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De Lucia Joyce, del espíritu sin freno a la sombra del genio

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Lucia fue borrada de la historia familiar y murió en el anonimato en 1982, en un maniconio de Northampton. Foto Captura de pantalla
25 de julio de 2020 10:45

La vida de Lucia Joyce (1907- 1982), hija de los reinos imaginativos que su padre James Joyce creó, está rodeada de misterios. Su historia ha sido contada a partir del testimonio de conocidos e interpretaciones de los biógrafos, porque la familia ha luchado por mantener en secreto la vida de la joven que inspiró Finnegans Wake.

Lucia Joyce nació en Trieste, el 26 de julio de 1907, en una sala de hospital destinada a atender mendigos, tres años después de que sus padres salieron de Irlanda, donde James Joyce temía que su genio jamás sería reconocido.

A diferencia de Giorgio, su hermano mayor, un niño agraciado y adorado por su madre, Lucia era enfermiza y sufría de estrabismo. Cuando cumplió siete años ya había vivido en cinco domicilios diferentes debido a los problemas de su padre con el alcohol y para pagar la renta.

Lucia fue borrada de la historia familiar y murió en el anonimato en 1982, a los 75 años, en un maniconio de la ciudad inglesa de Northampton. Stephen Joyce, hijo de Giorgio, destruyó las cartas que su tía escribió a su padre y convenció a Samuel Beckett de seguir su ejemplo. Sin embargo, con la biografía Lucia Joyce: To Dance in the Wake, de Carol Loeb Shloss, especialista joyceana y profesora en la Universidad de Stanford, es posible conocer la historia perdida de la hija del escritor irlandés como bailarina parisina.

En su libro, Shloss acusa de querer etiquetar a Lucia en el estereotipo de la hija loca de un hombre genial, en lugar de reconocerla como artista talentosa, obligada a vivir al margen de la creatividad de alguien más.

Revela también que el escritor amaba a Lucia y compartían un profundo vínculo creativo. James la describió como un “ser fantástico salvaje, hermoso, cuya mente era tan clara y tan indiferente como el rayo.

Lucia fue discípula de Raymond Duncan, hermano de Isadora; también dibujaba y pintaba; escribía cartas y diarios, y, al parecer, fue autora de una novela hoy perdida. Como integrante de la compañía Rythme et Couleur fue seleccionada para interpretar un dúo cómico de danza en un corto de Jean Renoir.

Tenía 21 años y era una conocida bailarina de danza moderna. Un reportero de París escribió en 1928: Cuando sus dotes para la danza rítmica alcancen plenitud, James Joyce tal vez sea conocido como el padre de Lucia.

En el primer festival de danza internacional patrocinado por La Semaine à Paris celebrado en el Bal Bullier, Lucia fue reconocida por su interpretación y existe una fotografía muy famosa que incluso Shloss utilizó como portada de su libro; en ella aparece la hija de Joyce ejecutando un paso de danza ataviada con un vestuario ideado por ella misma.

Para los estudiosos de los Joyce, como Carol Shloss o Annabel Abbs, autora de la novela La hija de Joyce, fue el entorno por un lado hostil, y por otro excesivamente brillante, el que desencadenó gran parte de los altibajos anímicos de Lucia, así como el empeño de la familia en detener los impulsos artísticos y su creatividad.

Su padre la encaminó después al diseño gráfico y de allí derivan las llamadas lettrines, delicadas iniciales realizadas por ella que se publicaron en parte en el poemario de Joyce Pomes Penyeach, en una edición especial numerada. James hizo creer a su hija que el editor le pagaría su trabajo, pero en realidad fue él.

La vida de Lucia también fue afectada por su amor no correspondido con el dramaturgo Samuel Beckett, asistente de James Joyce en París en los años 20, quien la abandonó tras decirle que estaba fascinado por el trabajo de su padre y no por ella.

Otra situación en la desafortunada vida de Lucia ocurrió en la fiesta por los 50 años del escritor, en la que tuvo una discusión con su madre, Nora Barnacle, y le arrojó una silla a la cabeza. Eso hizo que la familia la internara en diferentes instituciones de Francia y Suiza. Los terapeutas estaban divididos en cuanto a su diagnóstico, para unos era esquizofrénica y para otros maniaca depresiva o sólo neurótica.

Joyce buscó a los médicos más avanzados de Europa para ayudar a su hija, como Carl Jung, pero a ella le desagradó. En 1951, 10 años despúes de la muerte de su padre, Lucia fue trasladada al sanatorio St. Andrew’s en Northampton, Inglaterra, donde pasó sus últimos años.

James Joyce nunca admitió que Lucia padeciera una enfermedad siquiátrica incurable, para él siempre fue la luz de sus ojos, una artista incomprendida quien sólo él entendía.

A más de 100 años del nacimiento de la bailarina, sólo tenemos retazos de su vida.

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