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Testimonios de la lucha ferrocarrilera en México / ‘La Semanal’

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Talleres del Ferrocarril interoceánico en Puebla, Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos
23 de agosto de 2020 10:41
 
Ciudad de México. En este ensayo se señalan las principales etapas del movimiento ferrocarrilero (1958-1959) y su principal dirigente, Demetrio Vallejo Martínez (1910-1985), quien fue brutalmente reprimido por el poder, dejando una oscura e indeleble marca en la historia de los movimientos sociales en nuestro país…. El ’68 estaba a sólo unos años de ocurrir.

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Las cronologías de la protesta ferrocarrilera en José Trigo (1966), de Fernando del Paso, no encajan con las del movimiento social ocurrido entre 1958 y 1959, pues como estrategia narrativa el autor decide concentrar todo en el año 1960. Para entender este suceso de la historia mexicana hay que considerar a un par de personajes. Uno es Jesús Díaz de León, al que por sus aficiones ecuestres o su gusto por el traje mexicano apodaban el Charro, y que ascendió como secretario general del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana en los años cuarenta, en tiempos del presidente Miguel Alemán Valdés (quien gobernó de 1946 a 1952).

La cercanía de Díaz de León con el poder lo llevó a representar un modelo que se extendería por sexenios y entrará en crisis, parcialmente, para reponerse luego (mediante la represión directa), en 1958: el del líder charro o del charrismo sindical. Según Antonio Alonso (El movimiento ferrocarrilero en México, 1958/1959), se trató de una política de Estado encaminada a restar influencia o liquidar a los sindicatos y centrales obreras independientes, que estorbaban al mandatario en su afán por dar todo el impulso posible a las empresas. Alonso distingue esa modalidad del control sindical por las siguientes características:

a) Empleo de las fuerzas armadas del poder político para apoyar a una dirección sindical; b) uso sistemático de la violencia; e) violación permanente de los derechos sindicales de los trabajadores; d) total abandono de los métodos democráticos; e) malversación y robo de los fondos sindicales; f) tráfico deshonesto de los intereses obreros; g) connivencia de los líderes espurios con el gobierno y los capitalistas; h) por la corrupción en todas sus formas.

Se volvió común, además, que el líder charro, con el apoyo del partido oficial, escalara políticamente como diputado o senador. En su ascenso social iba distanciándose de sus agremiados y terminaba por defender siempre a las instituciones… Me he referido a esta modalidad como si se tratara de un hecho del pasado, pero la figura aún es vigente; en los diarios pueden encontrarse personajes cortados con esa tijera. Díaz de León no fue, en sentido estricto, el primer líder charro, pero sí quien dio el perfil más colorido a esa fauna nociva. Desde entonces, confirma Sergio Ortiz Herrán (Los ferrocarriles en México: una visión social y económica, t. II, “se llama ‘charros’ a los dirigentes obreros de éste y otros sindicatos de trabajadores que se esfuerzan por ser obsecuentes con las empresas y las autoridades, en detrimento de la autonomía y los intereses de las organizaciones del trabajo”.

Del otro lado está Demetrio Vallejo Martínez (1910-1985). Según Antonio Alonso, hace su aparición pública el 20 de mayo de 1958 en una reunión del sindicato ferrocarrilero, a la que asiste como representante de la sección 13 de Matías Romero, Oaxaca. Había participado en una comisión encargada de fijar el monto de un aumento al salario, que se asentó (como propuesta) en 350 pesos al mes por trabajador. Ese 20 de mayo el secretario general de entonces, Samuel Ortega Hernández, pidió un comportamiento “patriótico” a los trabajadores; “expresó que se debería actuar sin recurrir a la fuerza, la agitación o la demagogia, y que se debía tomar en cuenta que un alza de salarios no sólo resultaba una necesidad de los trabajadores, sino también un problema para la empresa, que era patrimonio de los mexicanos”. Y propuso que el aumento solicitado fuera sólo de 200 pesos. “Pedir más sería inconsecuente, demagógico y necio”, dijo.

