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Resistencia del pueblo de México / Elena Poniatowska

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La pandemia afecta a los niños, quizá más fuertemente que a los adultos. Foto María Luisa Severiano
15 de noviembre de 2020 09:27

 

–¿Cómo afecta la pandemia a los niños? –pregunto al especialista doctor Arturo Mendoza, quien sonríe bajo su mata de pelo blanco, a pesar de ser un hombre de mediana edad.

–La pandemia afecta a los niños, quizá más fuertemente que a los adultos, porque nosotros tenemos ciertas defensas y ciertos conocimientos mientras los niños no. Uno de los graves problemas que ha habido en la pandemia es la incertidumbre, no saber qué va a pasar, cuándo va a pasar. Me voy a morir, mi abuelo se va a morir, mi papá se va a morir, ¿cuándo regresaré a la escuela? Es una gran angustia. Los niños han estado padeciendo mucho de insomnio, pero también, con tanto estrés, están irritables.

El doctor Arturo Mendoza, terapeuta familiar, siquiatra forense y sicogeriatra, estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México, y en el hospital de Moncton, en Canadá, hizo un año de neurocirugía. Se especializó en siquiatra general y siquiatra infantil y de la adolescencia en el Hospital Sheppard and Enoch Pratt, en Baltimore, Maryland, Estados Unidos.

–Todos tenemos miedo, pero ese miedo es muy importante y es lo que nos ha salvado a través del tiempo. También el miedo nos ha hecho sobrevivir, pero ahora la pandemia ha durado mucho y no sabemos cuándo terminará. Experimentamos, además, el temor a la muerte, a la escasez, a la enfermedad, a la soledad. Muchas familias de bajos recursos sufren de forma terrible.

–¿Qué puede se hacer por los niños?

–Los que calman a los hijos son los papás. Los papás estamos muy preocupados con nuestra salud y la de nuestra comunidad, con la pérdida de negocios; los hijos preguntan si sus padres van a morir o se espantan porque ya se les murió un tío o algún primo. Es enorme el estrés. El estrés es bueno, porque nos hace movernos, sofisticarnos y salir adelante, pero cuando es tanto, como el que ahora sufrimos, nos desgasta, nos cansa.

–¿Perdemos el gusto por la vida?

–No tenemos energía, porque estamos perdiendo la salud, la tranquilidad, esa sensación de invulnerabilidad de la que no teníamos conciencia sino hasta el momento de la pandemia. Nunca pensamos que nos va a pasar algo malo, pero ahora vivimos con temor, como si nos fuera a pasar algo malo a cada instante. El ambiente en torno a la pandemia ha sido catastrófico a pesar de la gran valentía de los mexicanos.

–Esta pandemia recuerda las anteriores pestes que han asolado a la humanidad, como la influenza española a principios de siglo, con una duración de dos años, y otras epidemias

–Tengo como 15 o 20 adjetivos de lo que ahora vivimos. La pandemia es bíblica, de proporciones inimaginables. Es algo que le tocó sufrir a nuestra generación. Antes, nuestros abuelos sufrieron pandemias, pero la ansiedad con todo y que nos salva (porque es buena hasta cierto punto), afecta todas las funciones mentales. Si tenemos ansiedad, nos ponemos más ansiosos, si tenemos un trastorno obsesivo-compulsivo nos ponemos peor.

–Nuestra condición social también influye en la vida de todos los días

–Una de las cosas que ha pasado en estos meses es que la gente con trastorno obsesivo-compulsivo, digamos, de lavarse las manos, ahora se vuelve maniático: ¡Ah, lo que tengo que hacer es lavármelas más!

–¿Cuál es la más grave de las enfermedades mentales?

–Los esquizofrénicos se ponen peor con la pandemia. También los depresivos. Además, ha durado tanto, hemos tenido tantas pérdidas, que vivimos en la incertidumbre de cuándo vamos a salir, cuándo llegará la vacuna, cuándo volverán los niños a la escuela. Todas esas circunstancias nos afectan profundamente. Sin embargo, estoy sorprendido de cómo hemos aguantado. Tenemos una resiliencia fantástica, porque con todo lo que hemos padecido, y vamos a seguir padeciendo, nuestra capacidad como seres humanos me sorprende, porque la capacidad del ser humano para seguir y salir adelante ha ido mucho más allá de mis expectativas.

–¿Y los niños?

–A los niños les faltan sus amigos, salir a jugar, ir a la escuela. Tengo pacientitos que odiaban a su maestra o a algún compañero o les costaba mucho levantarse para ir al colegio y ahora les urge estar en su salón. Extrañan salir al recreo, ver a sus amigos.

–El encierro es infernal…

–Los padres han sido heroicos, sobre todo las mamás. He estado haciendo investigación y dando pláticas porque las mamás están ahorita con un desgaste al que llamo profesional, porque ser mamá es una profesión muy difícil. Las madres de familia, sobre todo las solteras, imagínese usted, si no perdieron el trabajo, trabajan en su casa y además cuidan a hijos de todas las edades.

