Orlando. LeBron James, la superestrella de los Lakers, celebra un triunfo en las Finales con un grito que resuena por la cancha vacía de Disney World. ¿Se habría sentido esa mezcla de rabia, alegría y alivio de la misma manera en un repleto Staples Center de Los Ángeles? Probablemente no.
El aire en unas Finales siempre está cargado de electricidad pero, sin espectadores por culpa del coronavirus, la celebración de LeBron tras el triple de Anthony Davis que selló el triunfo en el cuarto partido apenas corta el aire acondicionado y se desvanece rápidamente.
En otro escenario, ese momento hubiera hecho saltar chispas en unas gradas enfervorizadas, pero el año 2020 rechaza toda normalidad.
Bajo la amenaza de la pandemia, la NBA tuvo que tomar medidas de excepción para retomar la competición y tratar de que las Finales, en las que compiten Los Angeles Lakers y los Miami Heat, se celebren con la mayor autenticidad posible.
Pero tan pronto como se accede al inmenso complejo deportivo ESPN Wide World of Sports de Disney World (Orlando), el silencio que se respira es casi tan abrumador como la humedad de Florida.
Crear emociones
El decorado de la NBA se despliega de forma prominente por la fachada del AdventHealth Arena, una de las tres canchas del complejo, con los logos de los Lakers y los Heat separados por una reproducción del trofeo Larry O'Brien.
Todavía presentes la noche del estreno de las Finales, las banderas de los otros 20 equipos que compitieron en estos playoffs han sido retiradas y colocadas en los pasillos de camino a la cancha.
La atmósfera exterior es obviamente extraña, pero difícilmente podría ser de otra forma en esta sede "burbuja" que ha tenido el gran mérito de resguardar a la NBA de la pandemia durante cuatro meses.
Y en el interior el ambiente también se siente amortiguado, y no por falta de grandes medios tecnológicos destinados a crear la mayor emoción posible en los partidos.
La pantalla gigante de alta definición que rodea tres cuartas partes de la pista proyecta imágenes de las hazañas de los equipos, alternadas con mensajes que llaman a votar y promueven lemas de justicia racial.
Mientras 'King James' realiza su rutina de lanzamientos - que en Los Ángeles nunca realiza sobre el parquet del Staples Center sino en una pista especial - la voz de Lawrence Tanter resuena de repente.
"¡Y con el número 23, del instituto St. Vincent St. Mary's, LeBroooon James!", anuncia el locutor de los Lakers.
Esta vez, sin embargo, Tanter no está presente. Su voz es una grabación que se reproducirá en la presentación del equipo, sobre un ruido reconstruido de una multitud cuyo volumen se aumenta según la popularidad de cada jugador, con LeBron dominando en decibelios incluso en un estadio vacío.
Obama "virtual"
Justo antes del juego suena el himno nacional, también grabado. En el segundo partido fue interpretado por Flea, bajista de los Red Hot Chili Peppers y gran aficionado de los Lakers.
Como cada partido disputado desde el reinicio de la NBA el 30 de julio, los jugadores, con la única excepción del pívot Meyers Leonard (Heat), entrenadores y árbitros hincan la rodilla en el suelo como gesto de protesta contra el racismo.
Enfrente, del otro lado de la pista, algunos asistentes al partido se mantienen sentados y otros se ponen de pie, incluyendo al comisionado de la NBA, Adam Silver.
Durante el juego, los tiempos muertos hacen honor a su nombre, sin animadoras ni otros entretenimientos.
En la pantalla gigante, que cumple el papel de grada virtual, comienzan a aparecer rostros conocidos. El expresidente Barack Obama "al lado" de Shaquille O'Neal, y éste junto a la conocida presentadora Robin Roberts, con más de una docena de excampeones de la NBA como Pau Gasol y Manu Ginobili a su alrededor.
El martes, los Lakers lograron una victoria (102-96) que los coloca a un paso de igualar el récord de 17 títulos de los Boston Celtics, tras la cual tuvieron que abandonar la cancha rápidamente y volver a otra "burbuja", la de su hotel.
Al día siguiente, a la hora del desayuno, después de que se le tomara la temperatura y practicara la prueba diaria de Covid-19, un hombre espera el ascensor, vistiendo una camiseta blanca, pantalones cortos y zapatos de claqué.
Es Pat Riley, de 75 años, legendario entrenador de los Lakers en la década de 1980 y luego de Miami, franquicia de la que ahora es presidente.
En circunstancias normales, resulta extraño verle sin uno de sus elegantes trajes, pero así es también la vida en la burbuja de la NBA.