Aunque intentaron acallarlo, Vallejo mostró su desacuerdo. Cuenta él mismo (en Mi testimonio: memorias de un comunista mexicano): “Cuando [Ortega Hernández] hizo uso de la palabra, me vi en la necesidad de refutarle punto por punto todos los sofismas que había dicho, demostrándole que solamente su incondicionalidad a la empresa lo había llevado al extremo de anticipar la negativa de ésta a la petición del aumento, puesto que la suma fijada era resultado del estudio hecho colectivamente por la Gran Comisión, de acuerdo con el valor real de los salarios y no a capricho de los delegados, quienes por otra parte, sólo las asambleas de las secciones tenían facultades para desautorizarlos en sus funciones. Terminé diciéndole que era muy peligroso desestimar el descontento ya generalizado de los trabajadores, especialmente cuando en vez de satisfacer sus justas demandas, se les provocaba.”

Similar molestia se registró ese año entre telegrafistas, maestros y petroleros; en todos los casos las peticiones de aumento salarial se topaban en primera instancia con los líderes, que no representaban realmente sus intereses por haber pactado antes con el gobierno y la empresa, como subraya Antonio Alonso.

El tren pasa primero

En cuanto a los trabajadores del riel, luego de esa asamblea del 20 de mayo y otra que se realizó al día siguiente, con la presencia de Roberto Amorós, gerente de los Ferrocarriles Nacionales, las secciones del sureste (la 13 de Matías Romero, la 26 de Tonalá, la 25 de Tierra Blanca y la 28 de Veracruz), elaboraron un plan cuyos puntos principales eran los siguientes:

Rechazar los 200 pesos propuestos por los secretarios locales y el plazo de 60 días concedido a la empresa.

Aprobar el aumento de los 350 pesos acordado por la gran comisión proaumento general de los salarios.

Deponer en cada sección al comité ejecutivo local y al comité local de vigilancia y fiscalización, por haber pactado a espaldas de los trabajadores.

Emplazar al comité ejecutivo general del sindicato para el reconocimiento de los nuevos dirigentes y exigir el aumento de 350 pesos a la empresa.

De no responder al emplazamiento se iniciarán paros de dos horas el primer día, aumentándose dos más al segundo, dos más para el tercero, hasta convertirse en paro total de actividades de no llegar a algún acuerdo previo.

Esos paros escalonados fueron la mejor arma para los ferrocarrileros en una época en que casi todo se transportaba por los rieles, y donde el comercio principal (gran apuesta del alemanismo) era por esas vías con Estados Unidos, el vecino del norte.

Es así como Antonio Alonso narra el arribo de Demetrio Vallejo a la dirección del movimiento:

Originario de Espinal, municipio de Tehuantepec, en Oaxaca, y de formación autodidacta, Demetrio Vallejo tenía como antecedentes en la lucha sindical el haber participado en la Acción Socialista Unificada, agrupación que estuvo bajo la dirección de Valentín Campa y Hernán Laborde, y que posteriormente se convirtió en Partido Obrero Campesino. En 1958 Vallejo era empleado de trasbordos en el departamento de express en Coatzacoalcos Veracruz.

Como se ya dijo, Vallejo asistió como delegado a la comisión por aumento de salarios que se reunió en mayo. Cuando se propuso el Plan del Sureste, se le comisionó para viajar a la capital e intensificar su difusión. Ante la cerrazón de las autoridades, que sólo reconocían como interlocutores válidos a los dirigentes oficiales, el primer paro ocurrió el 26 de junio. Para sorpresa de todos, éste abarcó la mayoría del sistema y fue noticia de ocho columnas en los diarios. El gerente de los Ferrocarriles tuvo que admitir que a partir de ese momento la actitud de la empresa estaría encaminada a “convencer a los ferrocarrileros de los graves prejuicios que ocasionaban, tanto a su fuente de trabajo como al interés público general y sobre todo a la economía del país”.

