Moscú. Al día siguiente de que las autoridades quisieron impedir por la fuerza –con un saldo de más de 700 detenidos (entre ellos, una treintena de periodistas que cubrían la marcha), cañones de agua, gases lacrimógenos, golpizas– la habitual manifestación dominical de protesta contra el presidente Aleksandr Lukashenko, ocurrió algo hasta ahora impensable: varios miles de jubilados –mujeres la mayoría– salieron a la calle este lunes para exigir la dimisión del mandatario.
La prensa bielorrusa independiente denominó como la “marcha de las abuelas” esta inédita acción del sector que se supone más conservador de la sociedad y que no dudó en alzar su voz en defensa de sus hijos y nietos.
Sucedió horas después de que Lukashenko empezó a aplicar lo que los politólogos interpretan como una clara táctica de “divide y vencerás” a la oposición, al visitar en la cárcel el pasado fin de semana a una decena de presos políticos, con los cuales –según el escueto comunicado oficial– departió durante más de cuatro horas sobre la reforma constitucional que se dispone a llevar a cabo.
Tras esa inesperada reunión, dos de los recluidos, Yuri Voskresenky y Dimitri Rabsetvich, aceptaron la encomienda presidencial de hacer recomendaciones sobre las enmiendas a la Carta Magna y dejaron de ser “un peligro para el Estado”, por lo cual este lunes pasaron de la celda en la prisión al arresto domiciliario, mientras se anunció que se están estudiando otros casos y se filtró que no se excluye que el mandatario ejerza su derecho a indultar a quien le parezca.
Entre los participantes de ese sorprendente encuentro estaba Viktor Barbariko, el ex candidato presidencial más vinculado a influyentes sectores de la élite rusa, encarcelado por supuestos “delitos económicos”. En cambio, su brazo derecho, Maria Kolesnikova, no recibió invitación y sigue en la lista negra.
No es claro si Lukashenko, con ese gesto poco ortodoxo, cedió a las presiones de Moscú para preparar el terreno de una transición pausada, mediante una reforma constitucional. Por ahora, es sólo una posibilidad que en la práctica puede prolongarse o acortarse dependiendo de cómo evolucionen las cosas.
También es posible lo contrario: Lukashenko quiso demostrar que sólo él puede establecer las reglas del juego y decidir cuándo, dónde y con quién de sus adversarios quiere dialogar.
Al mismo tiempo, Lukashenko ordenó usar la fuerza para impedir cualquier manifestación de protesta pacífica. El ministerio del Interior bielorruso no tardó en advertir que, “si fuera necesario”, los policías y efectivos antidisturbios usarán las armas de fuego contra los manifestantes.