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Dirigir Morena sería mi acto final: Muñoz Ledo

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Voy a pasar a la historia porque logré influir en la vida pública de México desde 1970, asegura Porfirio Muñoz Ledo. Foto Cristina Rodríguez
15 de octubre de 2020 08:28
Jueves 15 de octubre de 2020. Hace años, la embajada de Francia ofreció una cena a Emile Roche, alcalde de la localidad francesa de Biarritz, quien había invitado a varios mexicanos al Festival de Artes de Biarritz, dedicado a nuestro país. Tomé mi lugar en una de las cuatro mesas redondas y vi con gusto que mi compañero de mesa era Porfirio Muñoz Ledo. ¡Qué suerte, es un gran conversador!

Nos sirvieron el postre y Porfirio aún no había llegado. Por fin, entró derrapando y me preguntó: Oye, ¿de qué se trata? Le dije que varios mexicanos habían sido invitados al festival dedicado a México. Para mi estupor, Porfirio tomó su cuchillo, hizo sonar su vaso y en medio del silencio, se levantó para dirigirse, en francés, al alcalde. Me quedé pasmada: todos aplaudimos.

Ahora quiere ser presidente del partido que lleva el nombre de Morena. Así como todos nos encomendamos a la Virgen de Guadalupe (nuestra morenita), el inefable Porfirio se lanza al ruedo.

–Porfirio, te faltan poco menos de dos años para cumplir 90, ¿por qué sigues empeñado en la política?

–Anoche dormí 10 horas seguidas, estoy muy bien, mujer. La política nunca te deja, como el arte. Los pintores pintan hasta que mueren… Soy el más antiguo de la tribu. Eso me permite tener una relación fraternal y sin envidias, sin enemigos, porque yo no amenazo a nadie, estoy en un muy buen momento de vida.

–Pero a los cantantes se les acaba la voz.

–Mira, la verdad, esto es lo último que voy a hacer. Si no tuviera ni salud ni ganas, no lo haría. Además, te aseguro que se me necesita para la continuidad de lo que hemos logrado: una cosa es el gobierno y otra el partido.

–¿El partido puede perderse?

–Si nuestro movimiento no se organiza, puede disolverse. Se habla de la Cuarta Transformación indicando que es como la Independencia, la Reforma o la Revolución. Tú, Elena, ¿cómo concretarías una obra que por necesidad se lleva varios sexenios? Justamente logrando una continuidad a través de un partido.

–Has pertenecido a todos los partidos. Todavía conservo el recuerdo de tu figura al lado de Vicente Fox al pie del Ángel de la Independencia… Por tu formación en la Universidad de París, sabes que la duración de un político francés es más corta que la de un mexicano. ¿Crees saludable quedarte en vez de dejarle el lugar a alguien más joven?

–Considero que este es el último acto de mi vida pública. Salgo de la Cámara el año que entra, sólo aspiro a presidir el partido en mi fase final. Es de muy mal gusto hablar de los demás, pero hay algunos que yo veo muy atravesados con la línea de principios de Morena. Muchos quieren el poder por el poder o el poder a través del dinero. Una fracción del partido está haciendo política con mucho dinero, yo no lo tengo, lo que sí tengo es una política de principios.

“El año que entra habré culminado un trabajo de tres años. En México no teníamos clara la noción de partido porque sólo teníamos uno. El partido no es el todo, sólo una parte. El PRI era el todo, una simbiosis de gobierno, partido y símbolos nacionales; eso ya se acabó. En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y yo rompimos al tricolor en dos.

Antes, los partidos eran satélites del gobierno, ahora hay una pluralidad más o menos estable, un sistema multipartidista que llegó para quedarse.

–¿No morirán como morimos todos?

–Es el espíritu el que tiene que perdurar. Los partidos serios dialogan y tienen una formación de cuadros, no pueden estar muertos…

–A tus amigos Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Víctor Flores Olea y Enrique González Pedrero les preguntaba yo: ¿Cómo es Porfirio?, y respondían: Es un animal político.

