La pasión por la escritura
“Cuando lady Ann Sercomb se casó con George Smiley, hacia el final de la guerra, lo describió a sus asombrados amigos de Mayfair como ‘tremendamente vulgar’. Cuando, dos años después, lo abandonó por un cubano, campeón de carreras automovilísticas, declaró enigmáticamente que si no lo hubiera dejado entonces, nunca habría sabido cómo hacerlo, y el vizconde Sawley acudió especialmente a su club para observar que lady Ann ‘también había salido rana’.” Este es el inicio de toda la obra de John le Carré (Dorset, 1931-Cornualles, 2020), cuyo verdadero nombre fue David Cornwell. El pasaje inicial pertenece a Llamada para el muerto (1961).
Smiley, posiblemente el personaje más memorable de la ficción de espionaje, emergió completamente formado en esa primera página, escribió David Ignatius, columnista de The Washington Post. “Con veinticinco novelas y un libro de memorias a sus espaldas, John le Carré se convirtió en el gran maestro de las novelas de espionaje.” Adoptó el nom de plume de John le Carré para evitar inconvenientes ante la prohibición de que los empleados del Ministerio de Relaciones Exteriores publicaran libros con su propio nombre.
Sus editores españoles de Planeta recuerdan su comienzo como espía y su devenir como escritor:
Antes de trabajar en los servicios de inteligencia británicos durante la Guerra Fría, se formó en las universidades de Berna y Oxford, y ejerció la docencia en Eton. En 1960 fue trasladado al mi6, los servicios de inteligencia extranjeros, y trabajó encubierto como ‘Segundo secretario’ en la Embajada Británica de Bonn, Alemania. Fue entonces cuando descubrió su pasión por la escritura, y publicó Llamada para el muerto (1961) y Asesinato de calidad (1962), antes de escribir El espía que surgió del frío, reconocida unánimemente como una de las grandes novelas del siglo xx. La obra catapultó su carrera como novelista y Le Carré abandonó en 1964 el servicio para consagrarse a la escritura.
Gordon Corera, corresponsal de seguridad de la bbc, dijo que el comunicado del actual jefe del mi6 rindiendo homenaje a sus novelas “evocadoras y brillantes” habría provocado una sonrisa irónica en John le Carré.
Para Corera, el oficio de Le Carré fue moldeado por su tiempo en el mundo secreto y, a su vez, su propia ficción moldeó la forma en que gran parte del mundo veía la inteligencia británica, incluida la forma en que los espías hablaban de sí mismos. Los escritores a menudo se basan en la experiencia de la vida real, pero debido a que la experiencia de Le Carré fue dentro de un mundo que era secreto, es particularmente difícil saber dónde termina la realidad y comienza la ficción. Creó un misterio.
El tiempo del autor trabajando en el mi5 y el mi6 pudo ser la fuente de su ficción, pero eligió guardar la verdad, piensa Corera. Le Carré le confesó en una ocasión: “Tengo recuerdos tan contradictorios de mi servicio anterior, en realidad de ambos servicios, y emociones tan conflictivas, que estoy perpetuamente perdido para saber lo que realmente pienso.”También dijo: “Es un orgullo para mí que nadie que conozca la realidad me haya acusado hasta ahora de revelarla.” Se trata de la pericia del escritor.
Planeta ha publicado Llamada para el muerto (1961), Asesinato de calidad (1962), El espía que surgió del frío (1963) –que consolidó su reputación y le permitió dedicarse plenamente a la escritura–, El espejo de los espías (1965), Una pequeña ciudad en Alemania (1968), El amante ingenuo y sentimental (1971), El topo (1974) –cuyo título original es extraordinario: Tinker Tailor Soldier Spy–, El honorable colegial (1977), La gente de Smiley (1979), La chica del tambor (1983), Un espía perfecto (1986), La Casa Rusia (1989), El infiltrado (1993) –otro título original portentoso: The Night Manager–, Nuestro juego (1995), Single & Single (1999), La canción de los misioneros (2006), Un traidor como los nuestros (2010), Una verdad delicada (2013), Volar en círculos (2016) y El legado de los espías (2017).
Entender el siglo XX: traiciones, topos y agentes dobles
Diversos traidores fueron descubiertos, aseveró el escritor. “Apenas había terminado mi entrenamiento básico cuando George Blake, un veterano y muy apreciado oficial del servicio, fue descubierto como un espía ruso”, dijo Le Carré. El descubrimiento de otra “manzana podrida” en el mi6, Kim Philby, proporcionaría la inspiración para El topo (1974), recuerda Gordon Corera.
