Ciudad de México. Esta mañana, al leer las noticias, ¿se tomaron un café? ¿Desayunaron un tamalito? ¿Unas enchiladas? Y a mediodía, ¿se pusieron su camisa de algodón preferida? ¿Van a disfrutar un arrocito a la mexicana?, y de postre, ¿una pitaya, o un chicozapote, un dulce de zapote negro? Y en la nochecita, ¿qué tal un mezcalito o un tequilita? Pues adivinen, aunque no nos demos cuenta, tenemos múltiples cosas que agradecerles a los murciélagos. Ellos y sus funciones en la naturaleza son responsables de estos productos y cientos más.
El control de plagas del maíz, del arroz, del algodón y muchas más; la dispersión de semillas de plantas útiles al hombre y a los ecosistemas, así como la polinización de muchas otras, como el maguey, la ceiba, las pitayas y cientos más, se los debemos a los murciélagos.
¿Y por qué están en esta condena tan terrible? Pues porque a algunos científicos se les hizo fácil colgarles el santito a los murciélagos. Los murciélagos son los animales más injustamente maltratados del mundo. Por los miles de millones de dólares en productos y beneficios que recibimos de ellos, a cambio, nosotros les pagamos quemando o dinamitando sus cuevas, poniéndolos a fumar, matándolos a escobazos cuando se atreven a entrar en nuestras casas o destruyendo su hábitat. Y hoy, que la pandemia del Covid-19 ha sacudido al mundo y nuestros principios, paradigmas y costumbres, ¿qué solución más fácil que culpar a los pobres murciélagos?
Acusados de ser enviados del mal, bichos de mal agüero, seres sucios, infectados y espantosos, los murciélagos son animales maravillosos, los únicos mamíferos voladores y el segundo grupo más diverso de mamíferos en el mundo, con más de mil 400 especies.
Hay murciélagos con orejas enormes, con orejitas, con ojos grandísimos, con ojos pequeñitos, con rostro y lenguas largas, otros más chatos que un bulldog y las distintas especies se alimentan de una diversidad impresionante de cosas.
Hay murciélagos que comen pequeñísimos insectos voladores como zancudos y chaquistes, otros que capturan grandes bichos como alacranes, ciempiés, escarabajos y polillas; más de 200 especies comen frutas y dispersan sus semillas, unas 140 comen néctar y polen de las flores; hay especies que comen peces, sacándolos del agua con sus largas y afiladas garras, y otros que comen ratones, pajaritos e incluso hasta otros murciélagos.
Sólo hay tres especies que comen sangre y que los humanos hemos etiquetado como plaga, aunque el problema lo causamos nosotros, con la deforestación y la promoción descontrolada de la ganadería, que “les pone la mesa” a estos fascinantes animales.
Los coronavirus son una familia de unos 200 o 300 virus. La mayoría vive inofensivamente en mamíferos y aves, pero hay siete coronavirus que pueden causarnos algún malestar. Cuatro nos pueden causar una gripe o un resfrío sin mayores complicaciones, pero tres pueden afectar seriamente nuestra salud, entre ellos el Covid-19. El mismo grupo de académicos que hoy le ha echado la culpa a los murciélagos del origen del Covid-19 culpó erróneamente a estos mismos de otro virus parecido, el SARS, en 2002, e igual con el MERS en 2012.
Con el caso del Covid-19 sucede lo mismo: los primeros investigadores apuntaron su dedo flamígero a los murciélagos, y otros estudios han aclarado que no es el caso.
Todos los humanos infectados por Covid-19 han sido infectados por otro humano, excepto, posiblemente, la primera persona infectada, que lo pudo haber adquirido de algún animal que aún no ha sido identificado. Lo único que podemos deducir de lo que hoy los virólogos nos dicen es que un virus de un murciélago (y otro de un pangolín, y otro de una civeta) y el SARS-CoV-2 (que causa el Covid-19), comparten un ancestro, no sabemos hace cuánto, y que eso hace que su material genético sea entre 94 y 98 por ciento parecido al material genético del SARS-CoV-2.
La obsesión de los humanos con encontrar quién fue es una falacia que hace mucho daño al medio ambiente y a nosotros mismos. Que si fue un pangolín, una civeta u otro animal, y nos convertimos en la reina roja de Alicia en el país de las maravillas: “¡Que le corten la cabeza!”, cuando la culpa realmente la tenemos nosotros, por hacer un uso no sustentable de la fauna silvestre y acabar con los ecosistemas donde habitan. Jaulas, hacinamiento y condiciones inmundas en mercados alimentarios a nuestra destructiva relación con el medio ambiente es lo que ha hecho posible que este y otros virus se liberen de las condiciones naturales que los mantenían controlados. Lo mismo hacemos con nuestra forma de consumir pollo, cerdo o res: animales hacinados por cientos o miles, defecando unos encima de otros. Varias influenzas aviares han empezado así. Es momento de repensar nuestros hábitos de consumo. Comer menos carne, producida responsablemente. Ahorrar agua al bañarnos, promover que el gobierno (y nosotros mismos) priorice las decisiones en un respeto total al medio ambiente y no privilegiar intereses económicos. Ya hemos visto los grandes estragos que esto causa. Primera llamada.
El Dr. Rodrigo Medellín es científico del Instituto de Ecología UNAM; David Suro-Piñera es presidente del Tequila Interchange Project. Son con-presidentes de Bat Friendly.
En la versión online, la lista de firmantes es:
-Ignacio Torres García / Doctor en ciencias, Profesor de la licenciatura en Ciencias Agroforestales UNAM
-Pedro Jiménez Gurría / Director de Mezonte
-Joaquín Meza, bartender, restaurantero
-Ing. Salvador Rosales Trejo / Tequila Cascahuin
-Dr. Rodrigo A. Medellín / Instituto de Ecología UNAM
-David Suro Piñera / Tequila Interchange Project
-Zulema Arias / Bat Friendly Project
-Emilio Vieyra Rangel / Mezcal Don Mateo de la Sierra
-Carlos Camarena Curiel / Tequila Ocho