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Quino y Mafalda: irónicos, contestatarios e inconformistas
Quino (Mendoza, 1932-2020) –padre de Mafalda, cuyo nombre era Joaquín Salvador Lavado Tejón– pensaba, ironizando y ordenando conceptos e ideas, en las posibilidades de la existencia de un mundo mejor, como sus cientos de miles de seguidores alrededor del mundo. Murió el miércoles 30 de septiembre de 2020, un día después de que Mafalda cumpliera cincuenta y seis años. Sus historietas han sido publicadas en más de treinta países y han sido traducidas a quince idiomas.
El relato del origen, conocido, fue recordado por el periodista, escritor y miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua Daniel Samper Pizano (Bogotá, 1945) en el prólogo a Toda Mafalda (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1993), chef-d’œuvre del humor gráfico de 658 páginas, cuyo diseño gráfico, diagramación y puesta en página estuvieron a cargo de Patricia Jastrzebski. Judith Gociol escribió la cronología y j. Davis incluyó múltiples textos en el volumen.
A Quino le solicitaron que inventara una historieta que serviría de apoyo publicitario a una fábrica de electrodomésticos. Los dibujos no hacían mención de la marca –Mansfield–, pero la condición era que aparecieran en la escena diversos aparatos eléctricos y que los nombres de los personajes empezaran con la M de Mansfield. Quino había visto a una niña llamada Mafalda en la película argentina Dar la cara, y utilizó el nombre para el personaje central de su historieta. Después bautizó Manuel a un pequeño comerciante inspirado en el padre de Julián Delgado, un periodista amigo suyo desaparecido luego durante la dictadura militar. Miguelito y los padres de Mafalda completaban el elenco original. Los periódicos se negaron a publicar la historieta cuando notaron que se trataba de publicidad.
Quino conservó las doce muestras hasta que, en septiembre de 1964, Julián Delgado se las pidió para la revista Primera Plana. “Había nacido Mafalda”, escribió Daniel Samper Pizano. Empezó con entregas semanales. Tuvo tanto éxito que el propio Quino, a partir de marzo de 1965, debió realizar una historieta cada 24 horas. “Era un trabajo tremendo, porque yo necesito tiempo para madurar la idea –comentó el historietista argentino–. Nunca hubiera creído que podría aguantar diez años dibujando a Mafalda.” Aunque Quino dejó de dibujarla su vigencia es inmutable.
Fue distinguido con la Orden Oficial de la Legión de Honor, la presea más importante que el gobierno de Francia le concede a un extranjero. En 2014, Quino recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por su trayectoria como historietista, coincidiendo con el 50 aniversario de Mafalda. El jurado describió a la niña como “inteligente, irónica, inconformista, contestataria y sensible.”
“Se murió Quino. Toda la gente buena en el país y en el mundo lo llorará”, escribió Daniel Divinsky, su editor. “Hicimos buena amistad, me invitó alguna vez a su casa a comer, era muy hospitalario, estuve en su primer departamento en la calle Chile, el que aparece en Mafalda, y en todas sus viviendas posteriores, en Buenos Aires, París, Milán, Madrid; realmente fue una frecuentación permanente, más allá de la relación profesional que viene de 1970”, dijo Divinsky a los periodistas Hidalgo Neira y José Pablo Espíndola. El editor habló con el artista un mes antes de su fallecimiento, cuando estaba en su natal Mendoza, adonde llegó tras la muerte de su esposa Alicia Colombo en 2017, con quien se casó en 1960.
“Él estaba en la provincia de Mendoza, donde había nacido. Hablamos de la realidad argentina, de los comienzos de la pandemia y las precauciones que habían tomado, y algo de política nacional. Ésa fue nuestra última conversación telefónica”, concluyó Divinsky.
Se reiteró tras su muerte: “Quino criticaba la vanidad, la codicia, la soberbia del poder y la extrema desigualdad de los países de Latinoamérica a través de Mafalda.” En su agudísima crítica del statu quo jamás perdió el sentido del humor: fue su manera de oponerse a la perfidia.
Quino, Eric Hobsbawm y Umberto Eco
La periodista argentina Silvina Dell’Isola narró que cuando Quino y el historiador británico Eric Hobsbawm se conocieron, el historietista le regaló la colección completa de los cuadernos de Mafalda y un pequeño dibujo de ella, hecho y dedicado especialmente para él. Así lo contó a Dell’Isola, desde Londres, la viuda de Hobsbawm, Marlene, “halagada de que se la llame para confirmar la anécdota y la admiración de su brillante marido por la pequeña mocosa contestataria, ciudadana del mundo pretendida como suya por chinos, indonesios, franceses o colombianos que sienten privativo de sus opuestas idiosincrasias las dudas existenciales, rabietas y preguntas fastidiosas que ella plantea desde su corta edad”.
