Óscar Ramírez Salas, Rolly, platica que en 1985, cuando colaboraba en la revista Conecte, se dio cuenta de que el gusto de los lectores nacionales había cambiado. Ya no sólo querían artículos de grupos extranjeros, sino también acerca de rock mexicano. A raíz de estas peticiones, Ramírez propuso a su editor, Arnulfo Flores, tratar a los grupos nacionales de la misma forma que a los de otros países. Todo comenzó con una sección pequeña llamada En busca del rock nacional y, en muy poco tiempo, nació la idea de crear el primer medio de comunicación dedicado únicamente al rock mexicano, ese fue el nacimiento de Banda Rockera. Antes de esto, las revistas nacionales eran un fusil de sus pares del mercado angloparlante.
Banda Rockera
La anécdota es sólo una de entre las cientos que contaron los protagonistas del periodismo musical mexicano del pasado medio siglo que se dieron cita en el Seminario de periodismo y rock en México. Un recuento fue una serie de ponencias impartidas por algunos de los actores que de 1970 a la fecha han marcado el curso del periodismo de rock en México, ya sea en diarios de circulación nacional o en revistas especializadas en el tema. El relato, en las voces deedi José Xavier Návar, Walter Schmidt, José Luis Paredes Pacho, Mauricio Hammer, David Cortés, Hugo García Michel, Julián Woodside, entre otros, cuenta la historia de un México agitado que encontró una válvula de escape en la música.
El encuentro, organizado por David Cortés y Alejandro González Castillo, a seis años de aquella iniciativa,encontró eco y, con el esfuerzo de la Editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León, fue publicado en forma de memorias bajo el nombre El rock también se escribe. Seminario de periodismo y rock en México. Un recuento.
A lo largo de las nueve mesas planeadas y con la participación de 24 especialistas en el tema, más 14 publicaciones especializadas, se describió –a medio camino entre análisis, memoria y ensayo– desde la inocencia de los jóvenes periodistas que traducían artículos y recortaban fotos de revistas como Rolling Stone para alimentar las primeras publicaciones nacionales hasta el nacimiento de medios con contenidos propios como La Mosca, Conecte, Banda Rockera, Nuestro Rock, Switch o Lengua; todas ellas alejadas de la dependencia musical extranjera y centradas cada vez más en la escena nacional. Sin lugar a dudas, un documento imprescindible y trascendente para entender el ejercicio de la crítica musical en México.
Hay que ubicar al rock mexicano en su propio contexto, como es, señaló en su ponencia Walter Schmidt, veterano periodista y cofundador de la mítica banda de post punk mexicana Size. Lo mismo aplica para la letra escrita que ha sido fundamental para mantener a flote al rock y todas las manifestaciones que de él se desprenden, especialmente en aquel momento en donde sólo en las páginas podía ser objeto de divulgación. Con esa consigna, El rock también se escribe está organizado en nueve mesas temáticas en el que cada uno de sus capítulos habla de un momento específico del periodismo musical ligado al rock: desde sus inicios en 1975, el nacimiento de publicaciones como Banda Rockera y Conecte, los años que van de 1986 a 2000, hasta la incursión del periodismo digital, sin olvidar una sección dedicada al fanzine. Este ejercicio concentró una mirada más o menos amplia sobre un quehacer que, en voz de David Cortés y Alejandro González, sus organizadores, aún está en proceso de consolidación, básicamente porque hay un gran desconocimiento de quiénes fueron sus principales artífices y bajo qué condiciones tuvieron que llevar a cabo su trabajo.
De nada sirven las letras si no hay nada que contar
Un patrón emerge a lo largo del libro, a medida que aparecen especialistas tras especialistas en el tema, es que el lector descubre que la historia reciente del periodismo no puede contarse sin la música que le puso letra a la inconformidad de la época en que nació y de su contexto político. Encueramiento, mariguaniza, degenere sexual, mugre, pelos, sangre, se leía en un periódico mexicano en septiembre de 1971, la larga enumeración de descalificativos iba dirigida contra el rock mexicano que pasó por una etapa oscura de represión que atrofió su desarrollo como expresión cultural en, cuando menos, una década. El supuesto degenere de sexo y drogas
, como quiso hacerse parecer el festival, sirvió de pretexto para cancelar reuniones de jóvenes alrededor de la música y desprestigió a la radio, a los estudios de grabación, a las disqueras, a los teatros y, por supuesto, a la prensa. Federico Rubli Kaiser recuerda que, durante su etapa como reportero de la revista México Canta, su editor le ordenó: ya no escribas sobre Avándaro ni sobre rock mexicano, olvídalo, no queremos problemas con las autoridades, mejor escribe sobre rock extranjero que lo hay muy bueno.