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La epidemia abre oportunidades a médicos refugiados en el país

20 de julio de 2020 08:26

Ciudad de México. Al abandonar su país, metió lo que pudo en dos maletas y dejó el resto atrás. Renunció incluso a su pasión: la medicina. Llegó a México consciente que quizás no volvería a pisar una sala hospitalaria. Pero con la pandemia las puertas se le abrieron y hoy forma parte del equipo de médicos que atienden a miles de pacientes en los hospitales Covid-19 del país.

“Soy de esos pocos casos donde la contingencia generó opciones. He vuelto a ejercer en mi área y a atender pacientes, lo que era mi mayor anhelo”, afirma Rosmary Vieras Araujo, especialista en medicina interna y quien a finales de 2019 dejó su natal Venezuela buscando nuevos horizontes.

Al igual que ella, muchos profesionales en salud procedentes de Centro y Sudamérica –refugiados o solicitantes de asilo en México— se han incorporado a los cuadros médicos de combate al Covid-19, con el apoyo de la oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para lo Refugiados (Acnur) y de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar).

En los meses de pandemia, el Acnur ha identificado a 114 extranjeros en esta situación que podrían sumarse a las instituciones del sector salud nacional. Se trata de mujeres y hombres médicos, enfermeros y paramédicos originarios de Colombia, Honduras, Venezuela, Cuba, El Salvador y Nicaragua. Hasta ahora, 17 de ellos ya trabajan en hospitales de Chiapas, Ciudad de México, Aguascalientes y estado de México.

Han logrado revalidar sus documentos –títulos y cédulas profesionales— para ejercer la medicina en México, por lo que algunos respondieron a las convocatorias del gobierno federal para abrir espacios en la atención al Covid-19.

Rosmary, junto con su pequeña hija de cuatro años, aterrizó en la Ciudad de México, el 13 de diciembre de 2019. En el filtro de migración declaró su intención de solicitar refugio. Las autoridades migratorias intentaron subirlas a un avión de regreso a Bogotá, desde donde habían llegado, pero la doctora graduada en la Universidad de Carabobo reclamó su derecho al asilo, pues antes de migrar buscó la asesoría del Acnur.

Tras varias horas, las trasladaron a la estación las Agujas, del Instituto Nacional de Migración, ubicada en Iztapalapa, donde estuvieron detenidas por diez días. Salieron el 24 de diciembre y de inmediato llamó a una amiga, con quien pasaron Noche Buena y Navidad.

Dos días después, se presentó en las oficinas de la Comar para iniciar su trámite de asilo, al igual que para revalidar sus estudios ante la Secretaría de Educación Pública (SEP).

Un mes más tarde consiguió un trabajo en la farmacia de una tienda de autoservicio. En esas estaba cuando llegó la pandemia y todo cambió. El gobierno mexicano lanzó por diversos medios la convocatoria para contratar a más de 40 mil profesionales de la salud y Rosmary presentó su solicitud.

La emergencia apremiaba y en menos de una semana recibió un correo electrónico en el que le pedían presentarse el 24 de abril en el Hospital General de Tláhuac. A los dos días comenzó a trabajar en ese lugar, que tenía dos semanas de haberse convertido en un centro Covid.

“Estaba nerviosa, no sabía cómo eran los hospitales en México ni cómo me recibirían, pero todo fue muy bueno. Hemos conformado un buen equipo de trabajo y nos cuidamos unos a otros”.

Los primeros días fueron complicados. Enfrentaban una nueva enfermedad, para la que no hay vacunas y donde cualquier tratamiento es experimental. Además, Rosmary, de 34 años, no se adaptaba al equipo de protección. “Sentía que me asfixiaba”.

Lo más duro vendría al paso de los días. La enfermedad era fulminante. “Un médico está preparado para ver morir un paciente, pero antes hace todo lo posible por salvarle la vida. Con el Covid-19 no hay tratamiento ni terapia a seguir, intentas hacer algo, pero si la persona está muy grave, al final es insuficiente”.

Su mayor temor es infectarse y contagiar a su hija. Al terminar su turno en el hospital se ducha y se cambia la ropa. No obstante de ello, al llegar a su casa, antes de entrar al departamento se desviste y sanitiza todo, deja fuera los zapatos. Todo el tiempo usa cubrebocas, incluso duerme con él, sólo lo retira para comer y para bañarse.

“El miedo es por mi hija. Muchos de mis colegas me dicen que me tengo que aislar, que no la puedo ver, incluso algunos compañeros no están con sus familias, se quedan en los hoteles que el gobierno ha pactado. Yo no tengo esa opción, soy migrante y no tengo quien la cuide. Sólo me queda exagerar con las medidas de protección”.

Aunado a ello, comparte departamento con otras dos familias. Todos son extranjeros solicitantes de refugio en México. “Confío en no infectarme, porque podría contagiar a todos”.

No da crédito que en México muchos aún no crean en la pandemia. “Me afecta ver en la calle a gente sin cubrebocas o que los niños jueguen como si nada en los parques. ¿Cómo pueden estar tan felices, será que no lo ven? Hay personas muriendo, sin importar si es pobre o rico, su edad, su sexo”.

Iriam González, de 33 años, llegó a México en marzo de 2018 con su esposo y su hija. También se graduó en medicina en la Universidad de Carabobo, Venezuela, y es especialista en cirugía general por el ministerio de salud de su país.

Tras un largo proceso, obtuvieron el la condición de refugiados y hoy tienen residencia permanente. Al principio trabajó en un restaurante, en Cuernavaca, Morelos. Siempre tuvo esperanza pese a las pocas posibilidades de emplearse en la medicina.

