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Arturo Rivera, pintor amante de la vida y de trazos que aludían a la muerte

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El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura señaló que Rivera deja un trascendente legado en la plástica del país. Foto Rogelio Cuéllar
30 de octubre de 2020 10:55
Viernes 30 de octubre de 2020. El pintor Arturo Rivera falleció la madrugada de este jueves a causa de una hemorragia cerebral provocada por una caída que sufrió en su casa-estudio de la colonia Condesa, en la Ciudad de México, de acuerdo con informes de sus familiares.

La noticia sorprendió a colegas, amigos y admiradores del artista cuyo pincel, siempre desde los claroscuros de la perversidad, como él se definía, presagiaba la muerte.

La experiencia de un suicidio fallido en su juventud, una mala operación que le provocó una prolongada hemorragia y un cambio de válvulas en el corazón, a pecho abierto, fueron los acontecimientos que, sin metáforas, se reflejaron en su obra.

Esas historias en su biografía, explicaba, quieren decir que vivo más cada día, que no resto, sino que, como he pasado líneas, voy sumando vida. Me gusta vivir, pero soy un vivo entre los muertos. Por supuesto que tengo otra forma de ver la existencia y no es que no tema a la muerte. Temo, pero no es un susto constante, parece contradictorio, pero cuando la muerte viene a mi vida es para hacerme revivir.

El poeta Ernesto Lumbreras comentó en su muro de Facebook que apenas el miércoles había recibido un correo electrónico de Rivera, pues el pintor quería que una obra suya engalanara la portada de un libro mío. Sin tardanza me envío cinco piezas para escoger. Me contó que en las últimas semanas batallaba para caminar, que había pasado unos días en Tepoztlán prácticamente mirando por la ventana. Había dejado de pintar, leía, pensaba, recordaba su vida. Antes de colgar me dijo que estaba mejorando su situación locomotriz gracias a una terapia. Lo escuché de buen ánimo, maledicente, pícaro y jovial.

El pintor preparaba una exposición para mediados de 2021 en el Museo Fernando García Ponce-Macay, de Mérida. Se trataba de una muestra de 20 obras entre pintura, litografía y dibujo, informó Rafael Pérez y Alonso, director del recinto.

Las piezas más nuevas serían unas litografías que realizaría en el taller Blackstone, a cargo de Frank Lara y Arturo Guerrero. La última pieza que hizo con ellos data del 20 de julio de 2017. Lara expresó a La Jornada que desde hace dos semanas Rivera tenía ya la piedra litográfica en su estudio y que apenas el pasado martes 27 de octubre se habían puesto de acuerdo para comenzar el proyecto. El artista había prometido tener resultados en 15 días.

Hijo de las vanguardias

El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura señaló que Arturo Rivera deja un trascendente legado en la plástica del país y recordó que en 2005 ganó el Primer Premio en la segunda Bienal de Arte de Beijing, China, con el óleo Llegando a Nueva York, que ahora pertenece a la colección del Museo Nacional de Arte de ese país.

Con una formación rigurosa en la Academia de San Carlos, Arturo Rivera siempre defendió la búsqueda creativa a través del dibujo, la gráfica y la pintura.

En 1969 presentó su primera exposición individual en homenaje al Che Guevara. En 1973 estudió serigrafía y fotoserigrafía en Londres.

En una entrevista concedida a este diario en 1999, el pintor, quien nació el 15 de abril de 1945, narró que reconstruir su alma había sido tremendo.

“Mi vida empezó cuando me salí de mi casa a los 17 años. Mi padre era de clase media, más o menos acomodada, y como escogí ser pintor y no arquitecto me dijo adiós. Luego de mi suicidio, empecé a usar la mente, pues todo lo anterior había sido pura intuición. Tuve que aprender a vivir. Experimenté una regresión, porque no podía salir a la calle y mi madre tenía que dormir cerca de mí. Incluso necesité resignificar mi ciudad.

“Me fui al extranjero porque luego de mi segundo divorcio, mi hermano murió y yo dije: ¿qué hago aquí? Tenía fobias muy grandes, cada calle me recordaba cosas, no podía con la Ciudad de México. Cuando regresé, me fui a vivir a Tepoztlán y para reconstruirme como habitante de la ciudad imaginé que era un extranjero. Fue difícil, porque yo amaba entrañablemente a esta ciudad. Estudié la prepa en San Ildefonso, fui a la Academia de San Carlos. Mi vida se había forjado en el centro y después era lo que más me daba fobia. Hasta había dejado de pintar.”

En 1976, Arturo Rivera se trasladó a Nueva York, donde inició su característico estilo realista. En 1979, por invitación del litógrafo y grabador Mac Zimmerman, se fue a Múnich, Alemania, como su asistente.

Regresó a México en 1981, año en el que participó en una exposición en la Universidad de las Artes y las Ciencias de Valencia. En 2000, se seleccionó una de sus obras para una exhibición de pinturas de autorretratos en el Museo del Palacio de Bellas Artes, expuesta junto con piezas de Diego Rivera, Frida Kahlo y Francisco Goitia, entre otros.

En 2003, Arturo Rivera fue distinguido por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, México, como maestro del arte mexicano del siglo XX.

En charla con La Jornada en 1999 el artista compartió: “Sobrevivo con medicamentos porque de repente padezco ataques de pánico, que son como entrar en un remolino del que ya no sales. Tomo mis precauciones al respecto, sobre todo porque cuido mi corazón. Asumo mi vida actual. Es decir, si tuviese que tomar morfina para seguir viviendo lo haría, pues me gusta vivir.

“No estoy muerto. ¿Por qué? Porque toda la pintura está muerta y yo sigo pintando. He hablado mil veces de ese ‘reciclar el arte’. Los performances son cosas que, por ejemplo, ya viví. Soy hijo de las vanguardias. Hace muchísimo quebré un caballete en la calle de Mazatlán como símbolo de que esa forma de pintar había muerto. Hice happenings, instalaciones llamadas hoy performances. Ahora todo eso existe por cuestiones de mercado.

“Pero lo original no está en el cerebro. A estas alturas del arte ya no se puede hacer nada ‘innovador’. Lo ‘original’ radica en la diferencia innata que toda persona trae en su interior, pero la introspección duele, cuesta trabajo y se requieren muchos años para hacerlo. Por eso el oficio de pintor es de resistencia.

He penetrado hasta lo más hondo de mí, porque la pintura ha sido mi terapia y ya estoy hueco. Hasta que me muera voy a seguir luchando por seguir haciéndolo mejor. Claro, no en el sentido moral, porque soy un perverso.

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