Las noticias que salían de Centroamérica hacia Europa y los principales medios estadunidenses contaban la historia de cómo el comunismo amenazaba al continente a través de guerrilleros que eran marxistas y de izquierda. El comunismo fue la perspectiva del norte, pero la nuestra, la mía sigue siendo latinoamericana. Veíamos un fenómeno que nada tenía que ver con la Unión Soviética y su influencia en el mundo occidental, sino uno que tenía todo que ver con la revolución de campesinos, de maestros, de cristianos, de la Teología de la Liberación, hombres y mujeres que buscaban acabar con gobiernos como el guatemalteco, de explotación feudal de las comunidades indígenas y campesinas y una brutal división de clases.
Siempre me apasionó ver las cosas desde esa perspectiva y a través de los reportajes tener un argumento que hacer valer ante la opinión pública. Fui desarrollando esa conciencia a lo largo de mis reportajes y también lo hicieron mis compañeros.
–Todos de izquierda…
–Me metí de clavado en las historias de Centroamérica. Después me di cuenta del efecto de mi trabajo y de mi compromiso.
–Blanche, después de tu interés por Centroamérica, te inclinaste por lo que sucedió en Chiapas y por don Samuel y los indígenas, porque recuerdo que me contaste que cuando llegaste a lo más alto de la selva, en el sitio mismo en el que te había citado el subcomandante Marcos, el trayecto a caballo fue tan pesado que por primera vez en tu vida pensaste que no te ibas a poder ni bajar del caballo.
Levantamiento zapatista
–Tuve la suerte de que en La Jornada, muy al principio, se seguían mucho las historias de la frontera sur. No sólo La Jornada seguía la guerra en Guatemala, sino también la historia del desplazamiento masivo y los refugiados guatemaltecos en Chiapas... Resultó un campo de trabajo muy rico y yo me volqué totalmente a reportear, entrevistar, consignar. Iba constantemente a Chiapas, y cuando desplazaron a los refugiados a Campeche y a Quintana Roo también viajé con ellos. Me identifiqué mucho con ese tema y por eso conocí mejor el trabajo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, porque el obispo Samuel Ruiz también tenía un compromiso muy fuerte con ellos; los trabajadores de la diócesis hicieron un papel muy importante al rescatar del espanto y la muerte a todas estas masas de refugiados guatemaltecos. También en los recorridos empecé a conocer la geografía chiapaneca.
–La de Rosario Castellanos…
–Rosario Castellanos te hace sentir que Chiapas tiene más que ver con Guatemala que con el resto de México. Eso lo fui descubriendo antes de que estallara la insurrección zapatista, en 1994, que causó sensación no sólo entre periodistas, sino en el mundo entero. No queríamos perdernos nada, ser testigos presenciales de este movimiento maravilloso que fue un gran sacudimiento para nuestra generación y para México. Siento que el zapatismo nos rescató de la enorme desesperanza que teníamos de lo que era el México de entonces.
–El mundo entero quería estar en Chiapas.
–Periodísticamente, no resistí la tentación, tenía que estar ahí. Me empeñé mucho y fue increíble. Soy muy feliz trabajando esos temas.
–Fuiste la primera en entrevistar al subcomandante Marcos, pero también a Ramona, la comandante. Te llevaban por toda la selva, con los ojos vendados, llovía; me contaste alguna vez que viviste días enteros totalmente empapada y nunca pudiste cambiarte de ropa.
–Eso sí fue así, pero la entrevista fue con Elio Henríquez. La entrevista nos la dio a nosotros y al fotógrafo Antonio Turok. Yo creo que por lo que significaba La Jornada, por su trabajo desde el primer momento, la respuesta que dio La Jornada al levantamiento zapatista, el EZLN y el subcomandante Marcos decidieron que la primera entrevista sería para nosotros, La Jornada. Así fue como Carlos Payán y Carmen Lira decidieron enviarme. Nunca hay que olvidar que también el trabajo que hacían en el Correo de San Cristóbal de las Casas, con Amado Avendaño, crucial para el Movimiento y para Elio Henríquez, nuestro corresponsal, pero también reportero del periódico de Amado Avendaño.
“Entre los dos hicimos la entrevista. Para llegar al lugar de la charla, totalmente clandestino en ese momento, nos hicieron dar vueltas a caballo, en ciertos tramos nos vendaron los ojos, aunque yo ni de chiste habría reconocido por dónde pasábamos, pero fue parte de esta aventura, ¿no? Fue una aventura que produjo uno de los trabajos periodísticos que a mí me dejó muy satisfecha y a La Jornada le dio un momento muy importante, porque sus lectores reconocieron en masa el compromiso del periódico.”
–Muchos tenían la idea de que la militarización, los rifles de palo eran un invento y la comandanta Ramona otro. ¿Cómo la viste?
–Fíjate que fue increíble, porque en ese grupo de periodistas que fuimos a entrevistarla, yo era la única mujer y la comandante Ramona era la única comandante, jefa del subcomandante, la única comandante del Comité Clandestino Indígena Revolucionario. Ella, tras de su paliacate, me miraba con unos ojitos, y a mí esa mirada me decía tanto, me llamaba tanto, que en un momento dado, aparte de entrevistar a todos los comandantes del Comité Clandestino y aparte del propio subcomandante pedí: ‘Quiero entrevistar a la comandante Ramona aparte’. Hice mi aparte con ella y los compañeros varones periodistas no se interesaron tanto por esa entrevista. Resultó muy complicado, porque ella no hablaba español y yo no hablo tzotzil. Una joven con su uniforme, su fusil y su paliacate hizo de intérprete. Esa historia me reveló la voz de un pueblo entero que se levantaba contra todo el sistema, no sólo la de los hombres con sus botas y sus fusiles, si no las de las mujeres y sus comunidades.