Con el tiempo obtuvo su CURP y revalidó sus estudios. Eso le permitió encontrar un trabajo como doctora en el consultorio de una farmacia y para un corporativo. Trabajaba los siete días de la semana, pues su esposo no hallaba trabajo.

El Covid-19 llegó a México e Iriam tomó el chance. Envió su solicitud ante la convocatoria gubernamental y en pocos días se le asignó al hospital Enrique Cabrera, de la Secretaría de Salud federal, en la Ciudad de México.

“En la adversidad se crece y las oportunidades se presentan. Tienes que pensar que es una pandemia y (en cualquier país que) estuvieras te iba a tocar. Me tocó en México y decidí ayudar. Es tu profesión y si no estás para cuando se te necesita (como médico), ¿entonces para cuándo?”.

En casi nueve años de experiencia en la medicina, de 2011 a la fecha, no había vivido una crisis de salud “tan difícil y trágica” como el Covid-19.

Al principio lo vivió con cierta psicosis. Tenía una recurrente pesadilla: estar contagiada e infectar a otros. Una intensa tos la despertaba. Sólo eran sueños, pero resultaban aterradores.

En los primeros meses, su pequeña y su esposo se mudaron a Puebla, con el hermano de Iriam, en un afán por protegerlos. Pero la niña presentó cuadros de epilepsia y decidieron regresar.

Al igual que su compañera y amiga Rosmary, Iriam es extremadamente disciplinada con los cuidados y limpieza. Su ritual al llegar a casa es el mismo: fuera ropa, todo a la lavadora, desinfectante y a la regadera. “Mi hija sabe que no puede tocarme hasta que me limpio. Ella misma me dice: ‘¡mamá, ya báñate!’ Tiene cuatro años y sabe lo que sucede.

“Uso cubrebocas en todo momento. Ni un besito le he podido dar a mi esposo. Esta enfermedad no es un juego. Me parece increíble que muchos mexicanos todavía no crean y no se den cuenta de lo peligroso (del Covid-19). El día de las madres ingresamos a una señora muy grave, cinco días antes su esposo había fallecido y tres días antes ingresamos al hijo. El virus es una realidad”, enfatiza.

Pese a los riesgos, su experiencia profesional en México ha sido gratificante. Asegura que en el país hay recursos humanos altamente capacitados, que y los centros médicos cuentan con equipos y condiciones mucho mejores a los de otras naciones de la región.

“Conocer cómo se trabaja en México ha sido una gran experiencia. Estoy agradecida que se me haya dado la oportunidad. Sabía que ingresar a la parte hospitalaria es muy difícil, incluso para los colegas mexicanos. No lo desaprovecharé”.

Mariana Echandi, oficial nacional de Soluciones Duraderas de Acnur México, afirma que ante el difícil contexto que enfrenta el mundo, las aportaciones de los solicitantes de asilo son notables. “Ante una emergencia sanitaria que afecta a todas las personas, casos como éstos vuelven a demostrar que, si se les da la oportunidad, las personas refugiadas aportan a la sociedad que las recibe, en este caso uniéndose al personal de salud, indispensable para ayudar a vencer la pandemia”.

Cifras oficiales muestran que entre enero y junio de este año, 26 mil 496 personas han solicitado refugio en México, la mayoría procedente de Honduras, Haití, Cuba, Venezuela, El Salvador, Guatemala, Chile, Nicaragua, Colombia y Brasil. De ese total, a 5 mil 173 extranjeros se les otorgó la condición de refugiados. Muchos de ellos son profesionales de diversas disciplinas.

El papel del Acnur y de la Comar en el proceso para los profesionales de salud ha sido fundamental en tiempos de Covid-19. El organismo internacional ha facilitado los trámites para revalidar los títulos y tramitar sus cédulas profesionales en coordinación con la SEP, además de favorecer su postulación en las convocatorias de reclutamiento contra la pandemia.

La Comar ha sido interlocutora con las autoridades de salud y educación y ha verificado el estatus migratorio para confirmar si son solicitantes de refugio, refugiados o beneficiarios de protección complementaria.

Un médico cubano de 35 años, quien pide ser llamado Alexis para cuidar su identidad, Ingresó a México el 12 de enero de 2020 por la frontera sur. Se instaló en Tapachula, Chiapas, con el sueño de poder ejercer su vocación en México.

Lo logró muy pronto. Se sumó como médico al programa de la Secretaría de Bienestar dirigido a la población migrante. Pasaron las semanas y gracias a su destacada labor, las autoridades estatales lo invitaron a incorporarse a los equipos de atención a la pandemia.

“Trabajar en mi profesión fuera de mi país es todo un reto. Las autoridades (de salud) en México han hecho todo lo que está a su alcance para enfrentar al virus y detener su propagación. Pero creo que la población está un tanto en deuda. La indisciplina y desconocimiento de muchos hace que sea muy difícil tratarlo y controlarlo. Los médicos vemos las consecuencias. No es fácil ver morir a una persona sin poder hacer mucho para evitarlo. Son cosas que te marcan y quedarán para toda la vida”.

La severidad de la situación ha impedido que los tres especialistas planeen un futuro inmediato. Aman ejercer la medicina y no renuncian a sus sueños. Pero antes quieren entregar resultados en la atención al coronavirus. Después, que las autoridades evalúen la posibilidad de considerarlos para una contratación permanente en las filas de la salud en México.

 

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