Le Carré expuso el mundo de la perfidia de la Guerra Fría con el efecto que ésta genera en las emociones de aquellos que traicionaron y fueron traicionados. Se ha dicho que el término “topo”, para describir a un agente enemigo que se mete en un servicio de inteligencia, proviene de Le Carré, y muchas más de sus frases serían usadas entre los propios espías. Sin embargo, en una entrevista de 1976 con Melvyn Bragg, Le Carré dijo que el término “topo” no fue su invención, sino un “término genuino de la kgb.”
La carrera de Le Carré como espía terminó cuando se convirtió en uno de los muchos agentes británicos cuyos nombres fueron entregados a los rusos por el mencionado Philby. El traidor, que desertó a Moscú, se convirtió más tarde en la inspiración para Gerald en El topo (1974).
Margaret Atwood no escatimó elogios. Aseveró que sus novelas con el maestro de espías George Smiley, descrito por Le Carré como un “antídoto” contra James Bond, eran la “clave para comprender la mitad del siglo xx”. El historiador Simon Sebag Montefiore describió a le Carré como “el titán de la literatura inglesa.”
Le Carré fue polémico. Rechazó los honores literarios y el título de caballero, y dijo en una entrevista estadunidense de 2017 que era “tan desconfiado del mundo literario que no quiero sus elogios”.
David Ignatius sabe que Le Carré no sólo inventó los personajes del primer plano del mundo de los espías. “Él diseñó todo el escenario: el campo de batalla de la Guerra Fría pintado en tonos grises, con los personajes atormentados por la ambigüedad moral de su trabajo. Siempre he pensado que este lavado gris era exagerado: la Guerra Fría era menos ambigua de lo que sugería la ficción de Le Carré. Un lado era un imperio despótico que suprimía las necesidades y deseos humanos más básicos; el otro era un conjunto de democracias que, por corruptas e imperfectas que fueran, buscaban realzar la libertad humana.” El columnista de The Washington Post recuerda que la traición fue el tema eminente de Le Carré, al que volvió en sus mejores libros.
Le Carré escribió en sus memorias: “Miras hacia atrás a los libros que escribiste antes de que el reflector te identificara y se leen como los libros de tu inocencia; y los libros que le siguen, en tus momentos de tristeza, como los esfuerzos de un hombre a prueba. ‘Esforzarse demasiado’, dicen los críticos. Nunca pensé que me estaba esforzando demasiado. Pensé que se lo debía a mi éxito para sacar lo mejor de mí mismo, y en general, por bueno o malo que fuera, eso fue lo que hice.”
Ignatius insiste en que Le Carré destacó porque su reinvención de personas y eventos resultó más memorable que las cosas reales. “Un puñado de autores han definido de manera similar los períodos en los que vivieron –Dickens, Tolstoi, Balzac, Flaubert–, creadores de personajes inolvidables y del mismo aire que parecen respirar. Puede parecer extraño poner a John le Carré, el hombre que inventó incluso su propio nombre, en esa liga, pero sospecho que dentro de cien años, los lectores harán ese juicio.”
Dwight Garner escribió en The New York Times: “Le Carré a veces se equivoca políticamente. Tuvo una disputa de larga duración con Salman Rushdie, que salió a la luz en 1997 por la novela Los versos satánicos. Le Carré se opuso a la publicación en rústica de la novela y escribió que estaba ‘más preocupado por la chica de Penguin Books a la que le podrían volar las manos en la sala de correo que por las regalías de Rushdie’. Los dos lograron arreglar su disputa.”
Tenía honores de otro tipo, expresa Garner. Philip Roth llamó a la novela autobiográfica de Le Carré Un espía perfecto (1986) “la mejor novela inglesa desde la guerra”: “Una vez lo describí como ‘el Dickens de la Guerra Fría’, y creo que la identificación es una forma sucinta y válida de evaluar el alcance real de sus grandes méritos y logros como escritor”, aseveró William Boyd. Mercedes Monmany escribió:
No tardaron en despuntar dos grandes maestros británicos (ambos exagentes del mi6), John le Carré y Graham Greene, con obras ya legendarias, en el caso del primero, pertenecientes a su ciclo de novelas protagonizadas por Smiley (con la magistral El topo), pero también con su primer gran éxito: El espía que surgió del frío, de 1963. En el caso de Greene, estarían, entre otros, grandes clásicos de la Guerra Fría como El factor humano, El tercer hombre, El americano tranquilo o Nuestro hombre en La Habana (escritas entre 1950 y finales de los setenta). Greene le daría un tono de espléndida altura literaria y existencialista a temas como la lealtad a la patria, los dilemas morales y la conciencia individual, presente o no en el caso de agentes dobles soviéticos sobre los que se inspiraría. Uno de ellos sería el legendario Kim Philby (del que Stalin llegó a sospechar que era agente triple).
Tras leer la acuciosa comparación realizada por Monmany me atrevo a sugerir que Kim Philby
–agente experto en el arte de la mentira, la traición y el secreto– propició, en parte, el desarrollo de dos literaturas l