La Habana, 8 de diciembre. Hace más de 30 años un grupo de realizadores latinoamericanos discutía en La Habana la creación de un festival que reflejara el cine de la época. El mexicano Paul Leduc tenía entonces dos diferencias con el líder del proyecto, el cubano Alfredo Guevara: no quería que hubiera premios, sino que fuera un foro abierto. Tampoco le gustaba el nombre “nuevo cine latinoamericano”.
Finalmente se decidió que La Habana entregara premios. El autor de Reed, México insurgente ha vuelto a Cuba para recibir el Coral de Honor, reconocimiento para esa corriente-generación que se expresó con una estética inspirada en las convulsiones sociales de los años 70.
Esta vez lo recibieron directores también emblemáticos, como el chileno Miguel Littin, el boliviano Jorge Sanjinés y el brasileño Nelson Pereira. Antes, entre realizadores, actores y otros creadores, lo tuvieron Gabriel García Márquez, Jack Lemmon, Jorge Amado, Fernando Birri, Gian María Volonté, Harry Belafonte, Santiago Álvarez, Aldo Francia, Joris Ivens, Daisy Granados, Tomás Gutiérrez Alea, Constantin Costa-Gavras, Nelson Rodríguez, Leo Brouwer, y Guevara.
Hace unos días, en el teatro Karl Marx y con su Coral en la mano, el mexicano dijo: “Con Alfredo siempre se pierden las discusiones, porque me da mucho gusto recibir este premio”.
Otra discrepancia
Días después, en el jardín del hotel Nacional, el cineasta cuenta a La Jornada su otra discrepancia: “Siempre estuve en contra de eso, en primer lugar, porque no me gustan las etiquetas. Y en segundo, porque ésa es una etiqueta condenada a envejecer. Los mismos cineastas que participamos en esto, ya en la segunda, tercera, quinta película, pues ya no hacemos un cine tan nuevo”.
A estas alturas, dice Leduc, es tanta la gente nueva y joven, que “es evidente que si hablas de nuevo cine latinoamericano estás hablando de otra generación y de otro cine; digamos que se ha vuelto a validar la expresión, pero es un cine totalmente diferente, con otra forma, para otro público”.
–El cine como el fenómeno social del siglo XX que conocimos ¿está en extinción?
–Como lo conocimos a lo mejor ya hasta se extinguió. Está en cambio. Y va a seguir en cambio. Internet, cable y todas las nuevas tecnologías son, evidentemente, el futuro, incluso hasta para las salas de proyeccióón normales, que por eso se han vuelto más chicas. Ya no van a recibir ninguna copia, les va a llegar por cable, por satélite. Tampoco necesitas una pantalla, puede ser una casera. Cada vez son mejores las pantallas y cada vez da más flojera ir al cine. Porque en lugar de tener que ir a estacionarte y pagar las palomitas, pues la ves en tu casa a la hora que quieras. Es otra actitud del público.
Leduc apunta que la vieja industria del cine que había en México, con grandes foros, sindicatos y cámaras de productores, ya desapareció. En Hollywood todavía existe, pero ya no en Europa. Hasta en Cuba hay cine fuera del organismo oficial, porque se puede hacer con tecnología digital, bajo presupuesto y actores no profesionales. “Son fenómenos que ya están ahí. No es especular. Hacia allá va el cine.
“Por eso ya no tiene sentido hablar de cine independiente. Ya todo el cine es independiente, se hace con otros mecanismos. Antes la independencia era respecto de un sistema. Ahora ya no.”
Pero, al mismo tiempo, lo viejo no ha desaparecido, ataja el cineasta. La gran producción para distribución masiva en sala todavía existe. “Está el joven que vive de algo distinto al cine, pero hace películas con una cámara digital, con amigos en la calle y la pone en Internet. No tiene que recuperar fuertes cantidades. Mientras tanto, seguirá habiendo cine de época, reconstruccióón de foros romanos, aunque cada vez menos. Vivimos en una época de transición. Aquí cada quien va a encontrar su espacio.”
Por supuesto, recuerda que Hollywood “arrasó” con el viejo circuito del llamado “cine de arte” e impulsó a los distribuidores a una posición protagónica. “Son los que deciden, los que distribuyen según ellos lo que el público quiere ver. Y ha llegado a ser atroz. En el caso de México, hay una política para reventar al propio cine mexicano. Si no haces un taquillazo, si no funcionas, vas para fuera. La presión de Hollywood es infinita hacia los distribuidores.”
Hacia principios de la década pasada, Leduc tomaba distancia del cine, que se convirtió en un retiro que duró 15 años. Ahora dice: “Como espectador el cine me dejó de interesar muchísimo. En esos años el cine se volvió muy parejo. Viniera de donde viniera, eran historias o marcos similares. Lo que siempre me había gustado del cine era su diversidad; francamente me fui aburriendo, me di cuenta de que podía hacer otras cosas…y lo dejé”.
En ese retiro sólo hizo un corto animado, pero volvió el año pasado con Cobrador: in God We Trust. “No por el intento de volver al cine, sino por el estímulo de los cuentos de Rubem Fonseca que dan pie a la película”, dice.
De cualquier manera, Leduc ve un nuevo panorama: “El cine ha recuperado mucho su diversidad, en parte quizás por las nuevas tecnologías. Yo he recuperado ya el placer de espectador. Se refrescó mucho el cine entre la gente joven en el mundo. Hay mucho talento, con nuevos discursos, nuevos temas, nuevas maneras de contarlos. Nosotros ya fuimos formados mucho por la imagen, la televisión. Los jóvenes actuales son totalmente imagen. No quiero idealizar tampoco a la juventud. No necesariamente por ser jóvenes ya son talentosos, pero sí hay un volumen de jóvenes con talento, por ejemplo en México”.
Remembranzas
Polémico, Leduc recuerda sus tres películas casi silentes, de entre fines de los años 80 y principios de los 90 (Barroco, Latino Bar y Mambo Dollar). Se le ocurrió casi suprimir diálogos (también, antes, en Frida, naturaleza viva) por sus recuerdos de cuando ir al cine en México implicaba ver larguísimos noticieros verborreicos, con imágenes de archivo, y cuando el cine político latinoamericano también tenía incongruencias entre el texto y la pantalla. Quitar diálogos fue una reacción, aunque ahora concede que quizás fue una exageración.
Pero la experiencia fue atractiva. Con el público surgió “cierta tensión, que me interesaba tener entre la pantalla y el espectador; un cierto distanciamiento, digamos brechtiano, que obliga al público a pensar; es un cine más sugerente. En cuanto a la taquilla, en esos años también empezó a ser un problema para todos, con diálogos y sin diálogos”.