Sí, por supuesto, esta regla se aplica en Medio Oriente, donde el ejército apoya al presidente o se vuelve parte de la élite presidencial, o bien combate porque la alternativa al presidente es aún peor. En Medio Oriente los reyes y príncipes no cuentan porque ellos son el ejército. Observemos el currículum de los primeros ministros israelíes y en gran medida es lo mismo. Pero lo importante es que siempre acaba por regresar a los soldados.
En Estados Unidos, el pueblo elige al presidente, así que olvidemos a los generales y ex generales que ahora nos obsesionan. El único general en activo que hubiera podido ser una amenaza a su presidente fue Douglas MacArthur, y eso porque confundió a Dios con su propia ambición. Actualmente no es gran cosa que el Pentágono se estruje las manos de preocupación moral por el uso que Donald Trump pudiera dar al ejército –o la fuerza aérea, ¿quién sabe?– contra el pueblo estadunidense. No había estudiado con mucho afán su libro de reglas éticas hasta ahora, lo que permitió, por ejemplo, que el presidente traicionara a los kurdos.
Por eso ahora –en la más reciente película animada de Trump– examino cada cuadro en busca de los rostros de la Guardia Nacional y del personal uniformado. En 2017, 16 por ciento de todos los hombres y mujeres de las fuerzas armadas estadunidenses eran negros. Dieciséis por ciento eran hispánicos. ¿Y ahora van a salir al espacio de batalla
para abatir a manifestantes negros? Tengo mis dudas. Cuando hablaba con soldados estadunidenses en Irak, siempre encontraba que los negros tenían una percepción política clara, eran más rápidos para ver Medio Oriente desde el punto de vista iraquí –así como, casi sin excepción, los estadunidenses de minorías étnicas con quienes he hablado han sido infinitamente más compresivos con los palestinos– y les preocupaba mucho menos ofender a Israel cuando hablaban de injusticia.
En las unidades de la Guardia Nacional, muchos soldados negros que conocí en Irak se habían alistado con el fin de tener acceso a la educación universitaria, y no para secundar la escalada presidencial de Bush en Irak. No creo que vayan a ser más propensos a atacar a quienes protestan por la muerte de un hombre negro a manos de los policías en Minnesota. ¿Los policías? Ya volveremos a ello en un momento.
Regresemos ahora a los mandos militares. Claro, hemos oído sobre el general Jim Mattis y leído la lección de moral que le dio a Trump. Trump es una amenaza a la constitución, como Mattis acaba de descubrir, pero fue este estimado y moral general quien se encogió de hombros tras el bombardeo estadunidense a un banquete de bodas en el este de Irak en 2004, en el que perecieron 42 civiles, entre ellos 11 mujeres y 14 niños. Mattis lo negó, diciendo que no había visto las fotos, y que, de todos modos, en las guerras ocurren cosas malas
. Bueno, ahora es Mattis al rescate, saltando a la palestra en nombre de sus ex camaradas a los que se ordena violar
los derechos de sus conciudadanos, acto que erosiona el fundamento moral
entre los soldados y su sociedad.
Recibimos la misma lección del almirante Mike Mullen, un hombre mucho más valioso, sin duda, pero también retirado. ¿Cómo se atreve Trump a cooptar a las fuerzas armadas para fines políticos? Se dijo asqueado de ver guardias nacionales abriendo camino a Trump para tomarse una foto. ¿Apenas descubrió que Trump es un orate? Hasta el general Mark Milley –todavía presidente (por el momento) de los mandos conjuntos–, que fue tambaleándose en su uniforme detrás de Trump rumbo al lugar de la foto, ahora recuerda a sus chicos y chicas los valores
de la constitución. Mark Esper –todavía secretario de la Defensa– también ha rechazado el uso de militares por Trump.
