Se nos fue un grande; no solo del fútbol, sino de América Latina. Nuestra gente le llora a una leyenda de carne y hueso que conquistó las máximas tribunas del mundo futbolístico. Maradona fue un hijo que enorgulleció a la Argentina, pero también a toda América Latina.
Cómo no mitificar a un icono que, como mucha gente en nuestra región, nació y creció con poco más que lo esencial. Y que, con su talento, perseverancia y el fútbol -tan democrático como pocos otros deportes-, se abrió las puertas para la superación profesional y para alcanzar la grandeza, o mejor dicho: la gloria. Un mito que jamás olvidó de dónde vino. Hoy millones asisten a su masivo velatorio en Casa Rosada en Buenos Aires, su ciudad natal.
Diego conquistó a Europa y abrió el paso a las futuras generaciones de futbolistas de las Américas en las tan codiciadas ligas europeas. No solo eso, sino que El Pelusa ayudó a poner a América Latina en el mapa. Verlo triunfar en el mundo nos llenaba de alegría. Era un verdadero hijo adoptivo de nuestra región, al que millones le “echábamos porras” solo después de cuando lo hacíamos a nuestras propias selecciones nacionales.
Fuera de la cancha, era común ver al mítico Número 10 codeándose con grandes figuras latinoamericanas y líderes mundiales como el Papa, Fidel, Evo, Lula, Hugo, los Kirchner, y muchos más. Sus convicciones sociales eran claras dados sus orígenes y siempre buscó aportar su imagen e influencia en defensa de las mejores causas: las de los más desprotegidos. Tenía un tatuaje del Che Guevara en el brazo derecho, y no solo era un zurdo en el campo, sino en el espectro político, al tener una abierta simpatía por los gobiernos progresistas latinoamericanos. Fiel a su estilo personal -no siempre políticamente correcto- tenía una fuerza transgresora que ayudaba a sacudir al status quo desde su idealismo.
En México vaya que lo recordamos. El Estadio Azteca fue la palestra en donde Dieguito deslumbró y se lució durante la Copa Mundial México 1986, la segunda que nuestro país servía como anfitrión. Hoy se le rinde homenaje con una corona floral en ese mismo estadio, justo en el arco en donde hizo el famoso gol de la “mano de Dios”. Fue en México en donde ocurrió la icónica foto con el sombrero charro y en donde hizo magia con el “gol del siglo” en ese partido de cuartos de finales contra Inglaterra. En nuestro país se coronó como campeón del mundo y al final de su carrera regresó como director técnico de un club en la Liga de Ascenso del Fútbol Mexicano.
Diego Armando Maradona era un genio imperfecto. Y quizás por eso nuestra gente lo adoraba, porque a diferencia de otros astros, éste era más terrenal, hasta mundano. Sus excesos y errores -que hubo muchos- lo hacían humano y también recordaban el origen de una persona que vino de la nada y que incluso se deslumbró a sí mismo.
En la vida como en la cancha, Maradona vivió al límite. Y, al igual que un balón, tuvo sus altibajos, pero siempre se reinventó y renació, hasta que no pudo más. Un 25 de noviembre, a poco tiempo de haber cumplido los 60 años, se nos fue el más grande a causa de insuficiencia cardíaca y con ello el fútbol quedó huérfano. Pero Diego logró meter un último gol, pues esa clase de hombre no muere, sino que logra lo que muchos ya quisieran: vivir más allá de la muerte, en la mente y corazones de los latinoamericanos.
* Subsecretario para América Latina y el Caribe. SRE