San Dionisio del Mar, Oax. Sentadas en una hamaca, Kenia Celaya López y su pequeña hija de 11 años recuerdan que ya son cinco navidades que no tendrán a su familia completa porque su esposo y padre respectivamente, Rolando Gallegos Trinidad, emigró desde hace seis años a los Estados Unidos con el sueño de conseguir dinero para construir su casa.
En este último mes del año, a Kenia le gustaría reunirse con Rolando, pero éste nuevamente estará ausente y para no extrañarlo todos los días se comunican vía telefónica o por videollamadas, aunque el 24 y 31 de diciembre a veces prefieren no hacerlo porque los invade la tristeza de no estar juntos.
“Esta separación no es nada fácil porque no se tratan de semanas sino años, y eso lo hace complicado, por ejemplo, mi hija la mayor se casó y su papá no estuvo, ahora ya es abuelo y no conoce a su nieto; mientras él está lejos se pierde de una vida junto a nosotros y esos tiempos ya no regresan”, indicó la mujer.
Su casa ya se terminó de construir y por ello está contenta; su sueño se cumplió, ya tiene recámaras, sala, comedor, baños, pero su pareja sigue ausente, pues ahora la contingencia sanitaria del Covid-19 impidió su regreso a San Dionisio del Mar, de donde partió una tarde de octubre del 2014.
Ni los programas sociales emprendidos por los gobiernos federales y tampoco los megaproyectos eólicos que presumen empleo y crecimiento económico en la zona del Istmo de Tehuantepec detienen la migración en este municipio ikojts dedicado principalmente a la pesca y en donde 60 por ciento de los jefes de familia se van a trabajar como jornaleros en los Estados Unidos, la frontera Norte o el caribe mexicano.
Las mujeres se quedan solas con sus hijos, lo que provoca una desintegración familiar temporal y otras veces definitiva. “Esto sucede por necesidad, se van los padres, los jefes de familia; los hijos sufren y nosotras nos quedamos. Lamentablemente las condiciones de pobreza y las desigualdades han ocasionado esto, no es nada sencillo ser mamá y papá a la vez, no es fácil estar asumiendo responsabilidades en vez de compartirlas, todo esto ocasiona la migración”, comentó Kenia.
La falta de un empleo seguro, la pobreza y marginación obligaron a su esposo a irse, lo que la joven madre de 33 años de edad califica como algo “injusto”, pero no tuvo otra opción, pues “era la única manera de tener una casa, ropa, calzado y comida”, explicó.
Desde que llegó al condado estadunidense de Pensilvania, Rolando cambió la pesca por la ordeña de vacas lecheras, actividad que realiza durante seis días de forma intensa, sólo así ha podido cumplir su meta de “tener un techo seguro para los suyos”.
“Ojalá sea la última navidad que pasemos separados, se extraña y se siente feo no celebrar una navidad juntos, incluso mi hija la mayor le dolió mucho la ausencia de su padre, lo resintió emocionalmente; ella se casó joven, quizá también fue por todo eso que hemos vivido, no lo sé, pero por un lado tenemos mejores condiciones de vida, pero por lo otro estamos separados” añadió la esposa de Rolando.
Aunque la emigración causa división familiar para el país, en este año aún con la pandemia de coronavirus, las remesas que proceden principalmente de los migrantes mexicanos que viven en Estados Unidos representan la segunda fuente de divisas, después de las exportaciones automotrices, y constituyen un importante ingreso para millones de personas.
De enero a junio del 2020, México recibió 19 mil 074 millones de dólares (mdd) en remesas lo que representó un aumento de 10.55% respecto al mismo periodo de 2019, según datos del Banco Central de México.
Las mujeres asumen nuevos roles
Rigoberto, hermano de Rolando, migró hace cuatro años y dejó en la localidad a su esposa Emerenciana Pérez y a su hijo, que actualmente tiene 6 años de edad.
Cuando Emerenciana se casó, a los 21 años y se fue a vivir a casa de su suegra, su esposo era pescador, pero con eso “solo se vive para comer y no para tener una casa”, por eso tuvo que irse a Estados Unidos, como lo hacen desde hace más de 30 años los jefes de familia de esta comunidad ikojts.
“La vida cambia y una se queda criando a los hijos y cumpliendo el sueño de la familia, tener una casa, así sucedió con nosotros, en estos cuatro años de ausencia me encargué de la construcción y ya la tenemos, ahora sólo espero que llegue él para trabajar ahora sí juntos y no separarnos más”, explicó la mujer.
También puso una pequeña tienda de abarrotes con la cual piensa mantenerse económicamente mientras espera la llegada de su cónyuge, mencionó.
Según estudios, para las parejas y los hijos de emigrantes la vida emocional sufre alteraciones, ellas al cumplir con nuevos roles viven estrés, ansiedad y depresión; mientras que los vástagos ante la desunión familiar muchas veces recurren a las adiciones o se vuelven violentos.
La Encuesta Mundial acerca del Papel de las Mujeres en el Desarrollo: Mujeres y Migración Internacional, realizada por la Organización de las Naciones Unidas señala que las mujeres que no se mudan y permanecen en sus lugares de origen cuando sus esposos emigran, por lo general asumen mayores responsabilidades económicas y familiares, por lo que se convierten en “heroínas no reconocidas”.