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Agua color de muerte: Cees Nooteboom en Venecia / La Semanal

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Cees Nooteboom fue galardonado con el Premio Formentor de las Letras 2020. Foto La Jornada / Yazmín Ortega Cortés.
18 de abril de 2021 10:16
Galardonado con el Premio Formentor de las Letras 2020, Cees Nooteboom (La Haya, 1933), recientemente le dedicó un libro a una de sus ciudades predilectas en el mundo: Venecia. La urbe sirve como faro que ilumina aspectos de la existencia del escritor neerlandés. Es bien sabido por los verdaderos viajeros que para conocer una ciudad, incluso la propia, es necesario perderse en ella. Sin duda, Cees Nooteboom ha hecho precisamente eso con Venecia, una de las dos ciudades que más ama, de tal manera que en su obra se percibe tanto su enorme conocimiento sobre su historia, como el pulso que la anima y el alma del viajero que ha sido.

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A Laura, viatrix in civitate Venetae

Todavía lucían mantones negros en honor a Deméter/ en Venecia,/ en mis tiempos,/ mis años mozos.

Ezra Pound, Cantos

 

Ambiciones literarias y estampas venecianas

Recuerdo mi estancia en Venecia y la deslumbrante y lujosa edición italiana, clásica y renacentista, del laberíntico Sueño de Polífilo, de Francesco Colonna (Venecia, 1433-1527), impreso por Aldo Manuzio (Bassiano, c. 1451-Venecia, 1515) en esa ciudad en 1499, un “monumento a la perfección temprana del grabado en madera y a la ilustración de libros”.

Pienso que su armonía inspira admiración y deleite, como la propia urbe. Un “apasionado anhelo de perfección, sabiduría y belleza absolutas”, la suma de múltiples conocimientos y la combinación de texto e imagen aproximan la obra impresa por Aldo Manuzio a las ambiciones literarias y a las mortuorias estampas venecianas, abundantes en agua y leones, de Cees Nooteboom, acompañadas de las fotografías que capturó Simone Sassen (Roermond, 1952), su cónyuge.

 

Las góndolas son atávicas

“Desde mi habitación del primer piso veo un par de gondoleros que a esta hora de la noche aún esperan a turistas, sus negras góndolas meciéndose suavemente en el agua color muerte”, escribió Cees Nooteboom, quien ha manifestado su pasión por Venecia en diversos libros. El líquido del lugar onírico –la excelsa Serenísima– se ha infiltrado siempre en los resquicios de su pensamiento y a lo largo de su obra. En Tenía mil vidas y elegí una sola –selección de textos extraídos de novelas, relatos, poemas y ensayos, editada por Rüdiger Safranski– se lee: “El anacronismo es en Venecia la esencia misma de las cosas; en una iglesia del siglo XIII contemplamos una tumba del XV y un altar del XVIII.” En El enigma de la luz. Un viaje en el arte recuerda a Giovanni Battista Tiepolo, nacido en Venecia en 1696. Una quimera se manifiesta en el libro 533 días: “a la mujer del sueño de Venecia no puedo preguntarle nada, porque no la conozco. Me llegó una postal suya escrita con una caligrafía poderosa, sin remitente. No puedo contestarle”.

En Tumbas de poetas y pensadores se refirió a las de Pound y Brodsky, ubicadas en el veneciano Cimitero di San Michele, la isla de los muertos. Vuelve constantemente a ambas. Nooteboom expresó: “Hemos venido a dar nuestra aquiescencia, a estar cerca de las palabras que ya se han dicho. El que escribió esas palabras murió, pero las palabras mismas siguen viviendo. Podríamos pronunciarlas en voz alta, como si se las dijéramos a otros. Por eso vamos allí: para oír esas palabras en el silencio de la muerte y a pesar de la muerte.”

Cartas a Poseidón está constituido por misivas escritas al dios de las extensiones marinas, que aplaca o encrespa las olas del mar: “A veces me resulta difícil comprender esas historias que se cuentan de ti. No tienen que ver con tu estatua de mármol que se erige junto al Arsenal de Venecia, ni con esa poderosa efigie con el tridente tal como te representan los grandes maestros de la pintura.” En Lluvia roja, el ganador del Premio Formentor de las Letras 2020 vislumbró “una brumosa tarde de octubre en Ámsterdam y seguidamente una tarde gélida, también nublada, en la laguna de Venecia con las lucecitas de la ciudad al fondo. Venecia y Ámsterdam, tal vez las dos ciudades que yo más amaba”.

En el relato “Góndolas” de Los zorros vienen de noche, confirmó: “Las góndolas son atávicas.” Aquello que hace perdurar las formas de vida propias de los antepasados –un atavismo puro– incumbe a toda la capital de la región de Véneto. Y en septiembre de 2018 concluyó, en Sant Lluís, Menorca, su libro Venecia. El león, la ciudad y el agua.

 

Espectros y sombras

“Durante mis paseos por la ciudad, me encuentro por todas partes con el león –en madera, bronce, mármol, yeso–; no hay lugar donde esté ausente”, expuso Cees Nooteboom en Venecia. El león, la ciudad y el agua (fotografías de Simone Sassen, traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal, Siruela, Madrid, 2020), testimonio de su estrecho vínculo con el lugar dotado de extremada elegancia y gravitas, en el que está ubicada la plaza de San Marcos.

El volumen es un mosaico de veintidós reflexiones acerca de la urbe. Libro partícipe de la predilección por la historiografía contemporánea, está compuesto por fragmentos venecianos y por el reflejo sublime de la luz en las admirables fotografías de Sassen.