La periodista argentina recuerda que le sugirieron a Quino que Mafalda se pareciese a Peanuts que, liderada por Charlie Brown y Snoopy, era la publicación de su tipo más influyente de Estados Unidos en aquel entonces. Mafalda se distanció de la creación de Charles Schulz. Silvina Dell’Isola asevera: “Umberto Eco estableció rigurosamente las diferencias entre el trabajo de ambos artistas en el prólogo del primer libro de Mafalda editado en Italia, en 1969: ‘Charlie Brown pertenece a un país próspero, a una sociedad opulenta a la que trata desesperadamente de integrarse, mendigando solidaridad y felicidad. Mafalda pertenece a un país denso de contrastes sociales que a pesar de todo sí querría integrarla y hacerla feliz, sólo que ella se niega y rechaza todas las ofertas. Charlie Brown vive en un universo infantil del que los adultos están excluidos. Mafalda vive en una relación dialéctica continua con un mundo adulto que ella no estima ni respeta, y al cual ridiculiza, repudia y se opone reivindicando su derecho a seguir siendo una niña. Charlie Brown seguramente leyó a los revisionistas de Freud y busca la armonía perdida; Mafalda probablemente leyó al Che’.”
Quino se inspiró en la segunda esposa de su abuelo, su abuelastra Teté, para crear a Mafalda. Nieto de comunistas militantes e hijo de andaluces republicanos, todos exiliados en Argentina, “Quino creció signado por la tragedia que supuso la Guerra Civil española y el avance del fascismo en Europa. ‘Ello me dio un sentido político de la vida que me gusta reproducir en mis dibujos. De mi ensalada mental surgieron las más brillantes e hilarantes viñetas’”, confesó el historietista, según Dell’Isola.
Los rasgos de Quino
Quino confiesa padecer muchas de las dudas ilusorias de Felipe: “es, en realidad, una amalgama de sus personajes, como lo somos todos. Puede sorprender con las inquietantes preguntas de Mafalda, poner una carga de trinitrotolueno en la reunión con reflexiones estilo Miguelito, hacer el tipo de críticas que uno esperaría de Susanita, mostrar el escepticismo intelectual de Libertad o desnudar sus sentimientos con el candor de Guille”.
El historietista argentino alberga “en cataduras infantiles ciertas reflexiones, angustias, ternuras y alegrías sin edad. Con excepción de Guille, los niños de Mafalda seguramente no son ciento por ciento niños. Si ello es así, tal vez lo que se proponía Quino era hacer menos estrepitosas las bofetadas, menos dolorosas las preguntas, menos deleznables las inseguridades. O a lo mejor no se proponía nada, sino que las cosas, simplemente, salieron de esa manera. Pero eso no importa. Lo que importa es el resultado, ese genial revulsivo de nuestra tranquilidad que son Mafalda y sus amigos”, concluyó Daniel Samper Pizano.
Empuñar un arma: la idea y la pluma
Cuando Quino firmó ejemplares de Mafalda inédito en su presentación en la librería Fausto de la calle Corrientes en Buenos Aires, la dibujó empuñando una pluma para el cartel que lo anunciaba, se lee en Toda Mafalda. Al dibujar a Mafalda y a sus amigos, Quino adoptó una actitud polémica. Dibujo alegórico, los trazos del historietista argentino simbolizan su batalla contestataria, una ofensiva lograda sólo con su genio y su pluma, instrumento representado de manera hiperbólica.
La robótica: una relación con la muerte
El 25 de junio de 1973, por decisión del propio Quino, se publicó la última tira de Mafalda. Después, el personaje y su creador hicieron apariciones ocasionales por motivos humanitarios. En el prólogo a Toda Mafalda, Daniel Samper Pizano recordó que, en una gran exposición en Madrid, el mundo bidimensional de Mafalda se trasladó a la tercera dimensión. El trabajo escultórico fue sorprendente: los muñecos se volvieron personas y Quino se volvió muñeco. Parte del atractivo de la muestra era un robot creado en Estados Unidos, que imitaba a Joaquín Salvador Lavado Tejón en aspecto, tamaño, vestimenta y profesión. Dirigido por complicados circuitos de computadora, el quinotrónico era capaz de mover la cabeza, saludar al público con la voz del actor argentino Héctor Alterio y levantar la mano. Cuando se lo presentaron, el verdadero Quino lo observó con una mezcla de pavor y simpatía. “No sé –comentaba aprensivo–. El robot este me crea una relación con la muerte que me inquieta mucho.”
Una imagen perturbadora: Mafalda a punto de suicidarse
La imagen resulta desconcertante para los lectores de Quino que no conocen el volumen citado o el libro ¡Viva la lata!, de Aldo Guglielmone.
En Toda Mafalda se narra que, en 1970, Guglielmone, escenógrafo, decorador, cocinero y amigo de Quino escribió para Ediciones de la Flor un libro de recetas para inexpertos, todas preparadas con productos enlatados. Quino ilustró ¡Viva la lata! con dibujos hechos sobre platos, que posteriormente se exhibieron en la galería de Álvaro Castagnino. El capítulo sobre las sopas se presentó con esta ilustración.
Durante una entrevista que le hicieron a Quino cuando visitó España con motivo de una magna exposición, le preguntaron cómo veía el mundo contemporáneo y respondió: “Mal, muy mal. Me alegro de no ser joven.” Percibo la agudeza e ironía que traspasan las barreras del tiempo y me pregunto si Quino hubiese extrapolado al año 2020 –con el globo terráqueo tan herido y agraviado– la imagen de Mafalda a punto de dispararse un tiro en la sien. Cuando el mundo que Mafalda procuró cuidar toda su vida con afecto, delicadeza y curitas se desmorona velozmente, el dibujo más adecuado para representar la irremisible decadencia que caracteriza la actualidad es el de la niña con su pequeña mano sosteniendo un revólver que volará en pedazos la región anterior de la fosa temporal derecha de su cráneo, dibujo que Quino trazó hace medio siglo.