Una vez más los opositores han pegado el grito al cielo por las declaraciones críticas del Presidente Andrés Manuel López Obrador con respecto a las mentiras divulgadas por la prensa nacional. Gritan “censura” frente a la réplica del Presidente sobre una noticia falsa y se escandalizan por la calificación de “pasquín inmundo” a un periódico que sistemáticamente altera la realidad con el fin de golpear a la Cuarta Transformación.
Mientras, las autoridades electorales insisten una y otra vez que las conferencias de prensa matutinas del Presidente constituyen “propaganda gubernamental” y que su transmisión íntegra debe ser suspendida durante los procesos electorales. Tanto la Comisión de Quejas del INE, encabezada por el Consejero Ciro Murayama, como la Sala Regional Especializada del Tribunal Electoral, con su sentencia SER-PSC-70/2019, constantemente amenazan con silenciar a las “mañaneras”.
Los conservadores simplemente no soportan escuchar todos los días la voz de López Obrador. Quieren silenciarla, apagarla y censurarla tal y como lo hacían durante la larga noche neoliberal. Es simplemente inaceptable para ellos que la voz crítica y rebelde del tabasqueño ahora cuenta con la tribuna de Palacio Nacional.
Los conservadores añoran los viejos tiempos en que cada palabra del Presidente estaba previamente planeada y redactada, en que la hipocresía y la simulación caracterizaban los discursos oficiales y en que los medios privados controlaban la narrativa pública e imponían las coordenadas del debate ciudadano.
En su ensayo clásico de 1958 sobre “Dos conceptos de libertad” el filósofo Isaías Berlin estableció una distinción entre la libertad “negativa”, que implica la ausencia de controles externos de parte del gobierno u otros poderes, y la libertad “positiva”, que implica contar con las condiciones necesarias para desarrollar de manera plena la personalidad, las ideas y los proyectos profesionales o de vida.
La prensa conservadora de hoy confunde estas dos caras de la libertad. Acusan sin razón a López Obrador de afectar sus libertades “negativas” cuando en realidad el problema es que ellos no saben ejercer sus nuevas libertades “positivas”. Acostumbrados durante décadas a seguir indicaciones superiores y a ver al Presidente de la República como su jefe, hoy se quedan atónitos y confundidos frente a su propia libertad y se desesperan frente al vacío de sus propias ideas.
En una grotesca perversión del lenguaje y de la historia, los opositores incluso llegan al extremo de llamar “censura” a la libertad de expresión de los obradoristas y “propaganda” a la divulgación de discursos antineoliberales. A un servidor, por ejemplo, me han acusado de ambas desviaciones de la manera más absurda.
El gobierno actual no ha incurrido en un solo acto de censura en contra de medio o periodista alguno. Quedaron en el pasado tanto las llamadas constantes de Palacio Nacional a los dueños y los directores de los medios de comunicación como los chantajes con respecto a las concesiones públicas.
Pero en lugar de abrazar este momento histórico como una gran oportunidad para construir nuevos senderos para el pensamiento crítico y el periodismo riguroso, la prensa conservadora se esconde en la nostalgia y le echa la culpa a López Obrador por su propia inmundicia e incapacidad para generar una nueva ética de trabajo.
La verdadera “censura” y la auténtica “propaganda” provienen del poder. López Obrador hoy ocupa el cargo de Presidente de la República y ejerce un enorme liderazgo, pero está muy lejos de conquistar el poder a secas. Los gobiernos de izquierda están en franca minoría en el mundo y se encuentran bajo un asedio constante tanto de parte de la oligarquía nacional como de los circuitos financieros globales.
La imposición este fin de semana del ultraderechista Mauricio Claver-Carone como el nuevo Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la reelección hace unos meses de Luis Almagro al frente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) demuestran que el actual gobierno mexicano navega a contracorriente en el escenario internacional.
Es también importante tomar en cuenta que los medios de comunicación privados son empresas que responden a los intereses de sus dueños. Ningún periódico, sitio web o canal de radio o televisión es plenamente “neutral” o “objetivo” sino que todos empujan agendas políticas y visiones particulares de la sociedad y del mundo.
Durante el periodo neoliberal los poderes económicos, mediáticos y políticos estaban perfectamente alineados. El gobierno, las grandes televisoras y las empresas monopólicas hablaban con una sola voz. Hoy el poder está repartido en diferentes sitios y existe un amplio diálogo público, democrático y plural sobre el presente y el futuro de la nación.
En este contexto, si la oposición quiere tener éxito en las elecciones de 2021 tendrán que dejar de echarle la culpa al Presidente por su propio fracaso y mejor dedicarse a construir una visión alternativa para la nación.