Moscú. Sin novedad en el frente de Bielorrusia este primer domingo de septiembre: de un lado de la imaginaria barricada, continúa como si nada pudiera dañar su imagen un presidente relecto por sexta ocasión, Aleksandr Lukashenko, que se niega a dimitir y, como último argumento, atribuye las protestas a la injerencia foránea, y del otro lado, multitudinarias manifestaciones pacíficas que, sin temor a la represión de las unidades antidisturbios desplegadas en Minsk, exigen que se vaya, rechazan ser títeres de nadie y claman por celebrar nuevos comicios.
Para sorpresa de Lukashenko, incapaz de entender que las protestas se deben a que sus compatriotas –los cientos de miles hartos y los que perdieron el miedo a la represión– se oponen a que los siga gobernando un líder desgastado cuyo triunfo más reciente en las urnas es producto de un fraude monumental, decenas de miles de personas volvieron a salir ayer a las calles de Minsk para reiterar su inconformidad.
Todos los días hay acciones en su contra, pero Lukashenko no escucha las demandas, por ejemplo, de las mujeres (el sábado), los estudiantes (el viernes), los obreros de las fábricas más importantes de Bielorrusia (a diario) y no quiere dialogar con nadie, no se diga con los miembros del Consejo de Coordinación de la sociedad civil para la transferencia del poder.
En cambio, Lukashenko pretende hacer méritos con Rusia, que –después de acusarla de querer derrocarlo con un contingente de mercenarios– considera ahora su principal valedor, tras vender a Moscú la idea de que es él o Bielorrusia acabará siendo una base de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Los rusos no son tan ingenuos para creer que la disyuntiva planteada por Lukashenko no admite otras opciones también favorables a sus intereses, pero lo respaldan mientras la balanza del poder allá no termine de inclinarse de un lado u de otro.
Los bielorrusos vuelven a las calles
— DW Español (@dw_espanol) September 6, 2020
Pese al fuerte operativo policial, decenas de miles de personas vuelven a exigir en Minsk la renuncia del presidente, Alexander Lukashenko. Al menos 75 manifestantes fueron detenidos. Las protestas cumplen su cuarta semana.#DWNoticias /cmw pic.twitter.com/CAvtTU6dGb
Para ello, Lukashenko difundió en la televisión pública la grabación de una supuesta conversación en inglés, interceptada por el espionaje militar bielorruso entre un tal Nick (en Berlín) y un tal Mike (en Varsovia), en la cual durante el minuto escaso que dura (sin revelar quiénes hablan, qué día y a qué hora lo hacen, por qué tienen que comentar eso, etcétera), dan a entender que inventaron el envenenamiento del líder opositor ruso, Aleksei Navalny, dicen que esperan una declaración de la canciller federal alemana, Angela Merkel, aseguran que Lukashenko resultó un hueso duro de roer ya que tiene el apoyo de las fuerzas de seguridad y el ejército, y rematan con que hay que seguir distrayendo la atención para que Rusia deje de meter las narices en Bielorrusia.
Después de escuchar esta grabación, que aquí muchos consideran una joya de propaganda tan vergonzosa como inverosímil, surge una pregunta inevitable: ¿cómo es posible creer que, sin hacer trampa, Lukashenko obtuvo 80 por ciento de los votos en los comicios del 9 de agosto?