Lucho contra una enfermedad, fue el mensaje que publicó hace unas semanas para agradecer las muestras de apoyo que recibió en las redes sociales sin saber que sería la despedida del que fue considerado el mejor del planeta por la Federación Internacional de Atletismo en la década de los 80.
Desde muy joven, Ernesto demostró el potencial que tenía y ganó todas las competencias en las que se presentaba en los 10 kilómetros hasta la prueba de 20, que lo encumbró con la medalla de oro ganada en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, a la edad de 25 años.
De aquella proeza Canto Gudiño se reía y no le daba importancia a las burlas que recibía de que su medalla la había obtenido porque no estuvieron los mejores ante el boicot del bloque soviético en esa justa como respuesta a la ausencia de Estados Unidos y otros países que declinaron ir a Moscú 1980.
Un año antes les gané a todos y no tengo por qué dar explicaciones
, decía Ernesto recordando el Campeonato Mundial de Atletismo de Helsinki 1983, cuando subió a lo más alto del podio.
En la antesala de la cita veraniega californiana, Canto se perfilaba favorito luchando contra rusos, checos, italianos, alemanes y hasta los propios mexicanos, sus compañeros de equipo, algunos de más edad y otros que les venían pisando los talones.
En la pista de Bergen, Noruega, el andarín mexicano dejó su nombre para la historia al imponer primero el récord de la hora (15 mil 256 metros) y días después el del mundo con 1:18.38 horas.
“Había sido excelente ese trabajo a lo largo de cuatro años. El triunfo de Valencia en 1981, el de Helsinki en 1983 y los récords en la primavera de 1984, me daban la confianza necesaria para aspirar a la victoria olímpica. Estaba seguro, por fin, de poder cumplir con aquella promesa... Estaba listo para convertir en realidad mi sueño de verme en el podio olímpico con la medalla de oro colgada al pecho
, relató el marchista en el libro Medallistas Olímpicos Mexicanos.
La deuda que tenía Canto era devolver la presea de oro que México había perdido en Moscú con la descalificación de Daniel Bautista, el hombre que lo inspiró desde la secundaria cuando ganó su primera competencia; el destino los llevaría a compartir concentraciones y largos viajes por Europa y Bolivia como parte de la selección mayor que dirigía el entrenador Jerzy Hausleber.
La hora de la verdad se acercaba y llegó el día en el Memorial Stadium de Los Ángeles con dos banderas mexicanas en el podio: Ernesto Canto, medalla de oro, y Raúl González, plata, en los 20 kilómetros.
Ese instante quedó grabado en su memoria para siempre. “Ese es el momento más sublime que pueda vivir un deportista... La medalla es la constancia, es la realidad que ves y tocas. Pero oír el himno y observar a tu bandera arriba de todas las demás es indescriptible... En ese momento yo recordaba aquella promesa hecha cuatro años atrás…”, describe en el libro.
Canto fue Premio Nacional del Deporte en 1981 y junto con la taekwondoísta María del Rosario Espinoza son los únicos deportistas que arrasaron en un solo ciclo los títulos de Juegos Centroamericanos, Panamericanos, Mundiales y Olímpicos.
Nacido en la Ciudad de México el 18 de octubre de 1959, Ernes-to Canto, ganador de Copas Lugano y Semanas Internacionales, tuvo tres competencias más que conquistó en la copas Randers, de Dinamarca, de las Naciones, en Munich, y la última con la que se despidió en los Juegos de la Amistad en Seattle 1990.
Se retiró y ocupó varios cargos en la función pública. Era vocal del comité ejecutivo del Comité Olímpico Mexicano. Le sobreviven sus hijos Ernesto y Lorenza.