–¿Eso te hizo entender las razones del levantamiento?
–Sí, fue clave para entender lo que significa que todo un pueblo, toda una sociedad se levantara en un movimiento revolucionario. Me encantó, me dejó fascinada ese intercambio con ella. Quién sabe cuántas otras cosas interesantes me habrá dicho que no pescó la traducción, pero en ese momento entendí mucho de cómo funciona una insurrección indígena, sobre todo, porque yo conocía el Chiapas de antes. Tú recordarás que en San Cristóbal de las Casas era una escena muy común ver al hombre caminar por delante con el machete y atrás la mujer cabizbaja con su carga de leña y sus gallinas, siempre atrás, siempre sumisa, los ojos pegados al suelo. De pronto ver a estas mujeres zapatistas frente a ti, levantando la cara y tomando una posición de liderazgo, definía realmente lo que es una revolución desde abajo, una revolución en toda la forma de ser de los pueblos. Tomar la palabra en una asamblea rompía tantas cosas en un mundo de hombres que para Ramona, en San Andrés Larráinzar, asumir el liderazgo, ganarse el respeto y decir frente a los pueblos zapatistas: ‘¡Ya basta!’, inauguró una nueva forma de ser de las mujeres que a partir de ese momento dejaban de caminar un paso atrás de los hombres.
Años más tarde, cuando regresé a reuniones en Oventic, Chiapas, vi que las jóvenes zapatistas eran mayoría y hablaban muy fuerte gracias a la brecha que abrió Ramona.
Legado docente
El amor de Blanche Petrich por su maestro Miguel Ángel Granados Chapa salta a la vista. La cuestión social
fue la materia impartida. “Imagínate, una niña totalmente burguesa, despolitizada, a la que le abren por primera vez esa puerta. Me presentó a Manuel Buendía, con quien también tuve una cercanía muy importante. En Unomásuno seguí a Granados como seguí a Alejandro Avilés, un gran personaje, un amor a quién quise mucho y también me quiso. A los pocos años, al recibirme, di clases de geopolítica de la información, y siento que para los estudiantes mi forma nada académica de abordar la materia fue una novedad y un estímulo: leímos a Wilfred Burchette, Martha Gelhor, Kapuscinski y Robert Fisk; me empeñé en hacerles entender que las nuevas tecnologías nunca van a sustituir a las buenas viejas reglas básicas del periodismo y el contacto con la realidad. Di ese mismo curso en Tabasco, Ciudad Juárez, Pachuca y Quintana Roo, y no recuerdo cuántos lugares más. No sé cuánto le di a mis alumnos, pero ellos me dejaron mucho y estoy muy agradecida con Telesur, con el programa Rompeviento Televisión, con las entrevistas de De este lado en las que dejé la guía del periodismo que me formó e hizo escuela.
–Blanche, ¿va a desaparecer el periodismo escrito?
–Desde hace 20 años profetizan el fin de la era Gutenberg
, pero hasta ahora no ha sucedido. Creo que el periodismo, ya sea en Internet, en plataformas electrónicas o en la televisión de canales, es el que está siendo anacrónico. Lo digital sustituye esas plataformas, pero a final de cuentas, la calidad puede estar en cualquier lado. Son las viejas reglas del periodismo las que siguen siendo totalmente válidas. Se puede hacer buen periodismo escrito, aunque las letras no aparezcan en papel o en una pantalla. Es indispensable que las nuevas generaciones entiendan que no por estar al aire
pueden desistir del esfuerzo de escribir bien y de investigar bien. Si desaparece el papel es lo de menos, las que no pueden desaparecer son las buenas prácticas de la investigación y la escritura.
–¿Sientes que tu problema físico ha sido un desafío o un aliciente en tu carrera? Muchos hablan de tu heroísmo. ¿Cómo lo vives?
–Yo lo he vivido como nada. No ha sido un estorbo ni un aliciente. Soy como cualquiera. Felipe Ehrenberg dio a entender que la discapacidad existe y tenemos que reconocerla, y yo veo a mi discapacidad como un ingrediente más. A veces me canso más que los demás, a veces me duele algo. Creo todos tenemos algunas dificultades qué superar; en mi caso no ha sido nada especial ni terrible. Es algo en lo que no pienso.
–Y logras que los demás lo olviden...
–Tampoco tendrían por qué darme un trato especial. Ya tengo 68 años y me canso. Cuando encuentras gente amable es maravilloso y aceptas su amabilidad con gracia. No hay que rechazar la ayuda. Tu edad no impide que tú, Elena, a los 89 años, trabajes todos los días. Mi hijo ha sido el gran compañero de mi carrera, el que más la ha sufrido. Mis experiencias en Latinoamérica forman parte de mi conocimiento del mundo, y mi hijo, que ya tiene 32 años, lo ha visto a través de mis ojos. Creo que no le ha ido tan mal, y Andrés no puede quejarse.