Moscú. Fin de semana de multitudinarias protestas pacíficas, una vez más decenas de miles de personas marcharon este domingo por las calles de Minsk y otras ciudades de Bielorrusia, así como el sábado anterior similar número lo hizo por la ciudad rusa de Jabarovsk, expresando su descontento por motivos diferentes, mientras las autoridades de ambos países volvieron a hacer oídos sordos ante las demandas de quienes exigen la dimisión del presidente Aleksandr Lukashenko y los que piden la libertad del gobernador Serguei Furgal.
En una situación inédita en la historia postsoviética, ni unos ni otros admiten que les prohíban expresar lo que piensan –los bielorrusos desde los comicios del pasado 9 de agosto y los habitantes de Jabarovsk ya van a cumplir dos meses–, sin lograr hasta ahora que los gobernantes den marcha atrás o hagan alguna concesión.
Lukashenko, que rechaza la posibilidad de repetir los comicios, y el Kremlin, que insiste en que Furgal debe ser juzgado como presunto criminal que ordenó matar a dos personas, parecen apostar a que la ola de protestas se extinga por sí misma, ante el cansancio y la frustración de nada poder cambiar y el temor a que, tarde o temprano, la represión se convierta en único argumento de quien se niega a abandonar el palacio presidencial de Minsk y de quien quiere seguir imponiendo desde Moscú decisiones y nombramientos.
Entretanto, el presidente bielorruso, que este domingo celebró su 66 cumpleaños con 140 detenidos en la marcha que no pudo llegar a su residencia, volvió a aparecer con un fusil automático en mano en una foto de otro día –por el sol que faltó este domingo de muchas nubes y chubascos en Minsk– distribuida por su servicio de prensa. El titular del Kremlin, Vladimir Putin, le llamó para felicitarlo y quedaron en verse pronto en Moscú.
Esa reunión, de producirse, puede ser decisiva para el futuro de Bielorrusia por su contexto: por un lado, Lukashenko, que se opuso a reconocer la anexión de Crimea por parte de Rusia ahora depende de la ayuda militar rusa en caso de no poder acabar con las protestas y las huelgas en su contra, y, por el otro, Moscú, cansado de Lukashenko, no desea invadir el vecino país y enfrentarse a la resistencia de sus habitantes que nada tienen contra Rusia, pero le ofrece respaldo a cambio de una mayor sumisión y como garantía de que Bielorrusia seguirá dentro de su órbita.
Falta por ver si los sectores que representa Svetlana Tijanovskaya, candidata unificada de la oposición, son capaces de convencer al Kremlin de que un cambio de líder en Bielorrusia no representa ningún peligro para sus intereses geopolíticos, lo que nunca tendrá éxito a menos que Polonia, Lituania y otros países de la región acepten que Moscú asuma el papel de único mediador para negociar la salida de Lukashenko.