Han rascado la tierra con sus propias manos en una incansable búsqueda para dar con los suyos. Ante la incapacidad e indolencia de las autoridades de los dos sexenios anteriores, hace años miles de familiares de personas desaparecidas, en particular sus madres, se han apersonado en campos, predios o cerros para buscarlos.
Han alcanzado algunos resultados: han hallado miles de cuerpos y restos que de alguna forma les da esperanza. Son acciones –aseguran— que les ayudan a mitigar el dolor, a sentirse vivas, a saberse capaces de hacer algo por sus desaparecidos. Sin embargo, hoy la pandemia provocada por el Covid-19 y las medidas de distanciamiento social las ha obligado a resguardarse en casa y suspender las búsquedas.
“Emocionalmente nos ha pegado muy fuerte. La mayoría somos señoras que pasamos los 50 años, pero salir al monte a buscar a nuestros tesoros nos permite sentirnos vivas y con mucha fuerza. Las que tenían alguna enfermedad, han empeorado. Ya tenemos cuatro compañeras con depresión. Salir a campo es nuestra vitamina y por ahora no la podemos tomar”, señala Mirna Medina Quiñónez, fundadora de las Rastreadoras del Fuerte, en Sinaloa.
Apenas la semana pasada, la organización civil Idheas Litigio Estratégico en Derechos Humanos dio a conocer los resultados de una encuesta que realizó entre 674 familiares de desaparecidos de 19 entidades del país, los cuales arrojaron que la contingencia por el Covid-19 ha dificultado 50 por ciento de los casos de diligencias de búsqueda de personas ausentes.
Emma Mora, del colectivo Familias de Acapulco en Búsqueda de sus Desaparecidos, apunta que antes de la contingencia sanitaria tenían un detallado plan para iniciar trabajos en campo acompañadas por personal de las comisiones nacional y estatal de Búsqueda. Ahora, tendrán que reprogramar todo y el tiempo es central para dar con ellos, refiere.
Salir a buscar a su hijo, desaparecido hace casi nueve años, y a muchos otros le transmite un ímpetu infranqueable contra el que no pueden el dolor, el cansancio ni las agotadoras jornadas bajo el inclemente sol. “Vamos con gran ilusión y esperanza, pero con este encierro estamos frustradas, sentimos que le estamos fallando a nuestros hijos”.
Ana Enamorado tiene más de diez años buscando a su hijo Óscar, joven hondureño que en el momento de su desaparición en México tenía 20 años. Nada la había detenido, hasta estos tiempos de pandemia.
“Hoy la incertidumbre es más fuerte, es una impotencia terrible, porque no podemos quedarnos de brazos cruzados en la casa cuando siguen desaparecidos. Buscarlo, exigir verdad y justicia o revisar los expedientes me calma el dolor por su desaparición, es como tomar una pastilla. Sin ese proceso me hubiera vuelto loca. Y ahora, no lo puedo hacer”.
Desde hace varios años, la sección regional para México y Centroamérica del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) trabaja con colectivos de familiares de personas desaparecidas para fortalecer su participación en los procesos de búsqueda e identificación.
Marlene Herbig y Rafael Barrantes, encargados del programa de desaparecidos en México y regional, respectivamente, aseguran en entrevista que el Covid-19 ha agudizado el dolor en estas familias, haciéndolas todavía más vulnerables, pues crecen las situaciones de estrés, ansiedad e incertidumbre, además que se pueden agudizar enfermedades crónicas que ya tienen.
“La pandemia no afecta a todos por igual. En el caso de las familias de desaparecidos, hablamos de personas que ya tenían una situación de sufrimiento, ya enfrentaban limitaciones para buscar y ese proceso de búsqueda era complejo, encontraban muchos obstáculos para hacerla. Ahora es peor, no sólo porque no pueden salir, sino porque las autoridades se encuentran limitadas para hacer su trabajo”, refiere Barrantes.
Pese a todas las restricciones, esos colectivos, en particular esas madres, no han podido detener del todo sus trabajos. Cerradas las posibilidades de salir al campo a buscarlos en vida o bajo la tierra, en estos momentos de pandemia han reenfocado algunas de sus actividades.
Las Rastreadoras del Fuerte, por ejemplo, han puesto especial atención en actualizar un banco de datos de familiares de personas ausentes, incluida información genética; en tanto que Familias de Acapulco en Búsqueda de sus Desaparecidos se ha dedicado en estas semanas de emergencia sanitaria a apoyar a sus compañeros que están en situaciones más vulnerable o que han perdido sus ingresos, llevándoles alguna despensa o algún otro tipo de apoyo.
“Las familias han mostrado una creatividad muy grande a la hora de buscar formas alternas de cómo llevar o sobrellevar esta situación. Incluso volteando a ver a estas familias es donde podemos hallar posibles respuestas a esta problemática (del Covid-19). Son personas que desde antes de la pandemia vivían situaciones difíciles, extremas, y han creado y desarrollado un mecanismo de resilencia y respuesta frente a este tipo de situaciones. Hemos visto esta capacidad creativa y organizativa, la cual se refleja en lo que están haciendo para superar la situación actual”, plantea Herbig.
Ursula Rincón y Cristina Mendonza, responsables de los programas nacional y regional de salud mental del CICR, destacan la importancia del vínculo social que se ha creado dentro de estos colectivos, entre personas que enfrentan la misma situación: tener a un familiar desaparecido; y la ruptura de ese vínculo social a causa del confinamiento por el Covid-19 ha tenido un impacto en su salud, sobre todo la mental.
“Estas familias ya viven de por sí una situación de bastante incertidumbre. No saben qué pasó, cuál es la suerte de sus familiares, dónde están. La búsqueda es un motor para seguir de pie. La situción del Covid-19 paraliza las búsquedas. No todos los servidores públicos trabajan como habitualmente lo hacen por lo que se paraliza el proceso. Eso las ha llevado a dejar un sustento importante para su estabilidad emocional, las actividades grupales. El vinculo social ayuda a mantener esa estabilidad, no contar con éste impacta la salud mental”, señalan las especialistas.
Las Rastreadoras del Fuerte habitualmente están cuatro días a la semana en los cerros, en los campos, buscando, rascando la tierra. Lunes y viernes los dedican a la exploración, a definir en qué pulgar es posible cavar para encontrar algo, a alguien; miércoles y domingo son las acciones de búsqueda, los días de arrancar hierbas, sacar tierra. Desde hace más de 60 días, su realidad es otra y se encuentran desesperadas.
“Estamos a la espera. ¿Cuándo nos vamos a reintegrar a ese trabajo? No tengo fecha. Pero tendremos mucho cuidado, la mayoría de las integrantes son mujeres que tienen alguna dolencia: la presión alta, diabetes, en fin. Sería muy irresponsable de mi parte hacerlas salir sin protección y que alguna de nuestras compañeras se contagie. Sería muy fuerte para nosotras verlas de esa manera, y que fuera así por no cumplir con las medidas (sanitarias actuales). Por eso, por el momento y aunque duele, nos quedamos en casa”, relata doña Mirna Medina Quiñónez, la lideresa de ese grupo.