“La primera vez” trata su inicial visita en 1964, en compañía de una joven estadunidense. Afirma: “El misterioso tejido de la memoria lo archiva todo.” Después, en 1982, llegó a Venecia en el Orient Express. Ese espacio se tornará en parte de su vida. En “Lenta llegada” arriba “al monumento a los partisanos: la gran figura caída de una mujer muerta contra la que rompen las pequeñas olas del Bacino di San Marco”. Las “iglesias de Palladio se alzan como herméticas fortalezas de mármol que los transeúntes rodean como si fueran espectros”. Piensa: “una ciudad cargada de sombras y del recuerdo de sombras, Monteverdi, Proust, Wagner, Mann, Couperus errando en la perpetua proximidad de esa agua negra revestida de muerte, pulida como una lápida de mármol”. Visita la Accademia y es embelesado por Apparizione dell’Eterno de Bonifacio de’ Pitati.

En “Un sueño de poder y dinero” evoca las diez maletas de Louis Couperus (1863-1923), novelista y poeta, uno de los autores más destacados de la literatura neerlandesa, con las que llegó por el Gran Canal; conversa con Petrarca y Boccaccio; se dispone a visitar a los muertos en el cementerio de San Michele. Le entregan “un plano de la muerte” que indica las residencias de Ígor Stravinski, Serguéi Diáguilev, Ezra Pound y Joseph Brodsky, quien escribió: “El agua es la imagen del tiempo.” Nooteboom percibe en Marca de agua una forma de tristeza y resalta la velocidad de la mirada y la melancolía del poeta y ensayista exiliado, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1987.

En “El laberinto pulverizado” declaró: “mañana volveré a perderme, tal como se pierde todo el mundo que viene de fuera: la única manera de llegar a conocerla”.

 

La isla de los muertos

“Turismo antiguo” contiene una imagen que lo cautivó: “Una góndola aún más negra que las otras se dirigía hacia la isla de los muertos de San Michele transportando un féretro cubierto por una tela bordada en oro.” Le pareció un acontecimiento auténtico. En “Imágenes contadas I” se aproxima a Tiepolo en el Palacio Ducal, a Carpaccio y a Guardi en el Museo Correr. “Dos poemas” versa sobre Eugenio Montale y su autoría de “Due prose veneziane”, texto en el que conversa con Hemingway. “La cena desaparecida” profundiza en Paolo Veronese, interrogado por tres inquisidores venecianos.

En “Voces, órgano, lluvia” colige: “Cuando tras los cantos irrumpe el gran órgano, la iglesia entera empieza a vibrar”, “oigo los azotes de la lluvia sobre los altos ventanales, tengo la sensación de estar navegando por una noche peligrosa a bordo de un barco lleno de música, sin temor al naufragio”.

“La ciudad líquida” circunscribe el apartado “El hotel de Kafka”. Nooteboom recuerda que una amiga le contó que en el Hotel Gabrielli Sandwirth, ubicado en un palacio veneciano del siglo XIV, Kafka “escribió su triste carta a Felice.”

“Nombres” despierta el deseo de viajar. “Tras la pista de los pintores” revela que el autor de Rituales debe tomar el vaporetto en Piazzale Roma o atravesar plazas y callejones hasta llegar al Ponte di Rialto.

En “El jardín de Teresa” el escritor nacido en La Haya dice que en El castillo interior, “Teresa habla de las ‘siete moradas’, es decir, siete habitaciones. La terminología de los místicos no es sencilla”. En “Giacomo y Teresa” asevera: “Tuve la oportunidad de alojarme un mes en Venecia en la Fondazione Cini, ubicada en la isla San Giorgio Maggiore, donde no sólo tienen un precioso jardín y una maravillosa biblioteca, sino también un laberinto de plantas en honor a Borges.”

“Juego sin cartas” es la representación de “una voluntad indestructible para sobrevivir contra viento y marea” y en el texto “Entre los leones” explica que el animal tótem de Venecia es el león. Entre imágenes y pensamientos, Nooteboom sabe que el león significa poderío y soberanía, resulta símbolo del sol, el oro, la luz y el verbo.

El autor de Hotel nómada une irremediablemente a la urbe con la extinción de la vida. En el texto “La muerte y Venecia” escribió sobre Joseph Brodsky: “El agua carece de pasado, dijo el poeta judío en esta ciudad llena de agua. Era la ciudad que amaba, la ciudad donde quiso ser enterrado.” El escritor neerlandés escucha, atento, la conversación póstuma entre Pound y Brodsky: el silencio. Y “El cementerio judío” se presenta ante Nooteboom como un enigma y en el texto recuerda a su madre.

En “Alpinismo póstumo” caviló: “Una ciudad donde ha sucedido tanto, donde han vivido tantas personas vivas de toda naturaleza y condición, ha producido también muchas variedades de personas no vivas. Entre los muertos de Venecia, los dux son los alpinistas.” “Imágenes contadas II” incluye La tempestad de Giorgione en la Accademia y un análisis de un cuadro de Tintoretto.

“Despedida incompleta” presenta una lista de forasteros que “llegaron a formar parte, por sus escritos o por sus actos, de la historia de la ciudad, como en su día lo hicieron Montaigne, Byron o Casanova y más adelante Henry James y Ezra Pound, o Peggy Guggenheim, Thomas Mann, Ernest Hemingway y Mary McCarthy, nombres que han adoptado el color de la ciudad porque sus poseedores vivieron en ella o le consagraron su obra.”

“El último día” concluye con un café en la Piazza Santa Margherita. Nooteboom se asociará para siempre con los nombres de Venecia y del cementerio de San Michele –la isla de los muertos–, de “los fondi de los siete muertos y la Laguna Muerta, unos nombres no muy alentadores.” El escritor conjetura: “Los muertos forman parte de este mundo y quien no lo crea es que no ha entendido nada.”

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