Ciudad de México. Si para un adulto es difícil entender las complejidades que impone el fallecimiento de un ser querido por Covid-19, esa dificultad se vuelve aun más grande para los niños, niñas y adolescentes que han perdido a algunos de sus padres por la enfermedad, y quienes en muchas ocasiones deben lidiar sin ayuda con la confusión y el dolor que implica esta pérdida.
Aunque no existen números certeros sobre la cantidad de pequeños que han quedado huérfanos en México debido al coronavirus, la sola edad de la mayoría de las personas fallecidas sugiere que podrían ser varios miles, los cuales padecen no sólo el riesgo de contagio, sino también están en peligro ante fenómenos como la deserción escolar, el trabajo infantil, los embarazos tempranos y el reclutamiento de grupos criminales, alertan especialistas.
“Solitos sacan su sentimiento, como pueden”
Para Verónica Ibarra Sánchez, la muerte de su esposo por Covid-19 hace apenas medio año ha sido un camino muy duro de transitar, pero no menos difícil ha sido para sus hijos de 20, 17 y 11 años, quienes se han refugiado en el mutismo para no hablar de su dolor o lo han sublimado de maneras muy diversas.
Tras haberse contagiado a mediados de 2020, al parecer a través de algunos familiares, Verónica y su esposo trataron de aguantar en casa tanto tiempo como pudieron, por miedo a acudir a una hospital, y aunque en el caso de ella las molestias no pasaron de dolores de cabeza y pérdida del olfato, las fiebres que él comenzó a padecer orillaron a ambos a internarse.
“La temperatura nunca se la pudieron controlar y un doctor me dijo ‘tenemos que intubar a su esposo, porque ya satura poco y le puede dar un paro cardiorrespiratorio. […] Esto fue en el mes de julio y ya de ahí no supe de él”, cuenta Verónica en entrevista con La Jornada.
Tras un periodo de varias semanas de fuerte depresión, comenzó a notar que sus hijos también habían resentido la muerte de su padre, con dolencias tanto físicas como emocionales.
“Mi hijo chiquito desbordaba sus sentimientos con un perrito chihuahua que tenemos: lo besaba, lo abrazaba, le decía que lo quería mucho y todo el tiempo quería cargarlo y estar con él. En la escuela le fue súper mal, reprobó materias y tenía que poner la cámara para que lo vieran, pero no quería hablar ni ver a nadie. Se volvió irritable y le contesta mal a mi mamá y a todos”, narra.
El hijo de 17 años manifestó su pena dejando de comer y durmiendo de forma excesiva, a cualquier hora y lugar, al tiempo que comenzó a hablarle a su madre de que una compañera de la escuela “ya había dejado de sufrir” por haberse suicidado. “Una vez él me preguntó ‘¿por qué la vida es así, de qué se trata la vida?’ No le pude contestar”. El mayor, en apariencia más entero, se esconde entre cobijas a llorar, para no ser visto.
A cinco meses de la muerte de su padre, los tres tienen gripas recurrentes y lesiones físicas que no sanan rápido, lo que podría hablar de un sistema inmunológico deprimido.
“Solitos han ido sacando sus sentimientos como pueden, pero no lo han hecho de todo. No han tratado de hablar conmigo, quizá porque sienten que yo todavía estoy muy mal. [...] Las autoridades deberían fijarse mucho en la ayuda sicológica, porque a los chiquillos esto los está llevando al suicidio, de tanto dolor que tienen en el alma”, lamenta Verónica.
“Nuestros hijos tienen un doble dolor encima y eso los puede llevar a situaciones trágicas. No se les está dando la importancia que debiera a todos estos jovencitos y es bien importante que se tomen en cuenta sus sentimientos”, remarca.
Un ejemplo más de este tipo de afectaciones lo expuso la coordinadora de un centro comunitario infantil del municipio de Ecatepec, estado de México, quien a condición de no mencionar su nombre contó — en un testimonio facilitado por la organización Save the Children México, cómo parte de la campaña niño en duelo (www.enduelo.org)- que entre los usuarios del lugar se encuentra una mujer, madre de una niña de tres años y una joven de 19 años, que el 20 de junio del año pasado sufrió la muerte de su esposo debido al Covid.
Tras el fallecimiento de su padre, la niña pequeña “ha tenido momentos en donde está triste o enojada, hace más berrinches o está durmiendo mucho”. Dentro de la familia “no se ha llevado a cabo una explicación tan detallada de la pérdida y la parte emocional no se ha trabajado”, lamenta.