Al evaluar esa primera acción en la sección 16, uno de los líderes, César Márquez, dijo: “El paro prueba que estamos viviendo una etapa de gloria en el sindicalismo mexicano, porque se lucha por un aumento de justicia y porque ya no somos borregos manejados por los líderes.”

El siguiente paro fue de cuatro horas, luego de seis… No pretendo contar todo el movimiento, para ello remito al lector al libro de Antonio Alonso y otras fuentes; sólo señaló sus etapas significativas. Hubo en lo inmediato una propuesta presidencial de 215 pesos, que fue aceptada, y en julio se terminaría por reconocer a los nuevos líderes. Demetrio Vallejo se erigió entonces como secretario general.

Valora Alonso esa primera etapa de triunfos, pues los trabajadores ferrocarrileros habían logrado, al margen de sus representantes oficiales, el aumento de sueldos, e iniciado al mismo tiempo algo que en principio no se proponían: el proceso de depuración sindical. Hubo unas elecciones sindicales en las que Vallejo obtuvo 59 mil 759 votos contra nueve del contrincante.

“Los gobernantes veían con temor el ascenso de un líder capaz de enfrentarlos y sobre todo de llevar la lucha a otras dimensiones”, escribe Elena Poniatowska, quien noveliza la vida de Demetrio Vallejo en El tren pasa primero (2006). Sigue: “Se les iba de las manos. No podían comprarlo, ni hablar con él a solas. Ese hombre era un fenómeno aislado e inexplicable.”

Claro que el gobierno no estaba conforme con este resultado y emprendió una dura campaña represiva, y se llegó a ocupar a agentes secretos, judiciales y policías uniformados con el objetivo de devolver el control a los líderes que tenía bajo su mando. Algunos, desde el poder, veían en las acciones ferrocarrileras agitación comunista; pocos entendieron, o quisieron entender, de qué se trataba. Uno de ellos fue el senador y periodista Francisco Martínez de la Vega: “Lo que ocurre es que se trata de dignificar a las organizaciones sindicales. Lo deseable sería que este proceso depurador del movimiento se realizara dentro de la ley; pero en sí mismo este movimiento es generoso, noble y legítimo.”

La postura oficial era clara. La resume así Antonio Alonso:

Este control de los sindicatos, esa política de conciliación de clases, que implicaba la sujeción de los trabajadores, su incorporación institucional al sistema político dominante, que con tanto trabajo instauró el Estado, no podía perderse; el movimiento que planteaba la independencia sindical no debía fructificar. [Subrayados de AA.]

Para los distintos frentes que se manifestaron en 1958 (maestros, telegrafistas, petroleros y ferrocarrileros), y aun en la década siguiente, la respuesta será la misma: la represión.

¿Cómo se consumó la derrota de los hombres del riel? Hubo cambio de Adolfos en la presidencia de la República: terminó su sexenio Ruiz Cortines y asumió (el 1 de diciembre de 1958) López Mateos. Quizá eso modificó las reglas, pues para enfrentar la disidencia sindical se acudió a aquellas fórmulas, reiteradas en los años sesenta, de la agitación internacional y la conjura comunista. Hay quien señala como significativo, a este respecto, el que Gustavo Díaz Ordaz (el represor del ’68) figurara ya en el nuevo gabinete. Desde el poder, Vallejo fue señalado y detenido, al fin, el 28 de marzo de 1959. Hubo nueve mil ferrocarrileros despedidos y ocupación violenta de los locales sindicales (también de maestros y petroleros) por el ejército y la policía.

Considera Antonio Alonso que la magnitud  de la represión, para él una de las más brutales de la historia obrera mexicana, el haber afectado a miles de trabajadores, “no evidenció otra cosa sino que la clase en el poder se había ya dado cuenta del peligro que constituía el ejemplo ferrocarrilero, el cual había logrado legitimar a su auténtico representante sindical mediante un proceso de lucha, impugnando la forma tradicional que representaba, y todavía representa, el charrismo sindical”.

