Buscar explicaciones al atentado sufrido ayer muy de mañana en contra del jefe de la policía de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, después de que él mismo señalara a los supuestos culpables, parece inútil, pero hay consideraciones que deben tenerse en cuenta:
Consideraciones que hablan no sólo del trabajo para acabar con el narcotráfico, sino también de la lucha interna por sanear un cuerpo corrompido y disfuncional que lo ha desafiado al incumplir sus órdenes, como en el caso de una mujer golpeada en una manifestación, y después la protesta callejera en la que algunos uniformados pedían, de manera inusual, el pago de una remuneración prometida.
La precisión con la que se efectuó el ataque advierte la organización detallada –casi un mes de planeación–, pero sobre todo informada de los movimientos y de la rutina del funcionario. Ni en la Secretaría de Seguridad Ciudadana, que tiene un aparato de inteligencia, ni en la Fiscalía General Justicia de la ciudad, nadie se percató, ninguno de los hombres de inteligencia logró tener algún indicio de esto que no parece la operación en alguna calle de provincia, sino una logística preparada por gente que sabe del asunto.
Entonces se buscó la hora, el lugar, el tipo de armas –de las más potentes que existen en su tipo, de las que atraviesan los blindajes–, se preparó y se armó el vehículo de ataque, se consiguió la ropa que confundiría el quehacer de los sicarios porque querían hacerse pasar como trabajadores de la construcción, y se montó un operativo de huida.
Según los datos que se tienen y algunos testimonios, pudieron haber intervenido cuando menos una treintena de hombres que dispararon cientos de proyectiles en contra de su objetivo, que se tenía, además, perfectamente ubicado: una camioneta negra con las características en la que viajaba. El atentado falló, García Harfuch sigue con vida. Los indicios que señalaban que podría desatarse un ataque en su contra por parte de cártel Jalisco Nueva Generación, y que ya habían sido descubiertos, curiosamente no inhibieron al grupo o quizá fueron utilizados por otras manos que no quieren al joven funcionario a la cabeza de la organización policiaca más grande del país.
La información con la que contaban los atacantes era más que privilegiada, por eso el lugar y el tiempo para atentar estaban perfectamente definidos: ¿Quién tiene esa información? ¿Quién pudo escoger un sitio como el de las Lomas con posibilidades de escape?
Parece increíble que, por ejemplo, se haya montado un operativo para seguir los pasos y obtener la rutina diaria del secretario, que duró semanas, sin que ninguno de los agentes que le acompañan ni el aparato de inteligencia, repetimos, se hubiera percatado.
Por otro lado, no es fácil obtener esa información, a menos que se esté dentro de la propia policía, y montar un atentado de ese calibre –es tal vez la primera ocasión que se atenta contra un jefe de la policía de la capital del país– no parece el modus operandi del CJNG, por muy poderosos que parezcan.
Por todo eso no estaría de más que se tratara de levantar una investigación interna que diera claridad a este asunto y que nos lleve a confiar en el trabajo de los efectivos de la policía capitalina que, por cierto, en los días recientes han manifestado abiertamente su descontento con García Harfuch, como lo explicamos líneas arriba. Algo huele mal en este indignante suceso.
De Pasadita
Por cierto, ¿alguien sabe algo del nuevo protocolo de actuación policiaca durante las protestas callejeras que nos aseguraron se presentaría en la semana que termina? Parece que no hay acuerdo entre autoridades –según los términos en los que se escribió el asunto– y los requerimientos que ha hecho la Comisión de Derechos Humanos de la ciudad. Sería bueno que alguien nos dijera qué pasó, para que no se den falsas expectativas.