Madrid. En tiempos de zozobra y pandemia, nada más necesario que invocar a la fraternidad de la humanidad a través de la música, a través de una obra monumental que ha servido a lo largo de la historia lo mismo para denunciar contra la crímenes políticos que para la lucha de la igualdad de las mujeres: la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven.
El director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, uno de los más aclamados del planeta, dirigió en el Teatro Real de Madrid una versión vibrante, emotiva, plagada de silencios y de matices de esta obra cumbre de la música.
La pandemia del Covid-19 no ha silenciado del todo a los teatros de música en el mundo. El Teatro Real se convirtió en julio pasado en la primera gran institución de la ópera europea en abrir sus puertas, en montar una obra, La Traviata, tomando en cuenta las consideraciones sanitarias para evitar la propagación de los contagios y al mismo tiempo mantener viva la magia que surge cuando se levanta el telón. Y así, en medio de una situación que obliga más que nunca a la improvisación, el teatro madrileño decidió convocar a Gustavo Dudamel para celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, uno de los grandes músicos de la historia y que una de las obras fetiche, la Novena Sinfonía, se ha popularizado en el mundo, entre los públicos más diversos, como ninguna otra pieza de música clásica.
El propio Dudamel explicó en un mensaje en las redes sociales para celebrar este concierto que “la Sinfonía No.9 de Beethoven es una obra que celebra la fraternidad de la humanidad y rinde homenaje a la sociedad, y no hay un momento más importante que el actual para celebrar lo que nos une frente al Covid-19. El camino para hacer llegar estos conciertos al escenario ha sido largo, pero el arte puede –y debe– encontrar una forma de perseverar frente a los desafíos, ayudarnos a sanar, y ofrecer al mundo algo hermoso cuando más se lo necesita”.
El concierto del Teatro Real se realizó con la Orquesta Sinfónica de Madrid, con estudiantes de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, en colaboración con la Fundación Gustavo Dudamel, y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. Que dirigidos por la batuta de orfebre de Dudamel ofrecieron una versión embriagadora y emotiva de la última sinfonía de Beethoven, que despertó el aplauso unánime y cerrado de un público puesto en pie.
Máxime tratándose una pieza con tanta carga simbólica y que ha sido tan importante en episodios históricos antiguos y recientes. Como lo recordaba el historiador Rafael Fernández Larrinoa en el Teatro Real: “La novena sinfonía de Beethoven constituye uno de los símbolos musicales más poderosos que la música de concierto ha brindado a la cultura universal. En gran medida, gracias al célebre Himno a la alegría incluido en su movimiento final. Esta pegadiza melodía que, por su extrema sencillez, figura entre las primeras que aprendemos a tocas quienes hemos estudiado algún instrumento musical, ha servido hasta nuestros días para enarbolar todos tipo de valores gracias a su candoroso mensaje: como himno de la Unión Europea (UE) desde 1985, como estandarte de las mujeres chilenas que reclamaron la liberación de presos políticos durante el régimen de Pinochet o como llamada a la unidad de pueblo y ejército por parte de los estudiantes chinos durante las trágicas protestas en la plaza de Tiananmén en 1989”.
Ahora, Gustavo Dudamel y su singular virtuosismo, también la han convertido en una alegato a la fraternidad de la humanidad para vencer la zozobra en una era marcada por la pandemia.