Pero los generales tienden a mantener la boca cerrada mientras están en activo. Quieren mantener sus camisolas libres de humus hasta el retiro. Luego, ya que tienen la pensión asegurada, llega la hora de sacudirse el polvo político condenando a los presidentes. Milley –quien, como dije, aún se aferra al puesto como general de verdad– no precisamente se volvió contra su jefe. Esper, quien tiene menos razones para esperar conservarse en el puesto –civil de todos modos–, probablemente se sacude las moronas de la guerrera antes de asumir un papel más lucrativo en un grupo de estudio, como cabildero, o trabajando de contratista de defensa. Ha hecho las tres cosas en el pasado. Dice lamentar lo que se dijo sobre el espacio de batalla
. Apuesto a que sí: así es como los militares llamaban a la batalla de Faluya en 2004, que a su vez fue descrita como la mayor batalla desde la de Hue, en Vietnam del Sur.
Pero la guerra de Vietnam no terminó porque los presidentes y generales tiraran la toalla, sino porque los soldados ya no querían combatir. Y al final, quedará a la Guardia Nacional –y a sus colegas enlistados, si Trump logra llevarlos a su juego– tomar sus propias decisiones en cuanto a unirse al espacio de batalla
contra su propio pueblo.
¿Y qué hay de la policía? Sin importar cuántos policías se exhiban en las calles, siempre he visto que, mientras más exóticos son sus atavíos, más sádicos se vuelven; observen el atuendo tipo Robocop en las ciudades estadunidenses en estos días. Me pregunto por qué tantas imágenes de brutalidad policiaca en Estados Unidos me recuerdan a la policía israelí y su cruel trato de los palestinos. Pero también recuerdo el interesante informe de Amnistía hace cuatro años, en el que se hacía un recuento de policías de Baltimore, Florida, Nueva Jersey, California, Arizona, Nueva York, Georgia –y cuantos lugares más les vengan a la mente– que habían recibido entrenamiento en control de multitudes, uso de la fuerza y vigilancia… en Israel.
Dada la lista de violaciones a derechos humanos imputadas a las autoridades policiacas israelíes, ¿eran la elección adecuada para entrenar policías estadunidenses –algunos de los cuales están en las calles en estos días– sobre cómo hacer frente a las protestas civiles? ¿Acaso las investigaciones fiscales contra personal de seguridad en Israel no acabaron siendo bastante extrañas? Por ejemplo, el soldado israelí que fue sentenciado a 18 meses de prisión por matar a tiros a un palestino herido en 2016, soldado que fue respaldado después de su arresto –al estilo Trump– por Benjamin Netanyahu, quien llamó a otorgarle el perdón. Quizás es tiempo de que Estados Unidos entrene a sus propios policías en vez de confiar en un satélite militar en Medio Oriente.
Pero los policías no decidirán el futuro. Y en Estados Unidos, los que tomarán las decisiones finales en el actual drama trágico no serán la comunidad negra y todos los valientes que la respaldan: ellos, mucho me temo, seguirán siendo las víctimas de los que toman las decisiones.
Y los hombres y mujeres que cambiarán la historia definitivamente no serán los medios, quienes han sido apaleados por los policías en todo el mundo durante décadas. Los ejecutivos de los medios tendrán que ser mucho más valientes que los ex generales si quieren respaldar a sus colaboradores en Estados Unidos. Cuando la Ap tapa con pitidos las obscenidades de los policías que atacan a uno de sus camarógrafos –y eso es lo que ocurrió–, crea una fascinante y absurda mutualidad de inocencia. Los policías agreden de modo flagrante a periodistas inocentes, pero también a los policías se les debe sujetar a los valores familiares y, por tanto, se deben silenciar sus expresiones.
No: serán los soldados quienes tomarán la decisión final. Sí, podemos observar las dictaduras. ¿Quién protege a Sisi (con ayuda de Estados Unidos)? ¿Quiénes eran los protectores finales de Assad (con apoyo de Rusia)? Pero, ¿quién protegerá a Trump si su dictadura cinematográfica comienza a tomar cuerpo? Si decide, por ejemplo, afirmar que las elecciones de este año –si el resultado le es adverso– son un fraude, y que debe permanecer en la Casa Blanca… Sospecho que muchos en el Pentágono están discutiendo exactamente este problema.
En tal caso habrá que proteger a los manifestantes pacíficos. ¿Quién lo hará? ¿Y contra quién?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya