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León Trotsky, ocho décadas de "un crimen ideológico y simbólico"

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León Trotsky y su esposa, Natalia Sedova, en México, en imagen de 1937. Foto Afp
20 de agosto de 2020 09:07

Un muro baleado perdura como huella del ataque al que sobrevivió León Trotsky en la Ciudad de México en 1940, preludio de su asesinato tres meses después a manos de un despiadado agente de José Stalin.

Ya me familiaricé con la muerte, afirmó Trotsky tras el atentado del 24 de mayo en su casa del barrio de Coyoacán, hoy un museo donde reposan sus restos junto a un monumento que tiene esculpidos el martillo y la hoz. A través de medio mundo me ha seguido el negro odio de Stalin, comentó este líder de la revolución rusa, cuyo verdadero nombre era Lev Davídovich Bronstein.

Esa persecución, que cubrió de tragedia a su familia y lo empujó a una vida itinerante, llegó a su fin el 21 de agosto de 1940 después de que Ramón Mercader, comunista español que se había ganado su confianza, le clavó un día antes un piolet en la cabeza.

Fue un crimen ideológico, simbólico, comentó el cubano Leonardo Padura, quien investigó el asesinato durante cinco años para su novela El hombre que amaba a los perros, en la que teje las vidas de Trotsky y Mercader con la ficticia de un escritor que conoce al homicida en La Habana.

Mercader vivió en Cuba en los años 1970.

Eran los tiempos de la polarización revolucionaria, en la que Stalin, con puño de hierro, controlaba el poder de la izquierda, y Trotsky, también él un fundamentalista, alumbraba como única lucecita con su crítica al régimen soviético, describe Padura en La Habana.

Stalin propugnaba un socialismo en un solo país; Trotsky, quien tomó su nombre de uno de sus carceleros en Siberia, defendía la revolución permanente en todo el mundo.

Intelectuales aliados

Expulsado de Rusia y del Partido Comunista Soviético, Trotsky se refugió en México el 9 de enero de 1937, ayudado por el célebre muralista Diego Rivera, quien intercedió ante el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940).

Paradójicamente, el líder del movimiento que precipitó la revolución de octubre y el general Cárdenas nunca se conocieron, aunque mantuvieron un intercambio epistolar.

Seguramente se debió a las circunstancias del momento, a que no había necesidad de reunirse, señala Cuauhtémoc Cárdenas, político e hijo del gobernante.

Acompañado de su esposa, Natalia Sedova, el fundador del Ejército Rojo fue recibido en el puerto de Tampico por la pintora Frida Kahlo, con quien se rumora que tuvo un romance.

A su llegada se mezcla con un grupo de personajes que coinciden en esos momentos en un México explosivo, empezando por Rivera y Kahlo, refiere Padura.

Del mundo del arte también vendrían las balas, pues David Alfaro Siqueiros, otro de los grandes muralistas mexicanos, participó en la intentona del 24 de mayo.

Estas circunstancias, sumadas a la forma en que fue asesinado, dieron un aura especial al exilio de Trotsky, que tuvo como particularidad que la persecución nunca cesó, observa Padura.

Veredicto popular

Arriesgándose a la especulación histórica, el novelista cubano (premio Princesa de Asturias 2015) cree que, de haberse impuesto a Stalin, Trotsky hubiera abordado con más pragmatismo las contradicciones del modelo soviético.

Pero posiblemente habría aplicado métodos similares a los de su verdugo, apunta el escritor, evocando una reflexión suya que molestó a los trotskistas.

Trotsky se hubiera dado cuenta de que en lugar de matar a 20 millones de personas, solamente había que matar a un millón, pero al millón que era necesario. Esa pudiera haber sido una de las diferencias, asevera.

Ocho décadas después de su muerte, la figura del político ruso sigue polarizando. Trotsky, la serie distribuida por Netflix en 2019, pero producida por el principal canal estatal ruso, muestra al protagonista como un villano.

La familia, que interpretó la caracterización como la de un anciano decrépito y senil, se negó a dejar grabar en la casa-museo.

En sus viajes para presentar la novela, Padura cree haber encontrado un veredicto popular a la pugna histórica.

“Por haber estado fuera del poder, la figura de Trotsky alcanzó la dimensión que todavía tiene y por la cual hoy te encuentras gente que te dice: ‘soy trotskista o tengo inclinaciones por el trotskismo’, y es muy difícil que te encuentres a alguien que te diga: ‘soy estalinista o tengo inclinaciones por el estalinismo’.”

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