Moscú. El caldo en que se cuecen los comicios presidenciales de Bielorrusia, previstos para el 9 de agosto siguiente, alcanzó este jueves un nuevo punto de ebullición con la versión oficial de la detención de una treintena de ciudadanos rusos, y la búsqueda de otros 170, acusados de tener planes de cometer atentados para desestabilizar la situación en los días previos a la cita con las urnas.
Las autoridades bielorrusas dicen no tener dudas de qué perpetraban los mercenarios –identificados como miembros del llamado “grupo de Wagner”, unidad paramilitar dependiente del GRU (inteligencia militar) de Rusia–, pero no pueden probar al servicio de quién sembrarían el caos.
Extraña situación al tratarse de un aliado formal de Rusia como parte de un Estado confederado que existe en el papel pero no termina de cuajar en la realidad, esta “bomba” noticiosa puede deberse, según unos analistas, a la mermada popularidad del gobernante, Aleksandr Lukashenko, que busca la reelección por sexta ocasión desde 1994.
Asumir la defensa de la independencia de Bielorrusia –sostienen esos observadores–, aun a costa de poner en evidencia a su mejor aliado, puede sumarle votos. También creen que, rompiendo un tácito acuerdo, Lukashenko se aprovechó de la presencia en su país de esos dos centenares de paramilitares, en espera de continuar viaje a África, donde deben cumplir sus contratos en alguna de las guerras civiles que proliferan ahí, para acusar a los candidatos presidenciales de oposición, que todavía no han sido encarcelados, de querer dar un golpe de Estado o, al menos, de sembrar dudas sobre sus adversarios.
Pero como en Rusia oficialmente no hay mercenarios, el Kremlin no tardó en asegurar este jueves que nada tiene que ver con el incidente en Bielorrusia, ya que –según su portavoz, Dimitri Peskov– no se puede perseguir algo que no existe, aunque hay evidencias de que varios de los detenidos son “ucranios y rusos que combatieron en la región rebelde de Donbás (sureste de Ucrania)”.
Y existe también otra posible explicación: la presencia de los mercenarios rusos se debió a las dudas que despierta en el Kremlin las posibilidades de Lukashenko de vencer en las urnas, y en caso de ser derrotado éste, Moscú no podría permitir que gobierne Bielorrusia un presidente que, desde su punto de vista, abriría las puertas a convertir el país en una base de la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Ante ese tan hipotético como catastrófico escenario, los mercenarios –consideran quienes respaldan la decisión del presidente bielorruso de arremeter contra sus aliados, desechando que sea un golpe bajo electoral contra la oposición– tendrían que crear las condiciones adecuadas paras semejar una “rebelión del pueblo” que justifique que el ejército ruso invada Bielorrusia para defender su soberanía, algo que ni Lukashenko podría permitir.