Ciudad de México. Como intelectual, en la década de los 60, Víctor Flores Olea perteneció a la generación de jóvenes universitarios que, con tendencias diversas desde la izquierda hasta el nacionalismo revolucionario, abrieron el debate que pretendía romper los rígidos cánones de la guerra fría. En la década de los 70, como académico y director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el mismo traductor de Frantz Fanon fue clave para el ensanchamiento de horizontes para generaciones de estudiantes que, gracias a sus gestiones, pudieron escuchar de viva voz a ponentes que él convocaba: Hebert Marcuse, Erich Fromm, Rossana Rosanda y Eric Hobsbawm.
En la década de los 80, como diplomático, aportó a favor del multilateralismo, que tuvo su mejor resultado en el Grupo Contadora para la solución política a los conflictos armados de Centroamérica.
Hombre de conocimientos y lecturas vastas, en 1988 aceptó la invitación de Carlos Salinas de Gortari para presidir el nuevo Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), un intento de modernizar la gestión de las políticas culturales, dotándola de mayor autonomía. Apenas duró tres años en ese cargo. Años después admitiría: Salinas le quería dar una cara de izquierda a la cultura para equilibrar todo lo que en el plano de la economía iba a hacer por la derecha
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Ya alejado del priísmo, incluso cercano al zapatismo, dio cuerpo con sus artículos en La Jornada y en numerosos ensayos muchas de las ideas que por años contribuyeron a la construcción de una oposición progresista, con alternativas distintas al neoliberalismo.
Fotógrafo profesional
En la sala de estar de su luminoso departamento, encima del sillón donde se sentaba a escuchar y charlar, colgaba una gran fotografía de Cartier-Bresson. En los otros muros, más joyas de grandes maestros del lente. Él mismo era fotógrafo profesional. Publicó siete libros con sus imágenes, sobre todo escenas captadas a lo largo de sus andanzas por el mundo con una mirada singular, cuidadosa.
Tres novelas y 15 libros de ensayos, principalmente sobre cuestiones de política internacional, conforman su obra publicada.
A la generación de Víctor Flores Olea, mexiquense de nacimiento y abogado de formación, le toca ser la camada de intelectuales que en la década de los 60 analizan y critican a la Revolución Mexicana como un hecho histórico que no cuajó en sus ideales. Los debates entre Jaime García Terrés, Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, Luis Villoro, Fernando Benítez, Narciso Bassols y Pablo González Casanova, entre otros, se publican en las revistas de la época como El Espectador, Cuadernos Americanos y Política.
A esos jóvenes de entonces les toca vivir la naciente Revolución Cubana como la utopía de su época. Flores Olea describe en esos primeros momentos al régimen castrista como una democracia concreta, en diálogo permanente entre los dirigentes y su pueblo
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Algunos llegan a formar el ala nacionalista del PRI de entonces, mientras que otros se decantan en posiciones más críticas. Son los años de la guerra fría.
En 2012, ya en el otoño de su vida, el tema de las utopías sigue presente en las inquietudes de don Víctor. En una entrevista con La Jornada a propósito de la publicación de Crisis de las utopías, la revisión global publicada 12 años después de su ensayo Crisis de la globalidad
, afirmaba que las transformaciones han de ser obra de la intervención de todos los explotados, marginados y excluidos de la sociedad nacional y su globalización, que desbordan por mucho los límites del proletariado clásico (...) En ese horizonte son sin duda posibles las utopías concretas
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Flores Olea abrazó muchas utopías, entre otras las de la década de los 70, el tercermundismo y el internacionalismo. En ese tenor Luis Echeverría lo nombró embajador en la Unión Soviética, en 1975, la larga era de Leonid Brezhnev, la paz soviética
, cuando el conflicto Este-Oeste tiene ya más tintes de choque de ideas y propaganda que de confrontación militar.
Desde la formación de la Unesco, México envió como su embajador a la sede de París a intelectuales representativos. Así fueron Jaime Torres Bodet, Antonio Castro Leal, Víctor Flores Olea, Luis Villoro y Miguel León-Portilla.
En el sexenio de Miguel de la Madrid el canciller Bernardo Sepúlveda nombró a Flores Olea subsecretario para asuntos multilaterales. Ésta sería una pieza clave para la gestión diplomática de la época–quizá la última gran época en las artes de las relaciones internacionales de México–, cuando el país buscó hacer un contrapeso a las políticas hegemónicas de Estados Unidos haciendo fuertes sus posiciones en los foros internacionales.
En la década de los 90, con la caída del bloque socialista, Flores Olea enfocó su atención a la crítica del pensamiento que surgió con el fin de la era bipolar, que consideraba la globalización y el neoliberalismo como las únicas opciones de desarrollo posibles. Son los tiempos de las crisis, la década perdida, los saldos desastrosos de los regímenes de Salinas y Zedillo y el surgimiento de nuevas ideas en torno al Foro de Sao Paulo y la convicción de que otro mundo es posible
. Flores Olea advertía entonces que la crisis de los sistemas políticos contemporáneos partía de su abandono de la ética de la política y los valores democráticos.