Para Elena Poniatowska, el movimiento ferrocarrilero encabezado por Vallejo “puso al gobierno en ascuas y logró, con su solo ejemplo de limpieza y arrojo, paralizar a todo el país. Vallejo no sólo exaltó la combatividad emotiva de los ferrocarrileros, sino que fomentó la reflexión y el análisis de los problemas sociales de los obreros frente a la empresa y frente al país”.

Y me va a llevar el tren

Quizá entre los materiales periodísticos con los que se documentó Fernando del Paso se topó con el nombre de su protagonista, Luciano; o puede ser sólo una coincidencia el que Luciano Cedillo Vázquez, trabajador ferrocarrilero, haya dejado constancia escrita de su paso por esas luchas en varios volúmenes testimoniales de circulación limitada (De Juan Soldado a Juan Rielero y Váaamonos), publicados todos ellos después de José Trigo.

El Luciano de la novela es nombrado representante sindical de la sección correspondiente a Nonoalco-Tlatelolco y será parte de ese grupo de líderes independientes con los que el gobierno no sabe cómo dialogar. Se buscará comprarlos y luego, ante la negativa de la mayoría de ellos, eliminarlos.

El inicio de los paros escalonados ocurre en la novela no el 26 de junio de 1958 sino el 27 de junio de 1960. Un mes más tarde se realizan elecciones en las que un nuevo secretario general, izquierdista, es elegido por mayoría absoluta. A Luciano “se le confiere un puesto de vigilancia”… La batalla continúa: el 18 de julio las fuerzas armadas invaden la sede del sindicato, a las 18 horas, y a las 20 horas se declara un paro total indefinido. Al día siguiente el gobierno reconoce al nuevo Comité Ejecutivo, que presenta el 23 un proyecto de Contrato Colectivo de Trabajo.

Esos primeros triunfos sindicales serán, como ocurrió en la vida (ir)real, el prólogo de la represión, que acá sucede en agosto (con intervenciones de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, esquiroles y sabotajes) y tiene como una de sus fechas clave el día 22, cuando “Luciano desaparece misteriosamente”.

Así retrata Del Paso el clima adverso vivido por los ferrocarrileros:

Los periódicos, en inflamados párrafos, acusan al gobierno de inercia y lo urgen a tomar medidas sustanciales contra lo que llaman la “artera felonía” y el “dolo inverosímil” de los ferrocarrileros. Los tipógrafos y linotipistas componen y empastelan, a galeradas, los artículos escritos en contra del gremio. Suplementos, epigramas vilipendiosos, gacetillas, caricaturas, reportajes calumniosos: todo está dedicado a atacarlos. Se considera que el choque del tren de Laredo fue nada más y nada menos que un sabotaje producto de sistemas comunistas de la más pura cepa. La colectividad rielera, por su parte, se dice exacerbadamente herida en su sensibilidad y culpa al gobierno de provocar la colisión para propiciar la apariencia de sabotaje. ¿Quién está en lo cierto?

El secretario sindical (“protagonista del drama ferrocarrilero”) es detenido, al fin, el 24 de agosto.  Él y otros elementos representativos son acusados de la comisión de diversos delitos, entre ellos  el de subvertir el orden público e infringir la Ley de Comunicaciones.

A esto suceden, ya en septiembre, octubre y noviembre, “brutales represiones sistemáticas, vejámenes, redadas, delaciones, degollinas y otras vilezas torpes a cual más”. Hay un epílogo cantado, con el corrido de Nonoalco-Tlatelolco, que cierra con esta cuarteta o redondilla: “Ya con ésta me despido/ corriendo por el andén/ ya vienen por ai los cuicos/ y me va a llevar el tren.”.

 

*Alejandro Toledo es miembro del Sistema  Nacional de Creadores de Arte.

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