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Ojarasca / El “Tren Maya” y el colonialismo interminable

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Ciudad de México, 2020. Foto Mario Olarte
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13 de junio de 2020 16:08

La catástrofe ecológica, social y cultural del “Tren Maya” avanza incontenible, empujada por una obstinación presidencial que, a costa del derecho ajeno, le ha dado por jugar con los abismos. Jamás concediéndose la sensata y didáctica modestia de usar cubrebocas cuando pasa el día a la vista, viajando, reuniéndose con gente, encabezando ceremonias públicas, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha exhibido una sordera desafiante a las críticas, los reclamos, los cuestionamientos científicos y técnicos, las advertencias y el lícito disgusto, y por sobre todo la resistencia sincera de muchos pueblos mayas, en cuyas tierras y a sus costillas se desenvuelve este drama histórico.

Algún día la historia leerá este episodio como un ejemplo del genocidio lento pero obvio emprendido por los gobiernos, con la simpatía de una parte significativa de la sociedad dominante en México. En eso no se diferencian los seguidores de AMLO de los que siguieron al PRI, y en la primera década del siglo al PAN, y mañana seguirán a cualquier político reaccionario con tal de derrotar a este mandatario.

Con un júbilo decimonónico, se adhiere al “Tren Maya” la etiqueta del progreso en términos estrictamente capitalistas, teñidos con el rancio barniz del alguna vez celebrado “Estado de bienestar”. Pese al desastre ambiental y de producción minera, energética y alimentaria industrial, la sociedad blanca, o mal llamada mestiza, pareciera encantada con la idea de un bonito ferrocarril a diesel que recorra las ruinas antiguas, los pueblitos mayas modernos y las selvas enjauladas que queden al cabo de la construcción faraónica de este camino a ninguna parte, en círculo perverso alrededor de tierras mayoritariamente indígenas en Quintana Roo, Yucatán, Campeche y el norte de Chiapas. O bien zonas de reserva, santuarios y algunos prodigios naturales que hasta ahora habían sobrevivido al empuje del no indígena (en Chiapas lo llaman caxlán) como el sistema de cenotes que por fin se anegará en desperdicios porcícolas, aguas negras, cascajo de las obras de construcción, y pronto el derrame inevitable del diesel. El presidente, sus simpatizantes, y en particular los inversionistas nacionales y transnacionales, piensan como si el siglo XX pudiera volver a empezar, pero esta vez lo harán “bien”.

Estamos ante un episodio, quizás definitivo, de la voraz colonización interna que ha devorado a lo largo de cinco siglos, siempre con “buenas intenciones”, las tierras, aguas, vientos y litorales de los pueblos originarios. Aún hoy, como de milagro, perviven más de 60 pueblos con sus respectivas lenguas, y en conjunto representan cuando menos la quinta, si no la cuarta parte de la población nacional, que no por minoría es irrelevante. Bien lo sabe AMLO cuando proclama que ellos, en su condición de pobres, son la prioridad de su gobierno. Eso sí, poseen las mejores tierras (y las no tanto) que quedan en el territorio mexicano, viven en y de ellas, al abrigo de derechos arraigados mucho más importantes que la banalidad de las consultas en la modalidad que se realizan.

El actual “indigenismo”, una indigesta continuación del anterior y verdadero (para bien y para mal) indigenismo, no es menos cómplice del genocidio “benigno” y progresivo en nombre de un futuro que se reduce al folclor y no será justo. No por esa vía. Mientras la pandemia de Covid-19, a la sombra de una hambruna que pudiera afectar a diez millones de mexicanos, es la realidad de esos pueblos, el gobierno impone desde sus oficinas de propaganda y “bienestar”, sus secretarías de Estado y sus agentes locales en el México de abajo, una carnada que, además de prometer ¡80 mil! empleos temporales (así como los chinos en el norte hace más de cien años), llenará las arcas de las constructoras involucrada (ICA no podía faltar), lo mismo trasnacionales que del Estado, como lo son las Fuerzas Armadas y ahora socias, en el esquema planeado para resucitar a Pemex.

Con la misma convicción redentora de la sociedad colonialista en toda la América independiente del siglo XIX se justificaron las evidentes maldades de Andrew Jackson, el general Roca, y hasta el abuelo de Jorge Luis Borges y el padre de Alfonso Reyes. Asesinos de indios. Fueran apaches, mapuche o tarahumaras, sobre ellos hicieron avanzar el tren del progreso con guerra o con negociaciones amañadas.

A estas alturas del desastre global, no es idealista sino necesario reivindicar las razones y las existencias de los pueblos mayas. Sobrevivieron la cristianización a fuego, la febril explotación de sus selvas, la esclavitud en las haciendas henequeneras y al generalizado turismo. Falacias culturales como “Riviera Maya” y “zonas arqueológicas de clase mundial” (con el INAH en muy conveniente extinción) enmascaran la aplanadora de las empresas cementeras, de autopartes, del petróleo y sus derivados, de la cosificación del paisaje y la prostitución del mito al estilo X’caret. Y todo para que el “Tren Maya” traslade turistas y transporte los productos de las grandes empresas que someten sistemáticamente a los pueblos originarios y las clases trabajadoras. Súmense aerolíneas, hoteleras, grandes almacenes. ¿Qué necesidad tendría un gobierno así de pensar a los indígenas en los términos de ellos mismos? El ego desbocado del presidente nunca prometió respetar, ni siquiera considerar, la autodeterminación indígena en clave de autonomía. El clientelismo es mejor. Los inunda con programas, dinero en efectivo y promesas onda INPI y Secretaría de Bienestar que dejan chiquitos al INI, el Plan Huicot, Coplamar o Solidaridad. Clientelismo y domesticación, hoy y siempre.

Pero más que en el pasado, la última palabra la tienen los pueblos, acompañados por sectores quizá no dominantes de la sociedad nacional, que llamaremos conscientes aunque sólo sea para subrayar la inconsciencia institucional, extractivista y turística. Basta escuchar al titular del proyecto (y del Fondo de Turismo Federal), el increíble señor Jiménez Pons, para entender de qué va la cosa. ¿Cómo se tragan tanta ignorancia racista los seguidores de izquierda del gobierno o las organizaciones y gobiernos municipales mayas maiceados igual que siempre, a título de Morena y PRI, más un número no menor de personas de buena voluntad? Otra mano que no vemos pero que allana el camino y avanza sobre las mentes y los corazones mayas es la nueva evangelización y sus concepciones de individualismo acentuado y teología de la prosperidad. El círculo de la falacia colonial se cierra.

Sobrevivirán a esta nueva escalada redentora los pueblos mayas, así como las selvas, los tucanes y jaguares, los cenotes, los apiarios de melipona, la milpa de maíz criollo, la digna y muy humana civilización profunda de uno de los pueblos más antiguos de la Tierra: los mayas de México y Guatemala (donde también se escribe otra página de esta historia interminable de despojo y resistencia)?

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