–Estudié letras españolas en la Ibero e hice mi tesis junto con Gabriela Peyrón y Luz del Carmen Valcárcel sobre los índices de México en la Cultura en la época de Fernando Benítez. Huberto Batiz, mi maestro, nos animó y fue el sinodal de nuestro examen. Nos dijo que habíamos hecho un trabajo de ratón de biblioteca. Eso soy: un ratón de biblioteca.
Estudié letras, y cuando terminé, un amigo me encargó la biblioteca de Miguel de la Madrid, quien tenía muchísimos libros y en esa época terminaba su campaña para ser presidente de la República. Don Miguel heredó la biblioteca de su padre, un importante abogado de Colima; en su casa en México se acumularon libros de derecho, política, historia, literatura.
–Supongo que además le regalaban libros…
–Le regalaron muchísimos libros, porque todos sabían que era muy buen lector. La biblioteca está en la calle de Parras, en Coyoacán, atrás de su casa. Invité a Gabriela Peyrón y la organizamos; fue una tarea preciosa, pero gigantesca, como decía De la Madrid, quien exclamaba: Julia, usted tiene muchas cachuchas
, porque era al mismo tiempo bibliotecaria y editora.
“Durante el sexenio de De la Madrid trabajé en Coyoacán y en Los Pinos, y algunas veces en Palacio Nacional. Los libros son mi pasión y me empeñé en profesionalizarme. Entré a la maestría en bibliotecología a mi alma mater, la UNAM. En esa época, De la Madrid me encargaba libros para darlos de regalo; llegué un día con Miguel Ángel Porrúa y ahí conocí a Taide Ortega, quien ha sido mi gran maestra y amiga, ella me enseñó todo lo que sé sobre edición: corregir, editar, todo. Miguel Ángel Porrúa hacía una colección muy importante sobre el Centenario y me pidió ayudarlo con los índices. En esa época no había computadora, se hacían con tarjetitas, me pagaba la primera entrada un peso y la segunda 50 centavos. Con las computadoras desapareció ese sistema, que a mí me encantó. Al mismo tiempo seguí siendo la bibliotecaria de Miguel de la Madrid. Era muy buena gente y siempre me apoyó.
–¿Cuándo empezaste a editar tus propios libros?
–Empecé a hacer libros de arte con Sofía Urrutia; nos asociamos y llamamos a nuestra editorial Cálamo. Publicamos: Malinalco, imágenes de un destino, con Luis Mario Schneider y fotografías de varios importantes fotógrafos. Fue muy divertido. Después yo hice libros para Carlos Slim, como Litografía del siglo XIX, con José Iturriaga hijo. Con Pepe Iturriaga, su padre, hice una edición facsimilar del Atlas de García Cubas; ¿recuerdas ese libro enorme?
“Trabajaba con Ricardo Salas, un gran diseñador. Hicimos muchísimos libros de exposiciones, como la de Abel Quezada con su hijo Abelito, un encanto, y con el Gordo Morales, un experto en fotografía muy ligado a El Estanquillo.
“Cuando nombran a De la Madrid director del Fondo de Cultura Económica (FCE), cuya sede todavía estaba en la avenida Universidad; en ese edificio encontré bodegas llenas de libros almacenados. Los subía yo a los libreros de la oficina gigantesca de Adolfo Castañón para llenar sus libreros vacíos. Trabajé sin parar durante todo 1991. Entonces se me ocurrió hacer la biblioteca del Fondo, y se lo propuse a De la Madrid y me apoyó. ¡Fue una maravilla! A la gente que tenía años en el Fondo no le gustó, porque en el nuevo edificio en el Ajusco, obra de Teodoro González de León, las oficinas eran más pequeñas y sólo había un pequeño librero en cada una. Además, el arquitecto González de León recomendó que no hubiera tanto peso en los pisos superiores, mejor todo en la planta baja. Y ahí Teodoro diseñó la biblioteca. Invité a trabajar a Rosario Martínez Dalmau, quien fue mi compañera en la Universidad Nacional Auónoma de México y desde hace años es la bibliotecaria del Fondo. Con la ayuda de estudiantes de biblioteconomía hicimos la mudanza del FCE al edificio en el Ajusco.
