Madrid. “El objetivo del asesinato de Ignacio Ellacuría era evitar que se avanzara en el Acuerdo de Paz”, sobre todo porque la guerra era un negocio millonario para algunos altos del Estado Mayor, testificaron ante la Audiencia Nacional de España en el juicio contra el ex viceministro de Seguridad Pública de El Salvador y ex coronel Orlando Montano. La quinta sesión del histórico proceso judicial se centró en recabar los testimonios de figuras que vivieron los hechos y también de un escritor que escribió una novela histórica sobre la masacre.
El asesinato en la Universidad Centroamericana (UCA) del 15 de noviembre de 1989 en San Salvador fue uno de los crímenes políticos más graves en la historia de Centroamérica del siglo XX, en el que fueron masacrados seis curas jesuitas, entre ellos el fundador de la Teología de la Liberación, Ellacuría, y dos mujeres -madre e hija- que trabajaban en el servicio doméstico.
José María Tojeira Pelayo, jesuita residente en la región desde hace 40 años y que cuando ocurrieron los hechos era provincial de Centroamérica de la Compañía de Jesús, confirmó la versión que ha estado sobrevolando durante todo el juicio: que el asesinato de Ellacuría y del resto buscaba volar por los aires el incipiente acuerdo de paz que estaba impulsando el propio jesuita de origen vasco, que tenía buenas relaciones tanto con el poder Ejecutivo salvadoreño como con los dirigentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). “Ellacuría era un intelectual muy potente que buscaba una salida pacífica al conflicto, así que generaba molestias en ambas partes, sobre todo por parte del Ejército, al buscar una salida pacífica a través del diálogo y la defensa de los derechos humanos”, relató, tras abundar en la intensa campaña previa de desprestigio y descalificaciones que se orquestó en contra de la Orden religiosa por parte de los propios militares, que los señalaban como aliados del FMLN.
Benjamín Cuéllar, experto en derechos humanos y quien también vivió de cerca los hechos investigados, corroboró que “nosotros siempre consideramos que los autores materiales eran prescindibles, que los imprescindibles eran los que dieron las órdenes. Nosotros consideramos que el presidente Cristiani había sido un encubridor, además de haber permitido que se celebrara ese juicio fraudulento”, relató el tribunal.
El último testigo del día fue George Alexander Portillo, autor de la novela histórica Noviembre, en la que relata precisamente la masacre de los curas jesuitas. Entre los documentos que aportó fue una grabación íntegra de una conversación con el ex presidente Cristiani en la que éste reconoce que tenía el convencimiento de que había más autores intelectuales, pero que no se pudieron enjuiciar porque se destruyeron las pruebas y las grabaciones que había en la Escuela Militar, de donde salió precisamente el Batallón Atlacatl para perpetrar el crimen aquella noche.