Ludwig van Beethoven, quien ayer cumplió 250 años de haber nacido, fue un músico que cambió el curso de la historia y dejó un legado universal único. El pensador y poeta navarro Ramón Andrés reflexionó desde su casa de Elizondo sobre la obra de un genio que creyó que con su música se establecía el futuro
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Ramón Andrés (Pamplona, 1955) publicó recientemente su libro Filosofía y consuelo de la música en Acantilado, su editorial habitual, pero tiene a sus espaldas una obra docta con punto de partida y de llegada en la música, su gran pasión y objeto de estudio. En entrevista, se adentra al universo complejo y contundente de Beethoven.
–Ya no hay duda de que Ludwig van Beethoven está entre los grandes músicos de la historia, ¿no es así?
–Por supuesto, él representó un hito, un cambio de mentalidad que se refleja en su música. Pensemos que en este maestro, sobre todo en las composiciones de su periodo medio, se dio el importante paso del estilo clásico al romántico. Eso significa que desarrolló un lenguaje más acorde con las pasiones humanas, desbordadas en aquellos inicios del siglo XIX. Todo cambió, la literatura, la pintura, la poesía, el sentido de la intimidad, la creencia en el genio, en el héroe que se enfrenta a un destino.
– Usted afirma que su figura tan inmensa y universal sirvió de consuelo ante la pérdida de Mozart. ¿Podría profundizar en esa idea?
–Habría que decir que esta idea surgió de un compositor y pianista virtuoso llamado Carl Czerny, alumno de Beethoven y maestro de Liszt, nada menos. En realidad era un modo de reconocer una pérdida irreparable y de saludar la llegada de otro genio. Pero si somos rigurosos, habría que reconocer que a la muer-te de Mozart todavía seguía en activo un músico no menos genial, como Joseph Haydn, más avanzado que Mozart en ciertos aspectos armónicos. Lo que ocurre es que Beethoven, quien estudió un tiempo con este último, no congenió con el maestro, al que consideraba demasiado apegado al contrapunto y otros recursos musicales. Creo que Beethoven no supo calibrar el inmenso talento de Haydn.
Necesidad de verdades
–¿Por qué la música de Mozart se asemeja al pensamiento de Kant y la de Beethoven a la de Hegel?
–Podemos decir que la filosofía de Kant es un acercamiento a la razón y a la idea de un ser humano necesitado de analizarlo todo, de comprender qué lugar ocupa en la naturaleza y entre sus semejantes. Mozart tiene algo de esto, carece de las ideas de carácter absoluto y de la necesidad de verdades, que tan bien plasmadas están en la filosofía de Hegel como en la música de Beethoven. Ambos tuvieron una fuerte tendencia a la afirmación, cosa que Mozart ni Haydn sintieron.
–La idea de la culminación de la historia, ¿en qué aspectos de la música de Beethoven se hace más patente?
–Muchas veces se ha dicho que Hegel es el último filósofo, en sentido estricto. Evidentemente, esto no es así, pero si se ha formulado el pensamiento hegeliano como el final de la historia es porque, en parte, Hegel dio el mundo por cerrado, por así decir. La historia se detiene porque Hegel la ha fijado. Dijo: el mundo es así, sólo así
. Beethoven tiene también esta tentación que le lleva a defender las grandes verdades, únicas. Cuanto más afirma más sólido se siente. En cierto modo, Beethoven creyó que con su música establecía el futuro y un modo universal de sentir y hacer.
–¿Cree que Beethoven explota finalmente toda su inspiración musical con sinfónica? ¿Por qué?
–No, probablemente no sea en la música sinfónica. Es cierto que por su espectacularidad y por los recursos que le ofrecía una gran orquesta su inspiración raya a gran altura. Desde luego, y hay que decirlo, Beethoven creó un precedente e influyó sobre el posterior sinfonismo. Sin él, reconocía Wagner, no habría podido llegar a cotas tan altas, del mismo modo que Mahler decía que sin Wagner su música no habría sido posible. Así que hay una cadena muy larga que cruza más de un siglo. Pero el gran Beethoven, es mi opinión, está en las sonatas para piano, me refiero a las más maduras, y en los últimos cuartetos de cuerda.
–¿Cree que Beethoven dejó algo pendiente a nivel musical?
–Es difícil decirlo. Su muerte, en el fondo prematura, interrumpió el desarrollo del lenguaje depurado que constituyen los últimos cuartetos de cuerda. También el de las últimas sonatas para piano. Quizá en este último terreno se habría acercado a la inestabilidad tonal que se percibe en Liszt. Donde es más difícil de prever es en los cuartetos de cuerda finales, que son un monumento.
–¿Por qué la Tercera sinfonía supone una ruptura, el anuncio del advenimiento de un tiempo nuevo en la música de Beethoven?
–Era un momento político que lo permitía e incluso propiciaba. Por un lado, se tenía la sensación de zanjar el pasado; por otra, aquellos artistas, escritores y políticos sentían la misión de abrirse a un mundo nuevo, más justo, más implicado con el pueblo, más abierto. Pero nada de esto fue verdad, y si lo fue, resultó muy pasajero. El hecho de que Beethoven dedique la sinfonía a Napoleón y luego se retracte, nos está diciendo que la ambición de poder seguía tan arraigada como antaño, y que las ideas universalistas eran menos sinceras de lo que en principio se prometió.
–De ahí hay un salto a la Quinta sinfonía, una de las más importantes del legado de Beethoven, ¿lo cree así? ¿Por qué?
–Por más que resulte un tópico, creo que es su composición sinfónica más conseguida, tanto por su proporción como por la agilidad de su escritura. Ninguno de sus movimientos desmerece del conjunto. Se percibe en ella un nuevo sonido, una voz que habla directamente con el oyente, se acerca más a su oído para decirle algo que cree que ha descubierto.
–Y luego viene la Pastoral, ¿qué lugar ocupa en la música de Beethoven?
–La Pastoral es una sinfonía desigual. En cuanto a su argumento, tiene que ser necesariamente así, porque Beethoven asocia la naturaleza y sus cambios a los distintos estados emocionales de quien la escucha. Tormentas, vientos, que interrumpen un apacible paisaje, una calma casi idílica que se ve truncada por violentos temporales. Y en cuanto a su forma, puede decirse que no guarda la proporción de la anterior, la Quinta. Hay en ella pasajes innecesarios y demasiado efectistas.
–El resto de la obra sinfónica, a partir de la Quinta, parece más continuo, sin grandes cambios, ¿cree que es así?
–Sí, después del esfuerzo de concreción de la Quinta, no vuelve a alcanzar, a mi juicio, la cima sinfónica. Quizá la Novena pueda compararse en cuanto a calidad musical, aunque es menos uniforme que aquélla y sus proporciones que, en ciertos momentos, desbordan la partitura.
–¿Por qué es tan importante en la historia de la humanidad ese último movimiento de la Novena?
–La voluntad de esta composición magna es la de llamar a todos, la de apelarnos y hacer posible la fraternidad entre los seres humanos. Es una obra que está muy en el ideario de su tiempo, la expresión de un anhelo de igualdad y de cercanía entre todos. Pero ya lo vemos, por mucho que haya sonado, el mundo sigue siendo una discordia llena de violencia. Siempre he pensado que la Novena es, más que una música, un deseo, un sueño propio del idealismo alemán.