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Escondidos y por los rincones/ Juan Becerra Acosta

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Cuadro de Miguel Ángel de Quevedo
18 de julio de 2020 08:00

Ciudad de México. Si a lo largo del último Siglo se hubiese escuchado a la ciencia estricta con el mismo interés y devoción que a la fantochería, otra cosa estaríamos viviendo. Pregunte, estimado lector, a cinco personas al azar sin importar si las conoce o no, sobre las investigaciones llevadas a cabo durante los últimos cien años en materia de cuidado y protección al medio ambiente, y también sobre las profecías dizque cumplidas de Nostradamus.

No se extrañe de recibir como respuesta que sí han escuchado hablar del adivino, pero no de Rachel Louise Carson ni de Miguel Ángel de Quevedo. No hay duda, a través de series, películas, libros, y programas de Tv, es incorporablemente mayor la cobertura otorgada a las alucinaciones de Nostradamus, sobre las que construyó lugares comunes interpretados como predicciones, que a las advertencias -igual o aún más catastróficas que las de los agoreros “místicos” de la fatalidad-, de científicos que con todo rigor llevaron sus investigaciones. Por ello, tampoco es de extrañar que la humanidad se encuentre ante el riesgo de desaparecer debido al exterminio de sus recursos naturales.

Ya alertaba Miguel Ángel de Quevedo hace 100 años en uno de sus lamentos, hoy tan añejo como vigente, sobre el riesgo ambiental derivado de la explotación indiscriminada de la naturaleza, el cambio climático derivado de ella, y la aniquilación de especies animales y vegetales, con las siguiente frase: "clamar contra el silencio de nuestro país hacia el suicidio nacional que significa la ruina del bosque y el desprecio por nuestro árbol protector”.

No estaba equivocado; prueba de ello es que 100 años después de su aviso, sabemos que la pandemia causada por el SARS-CoV-2 se originó a partir de animales vendidos para consumo humano en un mercado en Wuhan. Algo similar sucedió en 2003 con el SARS, y en 2009 con la gripe porcina, cuando el contacto entre especies silvestres y humanos permitió que distintos virus se cruzaran, apareciendo con ello nuevas enfermedades que, gracias a la globalización, se propagaron rápidamente en el planeta.

De Quevedo sufrió en carne propia la propagación de una pandemia. En 1918, su esposa María de la Luz Carrara, madre de sus dos hijas, falleció contagiada de gripe española. Devastado, “El Apóstol del Árbol” dejó a un lado su labor activa de conservación, pero no su preocupación ni investigaciones sobre las terribles consecuencias que veía venir a causa de la devastación de los recursos naturales, problema que ya señalaba como una de las posibles causas de la pandemia, y del que seguramente conversó, durante su época de estudiante en París, con su amigo Luis Pasteur en algunas de las muchas caminatas que, juntos, realizaron en los bosques circundantes a la “Ciudad de la Luz”.

En su afán por conocer el comportamiento de las distintas especies silvestres y la interacción del hombre con ellas, Miguel Ángel de Quevedo recorrió buena parte el mundo percatándose de un cada vez mayor aumento en la explotación de los recursos, que si bien respondía a una cada vez más creciente demanda de alimentos y energía, causaba graves resultados, en mucho, debido a cambios en el uso de la tierra derivados de prácticas agrícolas, deforestación de bosques, selvas y humedales, y a nuevas infecciones de origen zoonótico provocadas por la producción de alimentos de origen animal.

Ante aquel panorama, nada alentador, De Quevedo se dio a la labor de crear una ley forestal que, desde nuestra Carta Magna, protegiera la naturaleza y con ello a los humanos. Escribió, con un notable grupo de colaboradores, un borrador que, después de algunas modificaciones, fue promulgado en 1926 por el Presidente Plutarco Elías Calles como ley forestal, siendo el modelo de todas las legislaciones posteriores en la materia, con lo que se logró la restricción de la extracción de madera, y la aplicación de programas de reforestación para así evitar una mayor degradación de bosques y pastizales.

Lázaro Cárdenas, siendo candidato a la Presidencia, invitó a De Quevedo a formar parte de su equipo pero, bajo el argumento de no ser político, Don Miguel Ángel rechazó la propuesta. Finalmente, y tras haber sido invitado a un gira en Veracruz -donde fue director de obras portuarias y construyó un gran dique a la entrada de la bahía-, De Quevedo aceptó formar parte de su gabinete bajo una condición: no percibir salario alguno por realizar una labor a favor de los mexicanos.

El miércoles pasado, 15 de julio, se cumplieron 74 años de la muerte de Miguel Ángel de Quevedo; él protegió incansablemente el bien más preciado de los hombres: sus recursos naturales y advirtió sobre las terribles consecuencias que la devastación ocasionaría, aún así, hoy sufrimos el no atender sus avisos, por lo que una de las grandes preguntas que debemos formularnos es si estamos a tiempo de continuar con su legado y evitar la extinción de nuestra especie.

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