Ciudad de México. El doctor en historia David Jorge contagia su amor por México y, sobre todo, por su centro de estudios El Colegio de México. Muy joven, delgado, respetuoso, sonriente, parece uno de sus estudiantes. Como muchos europeos, camina de su casa a su centro de trabajo mientras otros acostumbramos tomar el coche sólo para estacionarlo dos cuadras más adelante.
Su disciplina es historia. Ganó el concurso de plaza, con una comisión y un tribunal. Los miembros del tribunal son todos colegas del Centro de Estudios Históricos. Son muchos, tanto mexicanos como extranjeros. Tan sólo en el Centro de Estudios Históricos hay argentinos, colombianos, austriacos, franceses, muchos mexicanos. Tengo miedo de mencionar a unos y no a otros, porque todos son muy reconocidos
–se preocupa el doctor Jorge.
–Doctor Jorge, ¿qué ha sido El Colegio de México para usted?
–Llegué en marzo de 2015 a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), después de doctorarme en la Universidad Complutense, en Madrid. Allá hice la licenciatura, maestría y doctorado; atravesé el océano y enseñé un año en una universidad pequeña, prestigiosa y mayoritariamente elitista en Connecticut, pero con un programa de becas que permitía el ascenso social de sus estudiantes. Llegué a México a hacer un posdoctorado en la UNAM, en el Instituto de Investigaciones Históricas. Exactamente un año antes, conocí México por primera vez en mis vacaciones y quedé fascinado por su gente, por la vitalidad en las calles y ese afán de no dejar pasar la vida sino vivirla; una multitud de expresiones culturales que no vi en Estados Unidos. Siempre me adapté muy bien a los lugares de residencia, pero en México me sentí totalmente en casa.
–¿Sólo vivió en la capital?
–Durante esa etapa de dos años en la UNAM fui profesor en la Facultad de Filosofía y Letras, pero también estuve un año y medio en la Universidad del Mar, en Huatulco, con estudiantes procedentes, en su mayoría, de la costa de Oaxaca. Era un ambiente rural excepcional y muy diferente al de la Ciudad de México.
–También yo, doctor Jorge, conocí esa universidad y el entusiasmo de sus estudiantes.
–La Universidad del Mar se enfoca en la docencia. De sus estudiantes guardo un recuerdo especial; son muy agradecidos; por mi parte, he tratado de seguir ayudándolos a la distancia, apoyándolos con becas, asesorando trabajos, tesis, tanto formal como informalmente; acogiéndolos en México cuando vienen a sus prácticas profesionales.
–Entonces el mar termina siendo un buen maestro…
–Le diría que hay chicos con talento natural que pueden llegar a ser de gran valor para México en el futuro, si se les da el apoyo necesario y que ese apoyo sea a tiempo, no demasiado tarde. Allá, en Huatulco, pude apreciar la ilusión de muchachos al ser los primeros miembros de una familia en llegar a la universidad, el orgullo de la familia por ese hito, los esfuerzos por romper la perpetuación de estructuras sociales, económicas y familiares que representan barreras y que a menudo se perciben como infranqueables.
Le puedo decir que en comparación con universidades europeas y americanas que he conocido, las diferentes universidades mexicanas, la UNAM, la Universidad del Mar y, desde luego, El Colegio de México, hay mayor curiosidad, que es la semilla de cualquier aprendizaje.
–Supongo que en Europa, es enorme el entusiasmo…
–Encontré en México mucha menos apatía que en universidades europeas. Después de mi estancia en Huatulco, estuve unos meses de regreso en España. A finales de 2018, gané la plaza de Historia de Europa en el Centro de Estudios Históricos en El Colegio de México y a principios de 2019 me incorporé. Aquí, soy profesor a nivel doctorado; eso implica enseñar a unos estudiantes en otras etapas vitales e intelectuales diferentes a la licenciatura o donde yo había enseñado en la UNAM y en la Universidad del Mar y, evidentemente, el lenguaje que se maneja es diferente.
–Entonces, ¿los estudiantes mexicanos no están retrasados frente a los estudiantes europeos, frente a España, por darle el nombre de un país?
–Si me pregunta, yo diría que no. En algunos sentidos, lo que falta es creérsela más, creer más en la buena calidad mexicana.
–¿Nos hacemos menos?
–Creo que debe ser prioridad el cuidado de la educación, tanto básica como a escala universitaria, en tanto que impulsores de la ciencia, de la cultura en sus sentidos más amplios, deben ser valores diferenciales de México, de cara al progreso del país y de cara a la proyección de su imagen exterior.
–Muchos de nuestros grandes mexicanos vinieron de provincia
, sobre todo de Jalisco, y recibieron el máximo honor que puede dar México: ser miembro de El Colegio de México o de El Colegio Nacional.
–Cuando uno piensa en El Colegio Nacional, piensa en Alfonso Reyes, Arturo Rosenblueth, Ignacio Chávez, entre otras personalidades. Yo creo que formarse en El Colegio de México es una experiencia intelectual muy nutritiva y, desde luego, quien quiere destacar en su campo, tiene las facilidades para hacerlo porque la carga docente no es tan grande y permite la investigación. La UNAM no es una universidad que limite la investigación y yo lo que sí diría, hablando de instituciones, es que México sigue siendo un puente entre mundos, hay que huir del ensimismamiento. No se puede quedar uno suscrito a lo que pasa en las fronteras nacionales, aun cuando el enfoque de un análisis o de un estudio sea propiamente México.
–Jean Daniel, director de Le Monde decía que México era incomprensible. Lo mismo repetía un polaco KS Karol que permaneció un tiempo aquí haciendo análisis políticos.
–No se puede comprender cabalmente a México, si no se dialoga con el contexto internacional. Yo creo que El Colegio de México es una institución muy abierta al mundo, aun cuando el foco sea México, y eso repercute en todos los centros de excelencia. Sirva el ejemplo de los muralistas mexicanos. Los máximos exponentes del nacionalismo revolucionario vivieron largos periodos fuera de México, dialogaron con el exterior y exportaron instituciones mexicanas al mundo. También Miguel Covarrubias, Rufino Tamayo tuvieron una experiencia internacional y sincretizaron lo mexicano. Lo mismo podría decirse de la gran literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX: el tema de sus historias fue siempre México. Ahí están Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Garro, no se puede decir que careciesen de contacto con la realidad exterior, todo lo contrario, aportaron su experiencia a la realidad mexicana, a los problemas, desafíos e ilusiones mexicanas.
Lo mismo sucede con la trayectoria vital de mujeres como Tina Modotti, Angelina Beloff, Leonora Carrington y Remedios Varo, todas nacidas fuera de México, pero insertadas, absorbidas por la realidad mexicana. Al mismo tiempo, la realidad mexicana enriqueció a poetas como Pablo Neruda, a novelistas como Gabriel García Márquez, a cineastas como Luis Buñuel, pintores como Vicente Rojo, que llegaron a México en sus respectivas juventudes; arquitectos como Hannes Meyer. Podría hablar de este crecimiento recíproco y permanente entre el mundo intelectual y académico mexicano, los exiliados acogidos por México, país refugio por excelencia desde el cardenismo con los republicanos españoles, más tarde con los refugiados de las dictaduras del Cono Sur. México ha logrado una amplitud de miras, un inmenso bagaje de experiencias internacionales y sus creadores han plasmado los conocimientos adquiridos sobre una realidad social a la que se cree muy compleja. Estudiarla está entre las cosas que más pueden llenar a un investigador de historia, creo yo, y en eso El Colegio de México es una vía extraordinaria.