Ciudad de México. Los perros siempre han constituido una población natural del Bosque de Chapultepec, y el entorno del Museo Tamayo, de arte contemporáneo, no es ninguna excepción.
Ahora, el recinto ha creado un espacio que toma en cuenta al “mejor amigo del hombre” y, por supuesto, su dueño, por medio del programa #arteyperros que se lleva a cabo los domingos, de 11 a 17 horas, hasta el 8 de noviembre. El primer domingo atrajo a casi 800 personas.
Se trata de una pequeña sala, implementada en un costado del museo, cuyo muro es de vidrio y ya contaba con una puerta que da acceso al parque. En la pared se han colgado pinturas, fotografías y dibujos cuyo tema son los perros.
Humberto Moro, subdirector artístico del Tamayo y curador del programa, expresa que el 4 de octubre, el primer domingo de #arteyperros sólo expusieron obra perteneciente a la colección permanente del museo.
La idea, sin embargo, es cada semana incrementar la cantidad de piezas colgadas. El domingo 11 se pudo apreciar dos grabados de Tamayo y un dibujo que sirvió de boceto para el óleo Ladrándole a la luna (1942), un óleo de Víctor Vassarely, la técnica mixta Perro (1976), de Andy Warhol, tres dibujos de Ryan Mrozowski, Perros perdidos, de la fotógrafa Graciela Iturbide, y una foto de autor desconocido de Rufino Tamayo (1899-1991) con una de las mascotas que tuvo.
Solo una persona y su perro ingresan a la vez, y cuentan con 10 minutos para su visita.
Para Moro los caninos son parte de la comunidad del Bosque de Chapultepec: “Nada más hace falta estar en el museo, voltear la mirada hacia fuera para darse cuenta de ello”.
Con el programa se busca, en primer lugar “generar espacios seguros dada la contingencia en los que las personas pueden estar en lugares abiertos y seguir visitando el museo. Por otro lado, ponemos atención en qué pasa alrededor de nosotros”.
Luego, resulta que el perro ha sido un “motivo persistente en la historia del arte, presente desde las primeras nociones de representación en pinturas rupestres hasta el arte contemporáneo”. El proyecto también toma en cuenta la relevancia que los perros tuvieron para Tamayo, no solo físicamente, ya que tuvo varias mascotas caninas, sino que los utilizó en su obra para representar “los horrores de la guerra.
“Alrededor de los años 40 del siglo pasado Tamayo empezó a pintar perros como una manera de revelar lo que sentía a partir de la Segunda Guerra Mundial. Es un símbolo significativo en su obra”, comenta Moro.
Además, en la colección del museo hay obras “icónicas” de perros como la pieza arriba mencionada de Warhol. Para Moro armar el programa fue un poco como “conectar los puntos al hacer las cosas, que son casi evidentes, más claras para todo el mundo”.
En Los perros de Tamayo, texto de Juan Carlos Pereda, el subdirector de colecciones del museo reconoce que las mascotas son parte de las familias y la de Tamayo no fue la excepción: “El artista cargado de glorias internacionales, reconocido a nivel mundial, celebridad en el mundo del arte, cuya obra fue analizada por los intelectuales e historiadores del arte más connotados del mundo, ocupaba parte de su jornada diaria en los mimos que prodigaba a Pili y a Pepa, sus dos fieles acompañantes.
En realidad, Pili recibía los cuidados de Olga (su esposa), mientras que Rufino los otorgaba a Pepa; dos ejemplares malteses de pelo largo que siempre lucían limpios y peinados, además de Joaquín, un perro rescatado de la calle, que convivía con las señoritas de la casa.
“Desde que su trashumancia entre Nueva York y París se los permitió, los Tamayo integraron una o varias mascotas a su entorno familiar, entre estos, los perros fueron privilegiados. A falta de hijos, los animales ocuparon un lugar especial en las vidas y el entorno de los Tamayo. Antes, recién habían contraído matrimonio, cuando la pareja se radicó en México, ellos cuidaban a un primer perro al que llamaron Mingo, luego fue Roro, luego una larga pausa, sin ellos u otros”.