“Nos enfrentamos a cómo ordenar los libros, porque no era una biblioteca especializada ni personal; no cumplía ningún parámetro conocido. Decidí que las colecciones se ordenaran por aparición. Entrabas a la biblioteca, que era un triángulo cuyos libreros empezaban con Sociología, Economía, Antropología, Literatura, todas las colecciones por orden de aparición. La inauguramos en 1992, cuando se abrió el edificio del FCE en el Ajusco.
Al principio, la gente del Fondo no entendía la utilidad de la biblioteca, pero para los diseñadores resultó indispensable, porque podían recurrir a la portada anterior lo mismo que a la tipografía; los de derecho podían revisar las diferentes impresiones en la página legal; si querían consultar algo, contaban con la biblioteca que armamos.
–¿Además de uso interno, la biblioteca tuvo uno público?
–Primero tuvo un uso interno y después empezaron a ir investigadores o lectores a consultar libros agotados del FCE.
–¡Fue un triunfo!
–Sí, y también logramos reunir todos los libros publicados por las filiales del Fondo, no sólo las primeras ediciones y reimpresiones de la casa matriz, sino todas las ediciones desde 1934: Venezuela, Argentina, Perú, Chile, España. Ahora dos filiales han cerrado: Venezuela y Brasil, por falta de presupuesto. En Estados Unidos hay una filial que sí distribuye.
En la biblioteca no sólo teníamos libros del FCE de México, sino un archivo fotográfico en el que trabajé mucho. Eran fotos de los años 40, 50, de esas reuniones a las que tú, Elena, seguramente fuiste. Alí Chumacero me ayudó a reconocer a los personajes.
–Fíjate, Julia, asistí a una reunión sui generis, porque Elena Garro hizo una entrada espectacular con 20 o más campesinos de Morelos y tomó por sorpresa a Arnaldo Orfila Reynal y a Octavio Paz… Luego ponchó todas las llantas de los automóviles de los intelectuales.
–De eso no hay fotos. Conservamos el archivo fotográfico, correspondencia, discos. Anette Pradera pasó los discos de 33 revoluciones a casets. Podías oír la voz de Daniel Cosío Villegas en el disco de un programa: Mirador de América
. En el FCE tenemos mucho material sonoro, fotografías, correspondencia, el archivo de los contratos al que puedes tener acceso y enterarte de lo que pedían los autores tanto en lo que se refiere a sus regalías como a sus rediciones. También el FCE tiene un banco los originales de las portadas, en resguardo, que hicieron artistas plásticos reconocidos como Remedios Varo.
Al mismo tiempo que cuidaba las colecciones del Fondo, Julia de la Fuente tuvo su propia editorial en la que publicó el libro sobre Pedro Infante de Carlos Monsiváis y otros bajo el sello de Raya en el Agua. Su Gritos y susurros causó sensación. Lo coordinó Denise Dresser, quien pidió a 38 mujeres vestidas de negro que escribieran acerca de su vida.
En su propio testimonio contó el horrible accidente automovilístico en el que su padre perdió la vida y su relato nos impactó a todas. De Gritos y susurros recuerdo especialmente a Marie Pierre Colle, quien habla con mucha valentía del cáncer que habría de matarla. Recuerdo también con dolor a Julieta Campos y a Helen Escobedo.
El libro se agotó en menos de un mes y se publicó un segundo tomo con otras mujeres. Lo que ahora más recuerdo de ese año de 2004 es la sonrisa de bienvenida de Julia de la Fuente, la mujer a quien más quiso Carlos Monsiváis.