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Mi cine, mirada de un país y la voz de los nadie, afirmaba Pino Solanas

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Pino Solanas en la Cineteca Nacional en 2018. Foto Rumania Olivares
09 de noviembre de 2020 09:16

Un conífero del cine dio durante décadas gran puñado de piñones, semillas que en realidad eran películas, ideas y propuestas, las cuales durante casi 60 años contribuyeron al surgimiento de otros árboles como él, que enarbolan la bandera del arte y la justicia social y que verdecieron en un bosque llamado cine latinoamericano.

Y no lo derribó un hacha o sierra. Lo tiró el fin de semana un virus que está causando estragos en el mundo y provocando una letal enfermedad: Covid-19.

Ayer se informó que el pináceo mencionado era un humano que pereció en París, Francia, según informó la cancillería.

A Fernando Solanas le decían Pino, el cual con sus ramas, es decir, con su cámara y sus ideas, captó la vida por casi 60 años para dar voz a quienes pocas veces se les ha dado: los nadie.

Artístico, social y político

Solanas (Buenos Aires, 1936) era perseverante, un militante artístico, social y político, pero también espiritual. Peleador por la justicia no sólo desde la trinchera del set, sino de una curul. El ex senador de Argentina y representante ante la Unesco de ese país nunca dejó de ser cineasta. Una injusticia bastaba para tomar su cámara, subirse a su coche y registrar los hechos, que luego serían filmes, archivos cinematográficos, que no sólo fueron premiados en el mundo por los especialistas, sino también por la gente.

Pino era un cineasta a ras de piso. Se le recuerda por sus cintas La hora de los hornos El exilio de Gardel, entre muchos otros filmes con los que transformó el cine político en su natal Argentina.

“El cine que hago –comentó Solanas a La Jornada– tiene que ver con la mirada de una nación. Mi obstinación por opinar sobre Argentina surge de que es un país censurado. Mi compromiso es contar la historia que no se cuenta, y no lo hago solo; lleno mis películas rescatando a los héroes cotidianos y anónimos: trabajadores, investigadores, etcétera”.

Solanas estudió teatro, música y derecho. Desde la década de 1960 cobró relevancia internacional por su trilogía de cine documental La hora de los hornos.

Debido a la dictadura militar estuvo exiliado en Francia más de una década; incluso, en 1992 lo balearon en las piernas al término de una proyección. Había sido legislador federal, pero lo más importante de su trayectoria es cómo ha ligado su compromiso político con su actividad artística.

Decía: Toda mi vida he intentado hacer política por medio del cine, mas no del tipo partidaria. Cargar mis imágenes de conciencia, transformación.

Solanas señalaba que producía el cine de la gente.

–¿Qué es lo que se necesita para ser político? –se le preguntó en una ocasión.

“La política es un gesto de amor, un acto de generosidad. Sin entrega, sin el dar, no existe. Es inseparable de la ética, porque hablamos de administrar el bien común. Lo importante es hacerlo con rigor extremo y austeridad. Es imposible ser servidor público y no tener amor por la gente, por la patria. Es respetar, escuchar y querer al otro.

“En los diarios leo los artículos de opinión, firmados, y pienso ‘¿por qué no he de tener mis opiniones?’ El cine de no ficción que yo he hecho es mal llamado documental; diría que es cine-ensayo. De testimonio (...) Analizo y doy mi punto de vista, por eso lo firmo. He tratado de mantener coherencia y compromiso en mis cintas, pese al exilio, a la persecución... la gente lo reconoce y por eso me da la información o me deja entrar a la cocina de su casa, donde me cuenta los mejores datos; por eso estoy informado, por la gente”, afirmaba uno de los primeros realizadores latinoamericanos en recibir un Oso de Oro de honor en la Berlinale.

Inmerso en un cine político y social, es fácil caer en el panfleto. Para Solanas, la calidad con que trabajes tu ensayo fílmico es la protección para que no sea panfletario. Aunque hay panfletos que han quedado en la humanidad como grandes piezas literarias.

Una realidad gris

Pino decía que la realidad política de Latinoamérica no es negra ni blanca, generalmente es gris.

Sin embargo, lo trascendente, comentaba, es que algunos gobiernos creen en la vocación de unificación de América Latina, que se hace sin que todos piensen igual, sino en la convivencia en la misma casa, aunque políticamente no se coincida.

A Pino no le importa ser controvertido: “Eso lo dirán algunos medios de comunicación. No quiero ser polémico, sino sólo un cineasta de la gente. He golpeado puertas para producir las películas que he querido, y me he hecho cargo, desde las deudas hasta los beneficios. Es un gran sacrificio, pero ahí están, muchas rodadas desde la clandestinidad, como La hora de los hornos”.

Me pegaron de balazos

Agregaba: He trabajado desde el cine y en un momento las circunstancias hicieron que como referente cultural enfrentara al menemismo. Me pegaron de balazos y eso cambió el curso de mi vida. Todo mundo me planteó algo que no podía rechazar: estar al frente de una fuerza de oposición. Todo referente cultural tiene que hacer una devolución a su país. Nadie surge solo. Eres el producto de tu esfuerzo, pero también de la herencia y apoyo que te ha dado una comunidad. Yo la hice dando un paso hacia la política, pero he seguido filmando mis documentales de batalla; largometrajes filmados en el mismo estilo: como ensayos cinematográficos, porque la desinformación, con los medios y el aparato oficial, siguen existiendo.

En 1962 realizó su primer cortometraje de ficción Seguir andando. En 1968 hizo La hora de los hornos, trilogía documental sobre el neocolonialismo y la violencia. En 1975 terminó Los hijos de Fierro, primer largometraje de ficción. Meses antes, había sido amenazado de muerte por la Triple A (un grupo paramilitar de extrema derecha) y en 1976 un comando de la Marina intentó secuestrarlo. Partió al exilio hacia España y se estableció en Francia, donde realizó, en 1980, el documental La mirada de los otros.

“¿Por qué crees que existe (la película) Casablanca?”, preguntó Pino Solanas a La Jornada.

El cineasta se respondió: “Porque es una gran historia de amor en un contexto político y social determinado. Si das vida a personajes en la ficción hay que respetar a los personajes, que son los que mandan. Son pequeñas cosas de la vida cotidiana... Cuando hice Tangos... El exilio de Gardel me criticaban porque según me había tomado livianamente el exilio. Lo que me interesaba era contar del exilio la vida cotidiana con cuentos y tangos, amores y penas”.

Durante el exilio, participó en varias organizaciones de solidaridad con las Madres de Plaza de Mayo y otros grupos de defensa de los derechos humanos. A la caída de la dictadura, en 1983, regresó a Buenos Aires y en 1985 filmó la cinta sobre Gardel, y en 1988 terminó Sur, que fue premiada en Cannes.

Sostenía: “Latinoamérica es un continente que abre las piernas y dice ‘llévense todo’, detrás del mito de que las exportaciones de sus recursos naturales le van a traer un enorme bienestar. En realidad, en toda la historia del colonialismo, ese modelo dejó muy poco, pero hoy día eso es fuerte otra vez. Hablar de América Latina es complejo. Hoy hay que hacerlo de América del Sur y América Central. México es un continente en sí mismo...”

Cuando ganó Andrés Manuel López Obrador afirmó: Será de los personajes míticos que escribirán la nueva historia del pueblo mexicano. Tenemos gran admiración por él y hemos vivido con alegría la inteligencia con la que triunfó. Celebramos sus primeras medidas de austeridad y de combate a la corrupción.

 

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