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Por el pueblo mágico de Cuetzalan / Elena Poniatowska

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Parroquia de San Francisco de Asís, en Cuetzalan Puebla. Foto Tomada del Twitter @SECTUR_mx
29 de noviembre de 2020 09:54
En Cuetzalan, Puebla, a mil 700 metros sobre el nivel del mar, no sólo hubo quetzales –esos pájaros magníficos–, eternizados en el penacho de Moctezuma, ahora en Viena, sino hombres y mujeres totalmente enamorados de su tierra. Así, el profesor Julio Diego Ortuño empezó en 1996 a promover Cuetzalan y a mostrar a los visitantes las tradiciones de su tierra, sus árboles, su iglesia, sus costumbres, sus danzas. El maestro se considera guía de turismo cultural, pero nadie le paga por introducir a curiosos, hombres, mujeres y niños a los grandes maestros del arte popular, los talladores de santos, los de máscaras y, sobre todo, los de los penachos que usan los danzantes llamados Coaquetzal y Migueles.

–¿Quiénes son los artesanos de esos magníficos penachos?

–El maestro Ernesto de la Cruz, que ya es muy grande, es quien recibe a la gente que le llevo para que lo entrevisten y le compren sus productos.

–¿Usted es como guía turístico?

–Soy guía de turistas y promotor cultural. No hago turismo de aventura, nada de grutas ni cascadas ni espeleología, ni lanzarse en tirolesa, nada de cosas extremas, que es un gran atractivo de Cuetzalan. Esa parte no la manejo; yo hago turismo etnográfico: visitas a los maestros que viven en la montaña, que hacen textiles que casi no se conocen e introduzco a artesanos, a costureras, a escultores y hasta a niños que bordan la cosmografía de nuestro pueblo.

“Yo no estudié como tal, sólo tengo la prepa, porque yo he vivido aquí en Cuetzalan y soy autodidacta en todo lo que hago.”

–¿Cómo nació su pasión por las manifestaciones culturales de Cuetzalan?

–Me motivé. Me gustan mucho los danzantes; es como la parte más vistosa de nuestra cultura, entonces, me dediqué a pedir a los ayuntamientos una oportunidad para promoverlos, que los visitantes los conocieran. Por ejemplo, en el Jubileo de 2000, en la Ciudad de México, me invitaron a llevar Voladores, Cuetzaltines y Negritos, y nos presentamos en el Zócalo. No soy danzante, pero todo lo organizo en las comunidades y los estimulo a que difundan sus rituales, que pueden desaparecer si no los reconocen.

–¿Actúa como administrador?

–Soy promotor: gestiono que nos den hospedaje, alimentación y reconocimientos.

–¿Cómo surgió su idea de promover a Cuetzalan?

–A partir de que veía que llegaban muchos extranjeros Cuetzaltine, los mexicanos son muy pocos, sólo le llamamos la atención al INAH y a la ENAH. Vienen quienes estudian antropología, etnología pero no la gente común. Nos visitan quienes tienen un perfil cultural muy específico.

“Me nace abrazar y promover Cuetzalan porque soy nahuahablante, y me emociona mucho presumir mi lengua y conservar nuestra riqueza arqueológica.

“En realidad, en Cuetzalan se ha diezmado muchísimo la vestimenta tradicional. Cuando recibo gente me pongo el traje típico. Vienen turistas para que les dé un recorrido cultural, que va desde visitar iglesias hasta comer platillos tradicionales o prehispánicos, les doy a conocer hierbas medicinales, y se van fascinados. Ahora, como no tengo tanto turismo, se me ocurrió recurrir a periodistas para que inviten a sus lectores a que vengan.

“Cuetzalan es especial en la geografía de nuestro México. La parte más alta está a mil 700 metros sobre el nivel del mar y la más baja a 200 metros sobre el nivel del mar. Imagine usted la cantidad de productos que se dan. Es por ello que quiero que la gente valore y disfrute nuestras tradiciones, pero divulgo nuestros tesoros de manera prudente por la pandemia. He recibido grupos de estadunidenses pensionados y visitantes franceses y españoles, muchos de la tercera edad, que contratan un tour con una agencia de la Ciudad de México. Buscan lo biocultural y acá, en Cuetzalan, yo me encargo de armar un itinerario sin ganar un peso.

“Empecé a tener mucho amor a mi región por la mera emoción de animar a los danzantes a que fuéramos a mostrar nuestros rituales a otros lugares sin recibir nada, sólo la comida que nos regalaban.

Cuando nombraron Cuetzalan pueblo mágico, en 2002, llegó mucho turismo nacional. Entonces tomé cursos, vine a la Ciudad de México a recorrer museos y a clases de antropología e historia del arte; eso me enriqueció mucho. Actualmente tengo 47 años y espero que termine la pandemia porque no hay nada de trabajo.

–Oiga, maestro, ¿no le ayuda la Secretaría de Turismo? ¿El gobernador de Puebla, Miguel Barbosa, que es un hombre de izquierda?

–No, fíjese que siempre hago lo mío muy separado de las cosas políticas. En Cuetzalan, la mayoría de los chicos se dedican al turismo de aventura y lo hacen por su cuenta. El único que hace turismo cultural soy yo. La mayoría de los habitantes de Cuetzalan habla macehual o náhuatl.

He tenido mucha relación con los cronistas culturales y esculco mucho el archivo municipal, pero así que digas que el municipio o el presidente municipal nos ayudan, fíjese que no.

–Cuando visité Cuetzalan con el arquitecto Óscar Hagerman, entré a la iglesia de San Francisco de Asís, y el señor cura me explicó que era la iglesia más alta del estado. También conocí a niños vestidos de blanco de la escuela de Ayotzinapan.

–Cuando usted vino, los Migueles bailaron una danza colonial. Aún tenemos tres danzas prehispánicas: los Voladores, los Huahuas y los Quetzaltines. Hace tres años inauguré la caminata Los recorridos bioculturales del Totonacapan; también hablamos totonaco. En 1996 vino Miguel Sabido a filmar Santo Luzbel. Quien más nos apoyó fue el antropólogo italiano de la Universidad La Sapienza, Alejandro Lupo.

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