–Lo que sí espanta, doctor Mendoza, es la diferencia entre los que tienen una casa y los que viven en un cuartito.

–Con la pandemia son más notorias las grandes diferencias entre la gente que tiene dinero y la que no. La gente que tiene algo de dinero, medio se defiende con una computadora prestada por algún amigo para que los niños hagan la tarea (ahora que ya todo es en línea), pero los más pobres no tienen acceso a casi nada.

“Me acuerdo de un chiste del principio de la pandemia: ‘Me voy a poner la pijama de la noche porque ya usé la del día’, porque ya no salimos a la calle. No es raro que se olvide en qué día estamos, porque todo es más o menos lo mismo. Lo establecido ya no existe. Los fines de semana son lo mismo que los días de trabajo. El ritmo anterior se perdió por completo.”

–Seguramente la gente ha de pensar que a qué se levanta, ¿o no, doctor?

–Exacto. La depresión está muy fuerte y peor los suicidios. Desde el principio supe que el número de suicidios aumentaría. Si tenemos mucha, mucha, mucha ansiedad e incertidumbre durante mucho tiempo, si no tenemos dinero ni trabajo, si no tenemos un futuro, está fácil pensar: Me voy a matar, ¿para qué estoy sufriendo? Se sabe desde hace muchísimos años que los suicidios aumentan sobre todo cuando se es desempleado y no se tiene dinero.

–Doctor, me tiene aterrada.

–Por desgracia, y no por ser pesimista, esto no va a mejorar, al contrario, se va a poner peor. La cosa económica la hemos medio sobrellevado con algo de ahorros y con estar prestando a nuestros amigos y con hacer un trabajito aquí y otro allá, pero el buen ánimo no dura mucho.

Mendoza fue jefe del Departamento de Adolescentes del Instituto Nacional de Salud Mental de México y fungió como jefe del Departamento de Siquiatría y Medicina del Adolescente del Hospital Infantil de México Federico Gómez. Presidió la Asociación Mexicana de Siquiatra Infantil al igual que de la Sociedad Mexicana de Neurología y Siquiatría. Actualmente es miembro del cuerpo médico del Centro Médico ABC y tiene práctica privada en la Ciudad de México. Profesor y supervisor de sus especialidades en cursos y maestrías de posgrado, lo buscan instituciones académicas de prestigio como la UNAM, el Colegio Médico Militar y la Asociación Sicoanalítica Mexicana.

–Doctor, volviendo a los niños, ¿habría manera de reunirlos en algún sitio, un parque, un jardín libre de contagio o se correría un riesgo demasiado grande?

–Los niños, a través de los pocos estudios hechos en poco tiempo, están aguantando. Había un temor de que ya no sabrían llevarse con sus amigos, pero afortunadamente, en los estudios que, insisto, son pocos y de poco tiempo, se ha comprobado que sí pueden volver a socializar a pesar de que no hay juegos al aire libre.

Los padres han hecho una labor casi tan heroica como los médicos y las enfermeras, porque han tratado de jugar con sus hijos en departamentitos.

–¿Y los videojuegos?

–¡Si tienen luz y pantalla! Los mexicanos han sido bastante buenos padres durante la pandemia, los expertos pensamos que el tiempo frente a una pantalla, en los niños, no debe pasar de una hora al día, pero ahorita todo eso se ha ido a la basura. ¿Cuántos niños mexicanos tienen celular, iPad, computadora, televisión? Las familias de clase alta dijeron: Ah, qué padre, vamos a estar juntos, nos vamos a llevar muy bien, vamos a contar historias, pero esa creatividad se acabó. En las clases menos afortunadas, la falta de trabajo es vital. No trabajar es no comer. En algunos casos me he encontrado con niños que preguntan: ¿Por qué no juega mi papá conmigo si está aquí? La convivencia de una familia sin recursos es más difícil, las relaciones más duras, la posibilidad de pelear más frecuente. Insisto, hemos estado aguantando mucho más de lo que yo hubiera creído.

Tengo un recorte de un periódico de la Secretaría de Salud de Puebla, de hace 102 años, en el que se describe la gripe española allá, los síntomas y lo que se debe hacer. Aunque las medicinas son diferentes, la misma sana distancia, los tapabocas que funcionan desde la peste negra y las fotos de los médicos que parecían pájaros, porque tenían como un pico y se ponían lentes y una capa, y traían un palo para que la gente no se les acercara. La peste negra duró 400 años, pero no creo que esta pandemia vaya a durar tanto. Me gustaría decir que un año o dos más si conseguimos la milagrosa vacuna. Creo que la inmensa mayoría de los niños va a aguantar. Mucho va a depender de la relación que tengan con sus papás.

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