Ciudad de México. La colección Vindictas, de Libros UNAM, acaba incluir en su catálogo la novela La octava maravilla, de Vlady Kociancich, una de las voces más prominentes de la literatura contemporánea argentina, como parte de su compromiso de “dar conocer a escritoras latinoamericanas, olvidadas sin razón”.
La autora bonoaerense —amiga de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar y quien se ha desempeñado asimismo como traductora y periodista— se dice muy honrada porque la máxima casa de estudios del país haya publicado ese volumen, cuya primera edición se remonta a 1982.
“Desconocía que mis libros no llegaran a México, no sabía que el contrato con mi editorial marcaba que la distribución estaba limitada a América del Sur”, dice la escritora en entrevista.
Este libro —en el cual pone en juego a la realidad, el tiempo y el espacio— tiene para ella un especial significado, no sólo por ser el inicial de su carrera dentro de la novelística, antes había publicado uno de cuentos, sino porque con él decidió dejar de lado el periodismo, que ejercía en una revista de viajes, para ser una escritora de tiempo completo.
“Borges se preocupó porque dejaba mi trabajo y me dedicaría por entero a la literatura; Me dijo: 'mire, todo el tiempo es en verdad peligroso', pero le contesté que yo tenía dos novelas en la cabeza. Después me di cuenta de que el mundo está lleno de escritores que tienen novelas pensadas, la diferencia es que no las escriben”, cuenta.
“No me importaba nada, ni lo que me dijo Borges ni el miedo. Y me senté a escribir la que fue realmente mi primera novela, aunque publicada en 1984, Últimos días de William Shakespeare, que fue traducida al inglés, con mucho éxito”.
A decir de Vlady Kociancich, La octava maravilla fue una obra que nació con buena estrella, pues en el momento de su primera edición tuvo suerte de que no se le etiquetara a ella como una autora que sólo escribe de temas que en esa época se consideraban femeninos.
“Hablamos de finales de los 70 y los años 80. Ahora es otra cosa. Esa forma de pensar era una porquería, porque en Estados Unidos no existe el prejuicio de que un libro esté escrito por una mujer, pero todavía en mi país había estigmas y prejuicios. Tuve suerte, siempre en el arte es necesario un poco de fortuna”.
De igual manera, considera que operó a su favor “no ser una persona normal. Por ejemplo, no me importó si al principio me rechazaban una novela, yo seguía escribiendo. No me veía como escritora mujer, era sólo alguien en la literatura.
“Eso no quiere decir, por lo que me comentan, que haya dejado de ser femenina y buscado ser un varón encubierto tras las letras. No tengo nada de eso y no soy muy diferente ahora de aquella escritora de hace 40 años. Mi identidad es escribir y, cuando no lo hago, estoy perdida en una irrealidad que me consterna”.