–Espero más político que lo primero. Leí un artículo muy agudo de Flores Olea en La Jornada y dice lo mismo que tú. Yo sí nací para la política desde que fui presidente de la sociedad de alumnos en la UNAM: los cuatro amigos tuvimos una formación cultural paralela, aunque no idéntica. Sergio era un Pico della Mirandola; nació el mismo mes y año que yo. Pertenecimos a dos vertientes, una que cuajó en obras de cultura y otra que tenía un destino manifiesto. Fuimos la generación del medio siglo; nuestra revista nació en 1951, en la Facultad de Derecho, gracias a la visión del maestro Mario de la Cueva. Nuestra vida cultural adquirió un gran sentido político y nuestra generación fue de centro-izquierda. Nos tocó la expansión de la socialdemocracia. Fuimos muy nacionalistas y lo seguimos siendo, aunque Carlos Fuentes era más cosmopolita.

Al lado de Víctor Flores Olea, un año mayor que yo, he sido el más longevo. Tanto él como yo conservamos el entusiasmo de hacer las cosas. Mi empeño ha aumentado de 1988 para acá, porque temo que nuestra política vaya a pervertirse por el personalismo. Insisto: somos un partido de principios y los principios se ponen a prueba en cada acción que tomas.

–¿Hubieras querido ser presidente de la República?

–Hace muchos años dije una frase que seguramente recuerdas: Entre el poder y la historia, me quedo con la historia. Aún creo que puedo cambiar el país como algunos lo han escrito. De haber llegado a la Presidencia, me pregunto con quiénes hubiera gobernado.

–Ya tienes tu lugar en la historia de México, y eso ya es mucho…

–Sí, voy a pasar a la historia porque logré influir en la vida pública de México desde 1970. Uno llega a ser presidente por dos razones, no siempre por méritos. Yo soy hijo de dos maestros y tuve la virtud y el defecto de la meritocracia; me premiaron con ascensos. Llega un momento en la política en que te haces de muchos enemigos y muchos adversarios, y me di cuenta que el mérito no basta, hay otros intereses muy profundos…

–¿Tus cualidades pueden llegar a ser estorbos?

–Así es. Créeme que ser incorruptible es un problema para ascender, porque la gente te tiene desconfianza por lo que tú representas y porque no entras en un universo de complicidad. Ese fue, desde el punto de vista práctico, mi inconveniente para ser jefe de Estado. Yo platiqué mucho con el compañero Luis Donaldo Colosio, mucho más joven que yo; él representaba al PRI y yo al PRD, y le decía: Mira, la Presidencia en este país es de tres complicidades: complicidad amistosa o de grupo, complicidad de dinero y complicidad de sangre. Algunos sistemas te obligan a aprender a matar. Ya pasó esa época, pero las complicidades siguen.

Mi militancia en los partidos es un encuentro de virtudes y proyectos comunes, pero quizá me ha faltado ese grado de complicidad que te lleva al poder. Mi generación ya se agotó, ahora quiero dejar un mensaje.

–¿Insistes en permanecer en la política?

–Soy bastante perseverante y me siento con energía para hacer este último servicio.

–¿Qué crees que le has aportado a la democracia mexicana?

–Dos cosas: una, la más importante, la ruptura con el antiguo régimen; ahí nació la transición democrática. Hay movimientos revolucionarios y los hay transicionales. Se entiende por transición democrática el cambio de un régimen político a otro por la vía pacífica. En México, la transición democrática todavía no culmina, comenzó en 1986. Busqué el sufragio efectivo, la pluralidad. Ahora las curules se reparten entre 50 o 100 diputados de oposición. Pensé en aquel entonces en una socialdemocracia mexicana, pero más radical, porque México tiene problemas mucho más profundos, mucho más graves. Yo quisiera dejar un modelo de partido, ideas claras de cómo hemos conseguido a lo largo de 30 años de lo que debe ser una democracia mexicana.

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